lunes, 11 de febrero de 2019

Límites De La Razón


Filosofía
Límites De La Razón
Según Kant, la razón humana tiene el destino de hallarse anclada a cuestiones que no puede rechazar por pertenecer a la misma naturaleza que ella, pero que a la vez tampoco puede responder, por sobrepasar éstas todas sus facultades. En tal caso, nuestra interpretación última de la realidad está ligada al modo en que las estructuras mentales asimiladas durante la niñez filtran los hechos de la vida y los conjugan para crear un preconcepto de las cosas. Es decir que no necesariamente percibimos la realidad de manera objetiva, sino como el resultado de comparar nuestras ideas con nuestras percepciones.

Todo lo que sabemos deviene tanto de la experiencia como de las imágenes mentales que hemos construido de lo desconocido. Pero, ¿qué sucede con aquello que no podemos percibir? ¿Cómo puede cualquier objeto no evidenciable abandonar el plano mental y extrapolarse como parte de la realidad? Evidentemente, no puede hacerlo. La intuición sólo puede guiarnos a la subjetividad y distorsionar la comprensión del mundo. De hecho, no hay forma de intuir la realidad, más bien es necesario que las ideas de las cosas se refieran a éstas con una relación determinada por la razón.

Kant estaba en lo cierto, la razón no puede, por sí misma, darnos luces acerca de las cosas que están más allá de sus capacidades. Fuera de los límites de la experiencia sensible, el entendimiento se torna obsoleto, ya que la posibilidad de la experiencia define al conocimiento objetivo. 

Aquello que no tiene presencia alguna, que no es, sencillamente no puede ser objeto de conocimiento, ya que se encuentra al margen de lo cognoscible, del entendimiento mismo. Sin embargo, y a pesar que la razón misma es inútil en este campo, los métodos deductivos con que contamos para obtener el conocimiento al respecto de lo no evidenciable, son consecuencia directa del ejercicio racional, y de tales métodos nos hemos valido históricamente para sobresalir como especie.

Pensémoslo, si fuésemos seres estrictamente racionales, pero sin la capacidad para poner en práctica los mecanismos que nos permiten racionalizar aquello que escapa a nuestro espectro de experimentación, estaríamos inmersos en un ciclo de teorización constante, sin llegar nunca a obtener un verdadero conocimiento del mundo. 

Así, hemos desarrollado sistemas filosóficos que nos permiten especular racionalmente, divagar de manera coherente al respecto de lo que no podemos percibir a través de nuestros sentidos.
“Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas.
Sin sensibilidad nada nos sería dado, y sin entendimiento, nada sería pensado.”
Immanuel Kant en la Crítica de la razón pura

Según Kant, la razón humana tiene el destino de hallarse anclada a cuestiones que no puede rechazar por pertenecer a la misma naturaleza que ella, pero que a la vez tampoco puede responder, por sobrepasar éstas todas sus facultades. En tal caso, nuestra interpretación última de la realidad está ligada al modo en que las estructuras mentales asimiladas durante la niñez filtran los hechos de la vida y los conjugan para crear un preconcepto de las cosas. Es decir que no necesariamente percibimos la realidad de manera objetiva, sino como el resultado de comparar nuestras ideas con nuestras percepciones.

Todo lo que sabemos deviene tanto de la experiencia como de las imágenes mentales que hemos construido de lo desconocido. Pero, ¿qué sucede con aquello que no podemos percibir? ¿Cómo puede cualquier objeto no evidenciable abandonar el plano mental y extrapolarse como parte de la realidad? 

Evidentemente, no puede hacerlo. La intuición sólo puede guiarnos a la subjetividad y distorsionar la comprensión del mundo. De hecho, no hay forma de intuir la realidad, más bien es necesario que las ideas de las cosas se refieran a éstas con una relación determinada por la razón.

Kant estaba en lo cierto, la razón no puede, por sí misma, darnos luces acerca de las cosas que están más allá de sus capacidades. Fuera de los límites de la experiencia sensible, el entendimiento se torna obsoleto, ya que la posibilidad de la experiencia define al conocimiento objetivo. Aquello que no tiene presencia alguna, que no es, sencillamente no puede ser objeto de conocimiento, ya que se encuentra al margen de lo cognoscible, del entendimiento mismo. Sin embargo, y a pesar que la razón misma es inútil en este campo, los métodos deductivos con que contamos para obtener el conocimiento al respecto de lo no evidenciable, son consecuencia directa del ejercicio racional, y de tales métodos nos hemos valido históricamente para sobresalir como especie.

Pensémoslo, si fuésemos seres estrictamente racionales, pero sin la capacidad para poner en práctica los mecanismos que nos permiten racionalizar aquello que escapa a nuestro espectro de experimentación, estaríamos inmersos en un ciclo de teorización constante, sin llegar nunca a obtener un verdadero conocimiento del mundo. Así, hemos desarrollado sistemas filosóficos que nos permiten especular racionalmente, divagar de manera coherente al respecto de lo que no podemos percibir a través de nuestros sentidos.

“Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas. 
Sin sensibilidad nada nos sería dado, y sin entendimiento, nada sería pensado.”

Immanuel Kant en la Crítica de la razón pura

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