Definir qué es “normal” es el esfuerzo más estéril y absurdo
de todos los que realiza la mente, siempre perdiendo el tiempo en “clasificar”,
olvidándose de “observar” -el verdadero camino hacia el verdadero saber-.
Creamos los tópicos más absurdos e injustos, mutilando
cualquier oportunidad de descubrir la originalidad y autenticidad en cualquier
individuo de cualquier región de este mundo. Metemos a todos los individuos “en
el mismo saco”, olvidando adrede la máxima que todos conocemos pero nadie parece
comprender en profundidad: “Cada persona es un mundo”.
También nos inventamos estereotipos para encasillar las
diferentes opciones que cada individuo libremente elige en su caminar por la
vida. Así, clasificamos a cada uno en uno u otro perfil psicológico
-dependiendo, no tanto de su personalidad, como de la nuestra propia-,
basándonos en sus elecciones vitales con respecto a su sexualidad, ideología,
credo, espiritualidad, hábitos…
No hay estándares, no hay moldes donde podamos caber a la
perfección. Con esa actitud envenenamos nuestro mundo. No comprendemos que la
verdadera igualdad se basa en respetar las diferencias y convivir armónicamente
con ellas. En la diferencia del otro encontramos las mayores riquezas: la
apertura mental que nos lleva a ver en el otro a nosotros mismos, pero no desde
nuestro punto de vista, sino desde la suya, desde ese contraste entre ambas.
Después de todo, el mundo es un reflejo de nuestro interior.
Cuando aceptamos las diferencias en nuestro prójimo, aprendemos a vernos tal
como somos y nos damos cuenta de lo diferentes que somos a como nos percibe
nuestra mente, que nos idealiza a través del Ego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario