Todos tenemos o hemos tenido
relaciones difíciles de llevar y que, por una cuestión o la otra (parentesco,
cariño, obligación laboral, etc.) no podemos deshacer, y por lo tanto estamos
casi obligados a mantener. Porque, digamos, si alguien no nos gusta cómo es o
cómo nos trata y no nos importa esa persona nos alejamos y asunto resuelto. El
tema es cuando estas relaciones perduran... y nos lastiman.
En este caso hay dos cuestiones
básicas que debemos tener en cuenta si queremos manejarnos inteligentemente en
nuestras relaciones, sobre todo cuando son difíciles. La primera tiene que ver
con el lugar que nos damos en la relación y, la segunda, nuestras expectativas
acerca de ella y de la otra persona.
El lugar que nos damos en la relación
A veces nos damos cuenta que nos
hayamos en una relación tóxica, dañina. Nos vemos intentando relacionarnos con
ciertas personas que tienen patrones de comunicación y comportamiento que nos
hacen encontrarnos una y otra vez en una situación frustrante y angustiante,
incluso de crisis, que terminan por hacernos reaccionar de una manera que no
nos gusta y nos deja mal parados ante nosotros mismos. Por mucho que, incluso,
pueda haberse hablado, por las muchas razones que se hayan intentado,
concretamente volvemos una y otra vez a encontrarnos con situaciones de celos,
culpas, cargas que no nos corresponden, quejas, etc. etc. etc.
También puede pasar que la persona en
cuestión haga promesas con respecto a tener una actitud diferente que nunca
cumpla. Y acá un poco el segundo punto.
Nuestras expectativas
Cuando las relaciones son con
personas que nos importan, porque son nuestros padres o pareja o amigos muy
íntimos, siempre les damos el beneficio de la duda, no porque hayan demostrado
ser confiables, sino porque deseamos profundamente poder relacionarnos de una
manera más amorosa y sana con ellos... y ahí nuestra debilidad. No porque no se
les pueda dar nuevas oportunidades a las personas que amamos, sino porque de
alguna manera creemos que sin cambiar nada todo va a modificarse mágicamente
sólo porque lo deseamos mucho.
¿Entonces no hay más remedio que
cortarlas o padecerlas?
En realidad hay algo que podemos
hacer. Ya les di una clave en el título de esta publicación. Y tiene que ver
con tomar protagonismo en nuestras relaciones. En lugar de aceptar pasivamente
la propuesta que nos impone, explícita o tácitamente, el otro (en este caso que
hablamos, tóxica), empezar a decidir qué tipo de relaciones queremos tener,
alimentar y mantener. Si las relaciones que tenemos están planteadas en
determinados términos y no nos gustan, tenemos que ir pensando en plantear
nuevos.
Es decir, sólo permitir relaciones
sanas en nuestra vida, para ambas partes. Y, muy importante, actuar en
consecuencia. Porque si solo lo planteamos pero seguimos actuando de la misma
manera que antes, adivinen qué, va a seguir sucediendo lo mismo.
Y en cuanto a las expectativas.
Nuestro deseo de creer. No quiero resultarles pesimista pero... la gente en
general no cambia, menos si ha tenido buenos resultados con ello (es decir, por
ejemplo, si siempre fue caprichosa y le cumplieron con sus caprichos para
evitar "problemas" o "para mantener la fiesta en paz" ¿Por
qué va a dejar de serlo?) La tendencia es que se perfeccione en más de lo
mismo. Salvo que haya realmente un despertar interno donde la persona busque un
cambio desde adentro...la gente no cambia. Y esto lo digo para que despertemos
de nuestra fantasía de que las cosas van a ser diferentes sin hacer nada para
que eso suceda.
Entonces, si el o la otra persona no
va a cambiar, ¿Qué es lo que queda por hacer?
No podemos cambiar a los demás, pero
lo que sí podemos hacer, lo que sí está en nuestro poder, lo que es realmente
nuestra responsabilidad, es decidir cuál va a ser nuestra respuesta a la
propuesta que nos hagan y tener, a su vez, una propuesta propia.
El cambio está en nosotros. Las
relaciones necesitan por lo menos de dos personas. La respuesta está entonces
en tomar nuestro lugar y, si es necesario y la otra persona no está capacitada,
tomar las riendas de la relación. Aceptar lo que es aceptable y no permitir lo que
no lo es. Querer al otro sí, pero sin olvidarse de uno. Y saber y tener bien en
claro que haremos lo que esté en nuestras manos, lo mejor que nos salga y el
resto... depende de la otra parte.
Parece fácil decirlo pero no tanto
hacerlo ¿Verdad?
Si trabajamos en tener un eje fuerte,
una mente despejada y un corazón compasivo (que nos incluya,) todo esto va a
ser más sencillo. Vamos a tener las cosas más en claro, la fuerza y
determinación para poder hacerlo y la comprensión necesaria para que nuestras
decisiones sean acordes a formas más sanas y amorosas de relacionarnos.
Lo digo y lo vuelvo a repetir mil
veces, tenemos más poder sobre nuestras vidas del que creemos o nos hicieron
creer... sólo hay que descubrir cómo realizarlo... en todas las áreas de nuestra
vida.