Imagine lo que sucedería en su organización si las personas
se criticaran a sí mismas con la misma severidad con que critican a los demás.
Es ingenuo pretender que los equipos mejoren su desempeño sin propiciar
el análisis estricto y objetivo de las situaciones que les suceden,
especialmente de las negativas.
“La crítica puede no ser agradable, pero es necesaria. Cumple
la misma función que el dolor en el cuerpo humano. Llama la atención sobre un
estado poco saludable de las cosas“, decía acertadamente Winston Churchill. En
un equipo, los miembros con pensamiento crítico son catalizadores de avances
significativos, porque reaccionan de inmediato ante los síntomas del
conformismo y de la resignación, que tanto estancan la evolución hacia el alto
rendimiento.
Las organizaciones prosperan sosteniblemente cuando su
aprendizaje es acelerado y profundo. Para ello, es preciso que sus miembros
vean más allá de lo visible, que sean más profundos a la hora de indagar
y de evaluar hechos. Son personas que desafían las perspectivas y contribuyen
con una visión fresca o diferente, la cual, en todo caso, sirve para movilizar
a la organización. Según Montesquieu,
“El hombre de talento es naturalmente
inclinado a la crítica, porque ve más cosas que las otras personas y las ve
mejor”.
¿Qué sucede cuando ese espíritu crítico es mínimo o nulo?
Todos saben que algo está mal, pero callan, por las razones que sean. Hay
molestias ocultas y asomos de desinterés, que se convierten en resistencia
pasiva, en un tenso ambiente de trabajo, caracterizado por la autoprotección.
Para evitar ser criticados o criticar, los miembros no actúan, escuchan lo
mínimo y, si es posible, pasan desapercibidos.
No se debe confundir la expresión honesta, directa y oportuna
de criterios con la de comentarios destructivos. La diferencia la marca
la intención de quien habla: cooperar, hacer catarsis y desahogarse o
simplemente afectar las relaciones o el prestigio de otras personas. “Tiene
derecho a criticar, quien tiene un corazón dispuesto a ayudar”, advierte
Abraham Lincoln.
Los líderes de un equipo hacen bien al fomentar debates,
poner a prueba sus propias ideas y dar ejemplo de escucha activa. Pero si
reaccionan a la defensiva ante cualquier comentario, entonces, tendrán que
acostumbrarse a vivir en la soledad de sus perspectivas, a equivocarse
por no combinar ideas y asumir todos los riesgos. ¿Para qué caer en eso cuando
el equipo tiene miembros pensantes y de buena fe?
Las buenas relaciones son esenciales, pero no deben
confundirse con la excesiva diplomacia ni con esconder realidades: ¿de qué
sirve callar las discrepancias si luego se disparan los señalamientos por
las fallas? La respuesta la encontramos en el viejo adagio popular: “El
pensamiento crítico resuelve los problemas. Criticar sin pensar, los crea”.
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