No me gustan las mentiras que consuelan, ni las medias
verdades ni aún menos las falsedades enteras. Prefiero la verdad, aunque
duela. Aunque me parta el alma, porque al menos seré libre de tomar el
camino que desee y sanar mis heridas con el tiempo.
De niños, lo habitual es que nos eduquen para
decir siempre la verdad.
Ahora bien, al final, siempre llega un momento en que hacemos un primer uso de
la mentira: por evitar un castigo, para conseguir un objetivo, para
adaptarnos a una situación…
En ocasiones, basta una sola mentira para poner en duda
todas las verdades. Es ahí cuando lo perdemos todo, ahí cuando se desvanece
nuestra integridad, nuestra valía…
Queda claro que todos nosotros hemos hecho uso de esas
“medias verdades” en alguna ocasión. No obstante, si hay algo que tenemos claro
es que existen distintos
grados de mentiras y que la naturaleza de muchas depende de la situación en la
que nos encontremos. No pasa nada si cuando nos preguntan
“cómo estamos”
respondemos con un “estupendamente”. Aunque sea mentira y estemos pasando
una mala época, comprendemos que es un simple formalismo sin mayor relevancia.
La falsedad adquiere su matiz más negativo, si con ella
dañamos a quienes nos rodean. Hay quien
hace uso de la mentira porque teme que la verdad cause demasiado dolor o
que las consecuencias le afecten de un modo no deseado.
La mentira hace prisioneros y nos condena a
mantener vidas vacías, falsas y carentes de autenticidad. A todos nosotros, sin duda, nos
duelen esos comportamientos, esas actitudes de quienes dicen querernos pero nos
ponen un velo en los ojos mientras nos repiten que todo está bien. Que no pasa
nada…
Una mentira piadosa o una mentira que busca ofrecer
consuelo, jamás será tolerable. Ninguno de nosotros tenemos derecho a
actuar de un modo tan paternalista como para pensar que la otra persona no es
“válida” o no es merecedora de conocer la verdad.
Lo que duele no son las mentiras o las falsedades
pronunciadas con admirable entereza. Lo que hiere, lo que sangra en nuestra
alma, son las verdades que se callan y las palabras que se guardan.
Dicen que la verdad duele, que la mentira mata y que la duda
desespera. Todas son pulsiones, emociones humanas que hemos vivido en
carne propia. Nadie es inmune a ellas.
No te preocupes si me haces llorar con la verdad, lo
prefiero a que me destruyas con la mentira y que sigas disimulando como si no
pasara nada, como si todo fuera bien.
La mentira y la falsedad tienen siempre fecha de vencimiento,
pues necesitan de muchas circunstancias para sostenerse. Esto acaba
convirtiéndose en una espiral de enormes dimensiones que el mentiroso no puede
manejar.