Necesitamos
aprender a cuidar las palabras. Lo que decimos siempre tiene más impacto del
que vemos y puede hacer una gran diferencia.
Para explicar esto, Benjamin Zander cuenta la siguiente historia: «Lo
aprendí de una mujer que sobrevivió a Auschwitz. Ella tenía 15 años y su
hermano 8. Sus padres habían desaparecido.
Iban en el tren
rumbo a Auschwitz. Miró hacia abajo y vio que a su hermano le faltaban los
zapatos y le recriminó: “Eres tan tonto que no puedes conservar tus cosas”.
Palabras que cualquier hermana mayor le hubiera dicho a su hermano menor.
Por desgracia, fue
lo último que le dijo porque no volvió a verlo. El niño no sobrevivió.
Y cuando la mujer
salió de Auschwitz hizo esta promesa: “Nunca
diré nada que no pueda quedar como lo último que dije.”»
Cuidar las palabras es un reto
¿Podemos ser más
cuidadosos de las palabras que utilizamos en el día a día? Claro que sí. Para
lograrlo necesitamos aprender a estar más conscientes de lo que decimos y
dejamos de decir.
Para afrontar este
reto, tengamos presente que las rutinas diarias nos distraen tanto, que muchas
veces ni nos damos cuenta de lo que expresamos. Hablamos como si estuviéramos
en “piloto automático”.
Al mecanizarnos, es
fácil descuidar los detalles en lo que decimos, tanto de fondo como de forma.
También es fácil que seamos muy reactivos frente a lo que vemos o escuchamos
que nos desagrada.
Nuestro cerebro
está configurado para que seamos reactivos. Es un mecanismo neurológico que nos
permite protegernos y sobrevivir.
Pero para evitar
los errores que esto trae en nuestras comunicaciones, hace falta un esfuerzo
consciente y capacitación constante. Lo que nos permite mejorar el lenguaje cotidiano.
Siempre podemos respirar antes de responder
Necesitamos practicar
el hábito de respirar antes de responder. Especialmente con las personas que
más nos importan. Esta es una gran oportunidad de mejora para cuidar las
palabras y aumentar la inteligencia emocional.
Siempre podemos
tomar unos segundos antes de reaccionar con una respuesta impulsiva,
particularmente cuando estamos frente a una situación que no nos gusta.
No se trata de
buscar tiempo para un análisis, sino una breve pausa para tomar control de
nuestra respuesta.
Seguramente has
escuchado muchas veces la importancia de contar hasta diez para no responder
con impulsividad. Pues sí, eso funciona porque nos permite respirar, oxigenar
nuestro cerebro y nos da tiempo para pensar la respuesta.
La pausa de la
respiración nos permite recordar la importancia de cuidar las palabras. Y a
esto le podemos agregar el poderoso ejercicio de validar nuestra interpretación
de lo que hemos escuchado. Así evitamos las reacciones que nos producen
nuestros prejuicios.
Preguntar para
entender mejor una situación es un excelente ejercicio para reducir nuestra reactividad y cuidar las
palabras que decimos.
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