Decía Platón con
gran sabiduría que “al contacto del amor todo el mundo se vuelve poeta”.
De pronto, hallamos fortalezas donde las creíamos perdidas y el mundo, sin más,
adquiere una pátina de luminoso esplendor. Este éxtasis emocional es algo que
sin duda merece vivirse. Sin embargo, la pasión no es el único estado del que
vive el ser humano. También se puede brillar en soledad, en ese estado de calma
y satisfacción personal donde nada sobra y nada falta.
“Hay dos maneras de difundir la felicidad: ser la luz que
brilla o el espejo que la refleja”
-Edith Wharton-
Una pareja puede darnos vitalidad, felicidad, sexualidad, ternura e intimidad. Sin embargo, y esto
deberíamos tenerlo claro, al ser amado no se le puede utilizar como pócima
mágica para sanar nuestras insatisfacciones vitales. Si tú no brillas por dentro, no puedes
arrebatarle la luz a otra persona esperando que su energía valga para ambos. Valdrá durante un
tiempo limitado, pero al poco, se irá apagando en un lento fenecer.
A día de hoy, muchos de nosotros vivimos aún encapsulados en
ciertas ideas preconcebidas sobre un amor ideal que ha de llegar para apagar nuestras
frustraciones. Sin embargo, las frustraciones no se apagan, ni se
destruyen, ni escapan por el coladero de los sueños rotos, sino que se superan
en primera persona.
En las relaciones afectivas suele suceder algo similar. Hay
personas que tienen luz propia, son casi como auténticas “bombillas” en medio
de la oscuridad. Son seres que pueden brillar porque gozan de plenitud
personal, de una buena autoestima y de esa magia fascinante que resulta
hipnótica para muchos.
Es común que otros se sientan cautivados e inicien una
relación esperando que esa calma y esa luz, alivie sus miedos, sus insatisfacciones
y esos rincones privados de callada penumbra.
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