En general los
seres humanos tenemos una visión muy particular de la realidad: creemos que ocurren fenómenos afuera nuestro
y que nosotros simplemente los percibimos tal como ocurren. Rara vez
reflexionamos sobre “nuestra manera de mirar los fenómenos” o percibir.
El ejemplo del mito
de la caverna de Platón, presente en La República, nos señala esto. Si lo
recuerdan, Platón describió en su alegoría un espacio cavernoso en el cual se
encuentran un grupo de hombres prisioneros desde su nacimiento por cadenas que
les sujetan el cuello y las piernas de forma que únicamente pueden mirar hacia
la pared del fondo de la caverna sin poder nunca girar la cabeza.
Atrás de
ellos se encuentra una hoguera y la entrada de la cueva que da al exterior. Por
el pasillo del muro circulan hombres portando todo tipo de objetos cuyas
sombras, gracias a la iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que
los prisioneros pueden ver. Para los prisioneros, las sombras son la realidad,
no pueden suponer que son simple reflejo de algo que acontece afuera. Platón lo
llama “el mundo sensible” (lo inmediato, lo que alcanzan a percibir).
Para el Buda,
nuestra vida en general es una ilusión y la mente cree que entiende la realidad
apoyándose en los condicionamientos aprendidos desde nuestra infancia temprana
(algo similar a la caverna). Pero el trabajo meditativo va des-condicionando
estos procesos, des-armando estos filtros hasta que podemos ver las cosas tal
cual son.
Por eso el Buda alentaba a sus discípulos con la famosa frase: “acude
y mira”, y se autodenominaba “el despierto”, aludiendo a nuestra somnolencia terrenal.
Su mérito consistió en desarrollar un método para trascender esta limitación
tan humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario