El apego y el rechazo se dan cuando no somos conscientes de que lo que sentimos está dentro, no fuera.
¿Te has fijado en que cuando piensas algo desagradable de alguien, el primero que se resiente eres tú? Es una puerta para entender algo imprescindible: lo que sentimos lo decidimos nosotros mismos.
Se debe, ésa es la tarea de lo serio. Sentimos casi siempre con palabras y lo que llamamos realidad no es más que un relato. Aprender a sentir es aprender a contarse bien a uno mismo y contar bien a los demás.
Todo verdadero aprendizaje comienza por un desaprendizaje. No sólo se trata de explorar territorios, aunque también: lo imprescindible para iniciarse en esta disciplina es renunciar a los caminos trillados. ¿Cuántos psicólogos y psiquiatras habrán tenido que hacer horas extras para deshacer los entuertos creados por esas letras de canciones, que todos hemos tarareado, y que se resumen en: “eres mío”, “soy tuyo” o “sin ti no soy nada”?
A todos nos troquelan las emociones desde chiquitos, y eso se hace con palabras. Con palabras pues habremos de curarnos: mirando con lupa las que están envenenadas, las que, para conducirnos a la nada, exageran, las que pretenden tener en la barriga demasiado sentido, las abstractas. Para empezar el tratamiento yo pondría a dieta “soledad”, “cobarde”, “miedo”, “envidia”, “celos” o “impotencia”, “todo” y “nada”, y también los posesivos.
Además, como siempre hay malos momentos en los que nos vence la tentación de simplificar, deberemos hacer acopio y utilizar con frecuencia esas frases, hay muchas, que nos disuaden cuando nos tienta ponernos auto lesivos:
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