¿Tiene la humanidad un lugar especial en el
universo? ¿Cuál
es el significado de nuestras vidas? Para el biólogo y ganador
del premio Pulitzer Edward O. Wilson, ya hemos aprendido lo
suficiente sobre el universo y nosotros mismos, como para poder empezar a
afrontar preguntas sobre nuestro lugar en el cosmos y el significado de la vida
inteligente.
En El significado de la existencia humana, Wilson examina
lo que hace que los seres humanos sean absolutamente distintos al resto de las
especies. Buscando el significado de lo que Nietzsche en
su día denominó «los colores del arco iris» en los límites exteriores
del conocimiento y la imaginación, lleva a sus lectores a un viaje, entre la ciencia y la filosofía para crear
un tratado del siglo XXI sobre la existencia humana, desde nuestros primeros
inicios a una mirada provocativa a lo que presagia el futuro de la humanidad.
¿Cuál es el significado de la existencia
humana?
Wilson sugiere que es la épica de las especies, que se
inició en la evolución biológica y la prehistoria, pasó a la historia y, ahora
con urgencia, día a día, cada vez más rápido hacia el futuro indefinido, es
también lo que decidiremos que sea.
Los avances de la ciencia y la tecnología nos llevarán
al mayor dilema moral desde
que Dios sujetó la mano de Abrahán. Estamos a punto de abandonar la selección natural, el
proceso que nos creó, a fin de dirigir nuestra propia evolución mediante selección voluntaria, el proceso de rediseño de nuestra biología y
naturaleza humana como deseamos que sea.
La prevalencia de algunos
genes sobre otros ya no será resultado de las fuerzas medioambientales, la
mayoría de las cuales están fuera del control humano o incluso del
entendimiento. Los genes y sus rasgos prescritos pueden ser lo que queramos.
Entonces, ¿qué pasa con
vidas más longevas, una mayor memoria, una mejor visión, un comportamiento
menos agresivo, una capacidad atlética superior, un olor corporal agradable? Como escribe Wilson, la
lista de la compra es interminable.
Tenemos suficiente inteligencia, benevolencia,
generosidad e iniciativa como para convertir la tierra en un paraíso, tanto
para nosotros como para la biosfera que nos engendró. Podemos lograr ese
objetivo de manera verosímil, al menos, ir por el buen camino a finales de este
siglo. El problema que está frenando este proceso hasta ahora es que el Homo sapiens es una especie disfuncional de manera innata. La maldición paleolítica
nos ha ralentizado: las adaptaciones genéticas que funcionaron muy bien durante
millones de años de existencia de cazador-recolector, son cada vez obstáculo
mayor en una sociedad urbana y tecnocientífica global. No parecemos capaces de
estabilizar ni las políticas económicas, ni los medios de gobierno a un nivel
superior al de un pueblo. Asimismo, la gran mayoría de la gente del mundo sigue siendo esclava de
religiones tribales organizadas, dirigidas por hombres que
afirman tener poderes sobrenaturales para competir por la obediencia y los
recursos de la fe.
Somos adictos al conflicto tribal, que es inofensivo y entretiene si existe en los equipos
de deportes, pero mortales si
se expresan como luchas étnicas, religiosas e ideológicas. Hay otros sesgos
hereditarios. Seguimos destruyendo el medio ambiente natural, la herencia más
preciosa e irremplazable de nuestra especie ya que estamos demasiado
concentrados en nosotros mismos como para proteger el resto de la vida que
existe.
Mientras el conocimiento científico y la tecnología sigan creciendo
exponencialmente, duplicándose cada una o dos décadas, dependiendo de la disciplina, la tasa de crecimiento se reducirá inevitablemente. Los
descubrimientos originales, habiendo generado enorme conocimiento, se reducirán
y empezarán a disminuir en número. En las próximas décadas, el conocimiento de
la cultura tecnocientífica será enorme en comparación con la del presente, pero
también será la misma en todo el mundo.
Lo que seguirá desarrollándose y diversificándose de manera
indefinida es la humanidad. Si se puede decir que nuestra especie tiene alma,
esta reside en las humanidades.
Es cierto que la ciencia y las humanidades son fundamentalmente
distintas la una de la otra en lo que afirman y en lo que hacen. Pero se
complementan la una a la otra en origen, y surgen de los mismos procesos
creativos en el cerebro humano. Si el poder heurístico y analítico de la
ciencia se puede unir a la creatividad introspectiva de las humanidades, la
existencia humana se elevará a un significado infinitamente más productivo e
interesante.
Edward Osborne Wilson es reconocido como uno de
los biólogos más importantes del mundo. Entre los reconocimientos que ha
recibido en todo el mundo se encuentran la Medalla nacional de la ciencia de
los EE. UU., el premio Crafoord de la Real Academia Sueca de las Ciencias, o el
Premio internacional de biología de Japón. En el ámbito de las letras, dos
premios Pulitzer, los premios Nonino y Serono en Italia y el premio COSMOS de
Japón. Es Honorary Curator en
etimología y catedrático
emérito de investigación universitaria de la Universidad de Harvard. Es autor
de Sobre la naturaleza humana
(premio Pulitzer de 1979), Las hormigas (premio Pulitzer de 1991),
Consiliencia: la unidad del conocimiento, El futuro de la vida o Cartas a un joven
científico, entre otros
libros.