Filosofía
El Yo Persona
Para Kant, el fin de la historia humana es la consecución de
la paz política, bajo el imperio del derecho. Admirador de la Ilustración y de
la Revolución francesa, se refiere al fin natural de la historia, que consiste
en la fundación del reinado de la paz perpetua mediante una perfecta estructura
política (Staats-Verfassung) y el desarrollo de todas las potencialidades
humanas.
Esa fundación es ejecutada (Vollziehung) por fuerzas naturales, sin
intervención alguna de elementos sobrenaturales.
Su enfoque filosófico es agnóstico, pues cierra la puerta a un conocimiento que esté fuera de la experiencia posible del hombre, en el que la razón depende de los sentidos. Su teoría de la historia se basa en un universalismo ético, sostenido por la fe moral.
La explicación del conocimiento sensitivo ha basculado
muchas veces entre los que le niegan toda certeza (como fue el caso de Platón)
y los que le conceden total autoridad (como los empiristas). En verdad, la
sensación es una operación realista del sujeto y depende del sistema nervioso.
Lo que se debe mostrar es que, para los medievales, las
sensaciones encerraban una realidad representativa. Se trata de las sensaciones
que, mediante la previa y actual inmutación de un órgano, por la acción directa
del objeto, suscitan un conocimiento concreto e inmediato de una realidad
presente. La sensación humana no coincide con la de seres irracionales, pues
está completada por elementos no sensitivos.
Los sentidos, pues, no son un obstáculo al conocimiento
intelectual, sino su condición imprescindible. Bajo este prisma interpreta
Tomás de Aquino la experiencia sensible, en la que se implican no sólo los
sentidos externos, sino también los sentidos internos, como el sentido común,
la fantasía y la memoria.
Uno de los escollos más punzantes y desalentadores
superpuesto a la tradición aristotélica sobre el conocimiento sensible es la
rigidez con que se han mantenido, hasta el siglo XIX, algunas tesis psicofísicas
o fisiológicas que en realidad sólo eran hipótesis accesorias ideadas para
explicar fenómenos cuyo funcionamiento se ignoraba. La fuerza de la
autoridad –como la de Aristóteles, Galeno o Averroes– era tan abrumadora en
cuestiones puramente científicas que a lo sumo se permitía establecer acerca
de la hipótesis inicial –que nunca se ponía en tela de juicio– otras hipótesis
subsidiarias que sirvieran para decorarla o completarla.
Por ejemplo, para interpretar la influencia del objeto sobre
los sentidos se utilizaba la hipótesis de que las determinaciones que
provienen del objeto, especialmente las visuales, tendrían que existir intencionalmente en
un medio antes de incidir en el sujeto. ¿Cómo es posible, se
preguntaban, que la luz y el color –y con parecida expectación se hablaba
también del olor y del sonido– se transmitan a grandes distancias y, sin
embargo, conserven su ser real? La explicación plausible para muchos
aristotélicos era que la transmisión se haría de un modo intencional en un
medio adecuado; y si las especies sensibles fuesen materiales al
salir del objeto, llegando inmateriales al sentido, entonces habían
de ser purificadas en el medio para que se tornaran inmateriales.
Otra
hipótesis básica era también la teoría humoral, referente a la constitución
química de los cuerpos por elementos naturales simples, tales como el aire,
el agua, el fuego y la tierra. O la hipótesis que implica la existencia
fisiológica de spiritus animales y vitales que circulan por las
vías nerviosas y musculares como diminutos puntos de energías básicas
–materiales– de movimiento y pensamiento.
Es cierto que, si no se penetra en el mecanismo básico que
enhebra todos estos conceptos, difícilmente podríamos realizar un enfoque
histórico que sirviera para pulsar la vitalidad singular del pensamiento que
los elaboró. Estamos ante un capítulo sustancioso de la historia de la
psicología en Occidente.
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