En la
historia de la ciencia hay algunas ideas geniales que impresionan por su
sencillez y su estructura perfectamente límpida, que permitieron conseguir
resultados que todavía hoy nos sorprenden. Por ejemplo, la medición de la
circunferencia de la Tierra por Eratóstenes (276-174 a.C.), en el siglo III
antes de nuestra era.
Eratóstenes, que era
bibliotecario del Museo y Biblioteca de Alejandría, se enteró de que en la
ciudad de Siena, al sur de Egipto, durante
el solsticio de verano, una varilla clavada en el cielo no proyectaba sombra
alguna, mientras que en su ciudad sí lo hacía. Inmediatamente atribuyó esta
diferencia a la curvatura de la Tierra y, mediante un ingenioso sistema, midió
la distancia entre Alejandría y Siena, y teniendo en cuenta que la
sombra de la varilla en Alejandría formaba un ángulo de siete grados,
calculó a
qué longitud debía corresponder un ángulo de 360 grados: el resultado le dio
unos cuarenta mil kilómetros, cifra muy aproximada a la actual, obtenida
mediante sofisticados satélites.
Justamente lo que impresiona de Eratóstenes es lo simple de
su razonamiento, y lo simple, también, de los elementos que usó: una varilla
clavada en el suelo, un instrumento para medir el ángulo de la sombra y una
caravana de camellos que le sirvieron para calcular la distancia desde
Alejandría a Siena.
El resultado muestra, de paso, que no sólo la esfericidad de la Tierra era conocida desde la Antigüedad sino que se tenía una idea aproximada de su tamaño (aunque la medición de Eratóstenes fue modificada por Tolomeo, que obtuvo un valor más bajo y más apartado del real). La leyenda, pues, de que Colón defendía la esfericidad de la Tierra ante un puñado de ignorantes que pensaban que era plana es absolutamente falsa: quienes se opusieron a Colón no discutían la forma de la Tierra sino su tamaño. Otra idea sensacional, en la misma cuerda, fue la de que por primera vez permitió medir la velocidad de la luz.
El resultado muestra, de paso, que no sólo la esfericidad de la Tierra era conocida desde la Antigüedad sino que se tenía una idea aproximada de su tamaño (aunque la medición de Eratóstenes fue modificada por Tolomeo, que obtuvo un valor más bajo y más apartado del real). La leyenda, pues, de que Colón defendía la esfericidad de la Tierra ante un puñado de ignorantes que pensaban que era plana es absolutamente falsa: quienes se opusieron a Colón no discutían la forma de la Tierra sino su tamaño. Otra idea sensacional, en la misma cuerda, fue la de que por primera vez permitió medir la velocidad de la luz.