lunes, 11 de febrero de 2019

Administrar El Esfuerzo


Hace unos años leí por casualidad un artículo de Jorge Bucay y descubrí que al menos una persona en el mundo compartía mi visión acerca del esfuerzo, un término para mi muy sobrevalorado y que aplicado de manera continua no aporta resultados que tengan un gran valor. Él es más drástico que yo ya que le quita absolutamente todo el valor al esfuerzo. Para mi tiene un valor tener capacidad de esforzarse, siempre que sea en el sentido correcto y con la intensidad adecuada.

El esfuerzo, tal como yo lo entiendo, es la capacidad que uno tiene para obligarse a hacer algo que no le apetece ni le gusta en absoluto. La dedicación, en cambio, es la capacidad que tenemos para poner todas nuestras energías en algo que nos apasiona.

El mensaje que intento transmitir es: si tu trabajo supone un 80% esfuerzo y 20% dedicación, mejor que empieces a hacer esfuerzos por conseguir otro trabajo que invierta ese porcentaje, porque ni tu vas a estar bien ni tu trabajo va a tener la calidad que debería.

Cuando tu trabajo supone sobre todo una carga, hay varias opciones a elegir:
Seguir esforzándose en ir cada mañana a hacer que el día pase lo más rápido posible.
Intentar hacer que te acabe gustando tu trabajo.
Intentar cambiar de trabajo.

La mayor parte de la gente sigue la alternativa 1, porque ha costado mucho conseguir ese trabajo, porque supone un esfuerzo levantarse cada mañana para acudir a ese trabajo, y porque desde siempre nos han dicho que son las cosas conseguidas con esfuerzo las que tienen valor.

Y es una gran mentira. Pasar toda tu vida esforzándote no tiene ningún sentido. Pasar toda o casi toda tu vida dedicándote es una gozada. Las cosas conseguidas con dedicación son las que realmente tienen un gran valor.

Jorge Bucay pone un ejemplo con un cuento, como suele hace. Lo cuento resumido y con mis palabras:
CUENTA EL CASO DE UNA PERSONA QUE VA A COMPRARSE UNOS ZAPATOS Y PIDE UN NÚMERO 39. EL ENCARGADO LE DICE QUE POR LOS AÑOS DE EXPERIENCIA QUE TIENE PUEDE DECIRLE QUE SU NÚMERO ES UN 41, PERO ÉL INSISTE EN QUE QUIERE UN 39, PIDE UN CALZADOR, CON BASTANTE ESFUERZO LOGRA PONÉRSELOS, PAGA Y SE VA. CUANDO LLEGA A SU OFICINA SU COMPAÑERO LE VE SUFRIR Y LE PREGUNTA:
-SON LOS ZAPATOS, ME APRIETAN UNA BARBARIDAD.
-¿Y POR QUE NO TE COMPRAS UNOS MÁS GRANDES?
-MIRA, LLEVO UNA VIDA ABURRIDA EN UN TRABAJO ABURRIDO, Y TENGO MUY POCOS BUENOS MOMENTOS. ME MATAN ESTOS ZAPATOS, PERO DENTRO DE UNAS HORAS LLEGARÉ A CASA, Y EN CUANTO ME LOS QUITE ¿TE IMAGINAS QUE PLACER?

Y ese es uno de los motivos por el que necesitamos distracciones en el trabajo: no nos gusta lo que hacemos, supone un gran esfuerzo, y de vez en cuando necesitamos “quitarnos los zapatos” para sentir algo de placer. Cuando el placer lo sientes porque te gusta lo que estás haciendo y te estás dedicando a ello, no esforzándote en hacerlo, esa necesidad no aparece.

Volviendo a la realidad, un trabajo que suponga 100% dedicación no creo que exista. Cualquier trabajo tiene una parte que seguro que nos supone una carga y que no nos gusta hacer. Nuestra capacidad de esfuerzo, aparte de dedicarla a hacer de la mejor manera posible esa parte que no nos gusta, tenemos que enfocarla sobre todo a minimizar esa parte de nuestro trabajo o a conseguir que nos guste. Cuanto más reduzcamos esa parte, mayor será el valor que aportaremos en nuestro trabajo y mejor nos encontraremos cada día, entrando en un bucle que se realimenta, pues a medida que nos encontremos mejor, el trabajo que hagamos con dedicación lo haremos aún mejor.


En resumen: creo que es importante distinguir esos dos términos y trabajar para potenciar uno y reducir el otro. Una persona puede estar trabajando 12 horas diarias sin esfuerzo cuando lo que está haciendo realmente le apasiona. Otra persona puede estar trabajando 4 horas diarias haciendo un gran esfuerzo cada día. 

El esfuerzo hay que usarlo bien: hay que usar el esfuerzo para intentar salir de situaciones que nos suponen esfuerzo, no para perpetuarnos en ellas. Es en la dedicación donde hay que perpetuarse.

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