El cambio se produce cuando descubrimos que la
clave está en aceptar que la incertidumbre siempre estará ahí, y que es
necesario seguir adelante, que nuestra felicidad no dependa de elementos
externos y aprovechar las circunstancias inesperadas para descubrir nuevas
oportunidades que, tal vez, mejoren nuestras expectativas.
Desvincular la acción del resultado de la misma. Lo
importante es hacer cada pequeña cosa lo mejor que podamos y olvidarnos de los
resultados concretos de esa acción. La vida no deja de sorprendernos, y
es muy probable que las cosas ocurran de manera diferente a como lo
habíamos planeado.
Aceptar las situaciones y orientar nuestras
acciones hacia todo aquello que, desde nuestro ámbito de actuación, podemos
gestionar. Aceptar, que no hay que confundir con resignarse, nos permite partir
desde la serenidad y nos da fuerza interior al saber que vamos a poner todo el
esfuerzo, energía, ilusión y hasta pasión en todo aquello que queremos y
sabemos que podemos hacer y eso, a buen seguro, nos va a hacer sentir mejor.
Fluir en nuestro presente, siendo conscientes de
sólo podemos actuar aquí y ahora, ya que sobre nuestro pasado no podemos hacer
nada, y nuestro futuro es todavía incierto. Rumiar sobre lo que ya fue o
anticiparnos a lo que será, no nos aporta nada positivo.
Trabajar a fondo la resiliencia, nuestra capacidad
de adaptación a las circunstancias, y de afrontar la adversidad. A menudo ante
la incertidumbre nos decimos que debemos ser fuertes, pero no es la
fortaleza la que más nos va a ayudar, sino nuestra resiliencia. Si lo
comparamos con las propiedades de los materiales, un objeto fuerte y rígido,
ante una presión va a partir mientras que un objeto elástico se va a adaptar.
Esa es la diferencia importante.
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