Luego de haber estudiado desde
dentro la
gran empresa, incluidos varios años de trabajo investigativo en General
Motors, IBM y Sears, Drucker llegó a la
conclusión de que la corporación es, ante todo, un ente social, y la clasificó
como una organización humana, concepto este que va más allá de la simple
consideración de institución económica y herramienta para la rentabilidad,
prevalecientes entonces. En consecuencia, Drucker consideró a la
DPO como una filosofía de dirección basada en gran parte y firmemente en el
comportamiento y la motivación del individuo.
Esta evolución conceptual, que le permitió superar la teoría
de la administración científica de Taylor,
fue muy bien enfocada por Enebral
Fernández, quien consideró que "…el individuo que se conduce por
objetivos —sabiendo qué debe conseguir y cómo debe hacerlo— se siente motivado
y comprometido con el futuro dibujado para su empresa; siente que sus propios
objetivos contribuyen claramente a la consecución de los de la colectividad; se
siente igualmente alineado con la cultura (valores, estilos de actuación, etc.)
de la organización".
Este vínculo entre valores y cultura organizacional, por un
lado, y objetivos y resultados, por otro, resulta crucial. Es en la trama de
acontecimientos que tiene lugar cuando la organización concibe sus objetivos y se mueve luego hacia la
consecución de sus resultados, en la que los valores cobran verdadero sentido y
pueden expresarse y desarrollarse de forma concreta. Por eso es indispensable
la participación de los miembros del equipo en todas las etapas, sea generando
ideas, proponiendo metas o asumiendo la condición de responsables de acciones
específicas durante la ejecución.
Sobre este particular, Drucker afirma:
"…ninguna institución puede sobrevivir si necesita genios o superhombres
para dirigirla, por el contrario, la longevidad provendrá de desarrollar el
máximo de dirección independiente y llevarlo al más bajo nivel posible de la
jerarquía empresarial".
Valores
como: compromiso con las metas, sentido de responsabilidad al intentar
lograrlas, trabajo en equipo, sentido de pertenencia, cultura de la excelencia,
deseo-necesidad de superación profesional, entre otros muchos, encontrarán
cabida en estos procesos. Es el ambiente propicio, además, para la
identificación y posterior desarrollo de líderes emergentes.
Un segundo problema conceptual que nos golpea es la falta de
claridad acerca de qué son las áreas de resultados clave (ARC) y cómo deben
interrelacionarse con las áreas funcionales tradicionales. Una muy sencilla y
esclarecedora definición es la que considera a las ARC como aquellos ámbitos de
la acción que, de ser exitosos, conducen al éxito de la organización en
su conjunto y, de fracasar, pueden llevarla al fracaso.
Es por eso que resulta
extremadamente importante identificarlas correctamente, porque ellas serán
objeto de las principales prioridades y la alta dirección deberá enfocar el 80
% de su tiempo a su seguimiento y apoyo.
A diferencia de las ARC, que se definen según los principales
componentes de la misión y la visión (el futuro) de la organización y son, por
tanto, células de base actualizadas y alineadas con estos propósitos, las áreas
funcionales o tradicionales son una herencia estructural y legal impuesta por
la historia (el pasado) de la organización, que garantiza una parte de su
funcionamiento pero que no tienen porqué estar en correspondencia con su mirada
estratégica.
La convivencia armónica de estos dos componentes básicos se
alcanza sólo si se entiende la necesidad de integrar el trabajo de las áreas
funcionales en las ARC, de manera que los objetivos asociados con estas últimas
se convierten en grandes proyectos alrededor de los cuales se muevan todos los
miembros de la organización que hagan falta, independientemente de su área
funcional de origen.
Podría decirse que la principal misión de un jefe de área
funcional —entiéndase viceministro, vicedirector, jefe de departamento u otro—
es garantizar la eficiente y eficaz participación de sus subordinados en las
acciones asociadas con la consecución de objetivos priorizados, sean de un ARC
o de otra. Deberíamos evaluar, en primer lugar, a nuestros directivos por su
capacidad (conocimiento, habilidad y actitud) para garantizar esta importante
función de la gerencia.
Un desempeño de este tipo estaría alineado con el
camino hacia la visión, o sea, hacia el futuro, y rompería con esquemas de
pensamiento más cercanos a lo feudal. La sensación
de poder asociada
al dominio y control sobre "la finca propia", es sustituida
por la sensación
de responsabilidad al
participar en algo mucho más trascendente: el éxito de la organización.
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