Inmersos como estamos en la
novedad continua, en el tener que estar a la última entre tanta oferta
distinta, demasiado a menudo nos encontramos con artilugios, teorías,
artículos, personas... que pretenden causar un efecto inmediato en nosotros. El
mensaje que se transmite (si lo hay) no importa tanto como la forma de presentarlo
y cuanto más impacto cause ésta, mejor.
De la misma manera lo que deslumbra atrapa la mirada por la parafernalia que utiliza y el exceso de luz ofusca la visión, pero es algo que no perdura, se desvanece casi en el mismo instante de ser producido, se agota en sí mismo al resaltar la obviedad y sin aportar nada necesario, depende de la apariencia más que de la esencia, no propicia el análisis profundo, el buscar otra perspectiva o cuestionar la existente.
La sensación que produce es como la de ir conduciendo por una carretera oscura y, de repente, encontrar a un conductor de frente con las luces largas puestas. Esa luz más que dejarte ver, te ciega por momentos, te paraliza o desestabiliza un segundo hasta que consigues recuperar la visión normal y continúas la marcha.
Lo superfluo caduca rápido y necesita constantes recambios que garanticen una presencia perenne para no sucumbir al olvido de aquellos que se vuelven desmemoriados y exigentes. Y es por esto que necesitamos la novedad continua y la estimulación constante.
Lo que ilumina, por el contrario, deja ver todo alrededor, hasta las sombras que produce, transforma lo complicado en sencillo (no hay nada más difícil de conseguir que la sencillez), nos hace reflexionar, analizar, enciende la chispa que hay en nosotros y nos impulsa a aprender y a mejorar.
Vuelves a la lectura de ese libro, al mensaje de esa película, a las enseñanzas de esa persona... lo que ilumina obtiene un "éxito" quizá más lento o sutil, pero permanece y su mensaje, lejos de perder vigencia, se enriquece con el tiempo.
Dale valor a todo lo que haces cada día, que perdure e ilumine a tu alrededor.
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