La suspensión de 17.000 vuelos comerciales en Europa a causa
de una potentísima erupción en la volcánica Islandia; la sacudida sísmica el
mismo día que ha causado centenares de muertes en el abrupto espacio
suroccidental de China, entre las estribaciones del Himalaya, y un devastador
ciclón que en idéntica fecha ha sacudido la India; o, en el más reciente
pasado, los terremotos de Chile y Haití, son fenómenos catastróficos de la
Naturaleza que ponen de manifiesto la dificultad extrema, casi la
imposibilidad, de actuaciones de respuesta satisfactoriamente eficientes por
parte del hombre –tanto en la reacción propiamente dicha como en el de la
previsión– para paliar de manera significativa los efectos de esos fenómenos,
conceptuados todos ellos como catástrofes naturales.
No es un problema simplemente teórico el que se plantea,
puesto que la disponibilidad de recursos económicos y capacidades técnicas
determinan que la cuantía de los daños, en vidas humanas y destrozos
materiales, depende de cómo sea en términos de desarrollo el país de que se
trate.
De ahí el Haití literalmente destrozado o el Japón
prácticamente ileso al cabo de las constantes temblores que padece tras los
criterios de prevención que orientaron ingeniería de obras públicas y
arquitectura urbana después de la catástrofe sísmica de los años 20 del pasado
siglo. Poco más cabe hacer en ese orden y después de lo hecho y practicado por
los japoneses.
A partir de determinadas magnitudes en los desafíos de la
Naturaleza, la impotencia del hombre es manifiesta. Ello no sólo obliga a la
aceptación de una cierta fatalidad, sino que, al propio tiempo, orienta sobre
qué cabe hacer ante fenómenos cuyo desencadenante resultan manifiestamente
independientes de la actuación del hombre respecto del medio natural, más allá
de la probada capacidad humana para deteriorarlo, en propio perjuicio.
Ahora bien, lo que sí queda enteramente en la mano del
hombre es la posibilidad de no padecer más daño que el causado autónomamente
por la Naturaleza, al no dilapidar recursos en fantasías contra las dinámicas
solares ni al renunciar a posibilidades que la Naturaleza ofrece. Sin su
miseria, Haití habría padecido menos el daño sísmico.
Los comportamientos del
medio son imponderables; pero no los del hombre.
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