viernes, 22 de febrero de 2019

La Disposición Al Diálogo

Se ha escrito y dicho tanto en torno al tema del “diálogo” venezolano que siento que no quedan cosas por decir.

Sin embargo, me siento en la obligación de recalcar que, para que entre dos partes enfrenadas se produzca un intercambio de cualquier género, es necesario que exista voluntad legítima de dialogar de parte de los dos lados de la ecuación.

Lo que suena como una perogrullada no lo es tanto. En la esencia misma de dialogar está no en que exista coincidencia en ninguno de los elementos que conforman la agenda misma de las tratativas, sino que ambas partes acudan a tratar de analizar las diferencias con voluntad sincera de resolver los entuertos y no para cumplir con un ritual, para dar satisfacción a terceros, o para salirse de la suerte a través de un ejercicio engañoso de dilación.

Ello envuelve una disposición a escuchar los argumentos de quien se sienta del otro lado de la mesa y una inclinación legítima a efectuar concesiones para que se produzca algún género de acercamiento. De resto, la tarea de dialogar, de entrada, es estéril.

Del lado de la oposición venezolana, después de haber tenido que soportar de parte de quienes tienen el garrote gubernamental los excesos e ilegalidades y las francas humillaciones que se han dado en las últimas semanas y meses en torno al manejo del hecho electoral y refrendario es claro que tal voluntad existe.

Por el lado del gobierno, lo único que parecería estar claro es que su única motivación para sentarse con la oposición a conversar sobre el estado de cosas en el país proviene de que la degradación nacional ha estado produciendo una acelerada toma de conciencia colectiva dentro y fuera de nuestras fronteras.

Esta degradación es tan grande que cada vez se ven más señalados como los artífices de un desastre que tiene componentes de ineficacia, de ineficiencia, de irrespeto de las normas legales y de las convenciones y, además, de corrupción. Todo lo anterior se paga, más tarde o más temprano, y es esa realidad la que los está obligando a mirar de frente al adversario y a dialogar.

A quienes les toca servir de promotores, de facilitadores o de garantes de un proceso de la naturaleza del venezolano estos conceptos anteriores deben estar muy claros para que el ejercicio no se transforme en una comedia que no es útil sino a los fines de ganar tiempo al gobierno y de, una vez más engañar a quienes nuestros temas no son tan familiares ni tan comprensibles por muy grande que sea su disposición a ayudar.


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