Cuando uno empieza a correr lo hace por diferentes
motivos. Lo común es empezar a correr para cuidarse, como hábito saludable,
para perder esos kilos de más... Mucha gente corre para estirar las piernas y
liberarse del estrés acumulado en el trabajo, en clase o con los niños. Otros
corren para divertirse y hacer algo de deporte. Pero sea cual sea el motivo, un
día nos fijamos en el cartel de una carrera popular y nos preguntamos ¿y por
qué no?
Ya llevas una temporada corriendo, te has hecho a la rutina
de salir y hacer tus rodajes. Más de una vez has mirado tu reloj para ver en
cuanto tiempo realizas la misma distancia de siempre. Has experimentado
el momento en el que alguien, aparentemente en peor forma física que tú, ha
pasado por tu lado y te ha adelantado, sintiendo el arrebato intenso de apretar
el ritmo y alcanzarle. Eres consciente de que vas mejorado tu rendimiento y vas
por el buen camino. Entonces es cuando empieza a picarte el gusanito.
Así que llega un buen día en el que esa carrera popular que
no entraba en tus planes te hace comer mejor, llevar una dieta saludable, hacer
buenos estiramientos, mantenerte hidratado y dormir bien. La idea de poner
aprueba tu distancia actual hace que tu cabeza establezca un claro objetivo y
se proponga superarlo.
Esa necesidad de competir se impone para poner a prueba
nuestros propios límites, elevar los estándares de lo fijado, batir a un rival,
clasificarnos para una competición superior... básicamente participar en la
carrera nos proporciona un surtido interminable de probarnos a nosotros mismos
física, mental y emocionalmente.
Y esa sensación, irremediablemente, nos hace
comprobar que somos capaces de llegar a la meta y sentir que hemos sido capaces.
Si estas empezando a correr y aún no te ha pasado, tranquilo,
pronto te unirás al club de los competidores.
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