Existe mucho material para ayudarnos en la planificación a
la hora de resolver problemas, pero ¿qué hay de eso que llamamos pálpito? Es
algo que trasciende a la razón. Si buscamos en el diccionario de la Real
Academia Española por esos términos relacionados con las corazonadas aparece la
palabra “presentir”. La definición que lo acompaña nos habla de intuir,
adivinar o tener la impresión de que algo va a suceder.
Sí, tenemos capacidad para tomar decisiones en cuestión de
segundos y no equivocarnos. Por tanto, parece imposible que un mecanismo que
contribuye de un amanera tan importante a nuestra supervivencia esté gobernado
por el azar. Sobre todo, si tenemos en cuenta la cantidad de veces que acierta.
Sabemos que no siempre podemos confiar en nuestras primeras
impresiones. Todos guardamos en la memoria varias veces en las que nos hemos
fiado de ellas y ha fallado. Por otro lado, también sabemos que nuestra
intuición trabaja con heurísticos o atajos que por su carácter globalizador y
generalista distan mucho de ser precisos.
“Probamos por medio de la lógica, pero descubrimos por
medio de la intuición”.
-Henri Poincaré-
Por otro lado, la intuición ha sido un mecanismo más
asociado a la mujer (no
en vano utilizamos en el lenguaje popular la expresión de “intuición
femenina”). Además, siempre se ha pensado que es algo “mágico”: una habilidad o
un don. Sin embargo, pese a que parte de la ciencia no ha podido explicar
determinadas situaciones, sí sabemos que su funcionamiento tiene una
explicación más cercana y comprensible que la magia.
Los mecanismos de asociación que tenemos en nuestro cerebro,
muchos de ellos rápidos y veloces, se encuentran en la base de nuestra
intuición. Son tan rápidos porque son capaces de trabajar con una gran cantidad
de información y porque además pueden hacerlo en un foco alejado de la atención
de nuestra consciencia.
La historia de Abbie Conant que nos cuenta Malcom Gladwell
en su libro “Inteligencia Intuitiva” no es solo una historia de lucha
contra el machismo en la música. También es un reflejo de cómo se puede
favorecer a la intuición cuando la razón se interpone. Abbie tocaba el trombón
– instrumento históricamente masculino – en Italia en el año 1980. Envió muchas
solicitudes para orquestas europeas y solo respondió la Orquesta Filarmónica de
Múnich.
La audición se hizo detrás de una cortina porque uno de los
aspirantes era hijo de una persona conocida por el jurado. Abbie Conant
interpretó el Concertino para trombón de Ferdinand David y falló en una
nota. Pese a que salió pesimista de la prueba fue la elegida por el tribunal
para formar parte de la orquesta.
“El intelecto confunde la intuición”.
-Piet Mondrian-
Los expertos musicales reconocieron en cuestión de segundos
la calidad de una interpretación. Con Conant lo tuvieron claro y después
de escuchar la pieza tocada por ella no quisieron escuchar a nadie más.
La sorpresa para ellos fue cuando pidieron que saliera a
escena el trombonista elegido y apareció una mujer en el escenario. Una
mujer que en sus mentes no podía tener la capacidad para tocar ese instrumento.
Pese a que la contrataron, le hicieron pasar un sinfín de pruebas hasta llegar
a los tribunales para poder ser reconocida.
Este es el ejemplo de cómo podemos manipular el entorno para
dejar que la intuición fluya. La cortina es la clave en esta historia. Al
anular la parte de pensamiento únicamente quedó la sensibilidad y lo puro. Sin
la cortina el valor de Abbie hubiera quedado enturbiado por otro enemigo de la
intuición: el prejuicio.
Pese a lo que hemos dicho, la intuición suele ser fiable cuando tenemos
poco tiempo para tomar una decisión. Imagina que te ofrecen
cambiar de departamento en la empresa en la que estás y además te dicen que es
una decisión que tienes que tomar con urgencia porque necesitan cubrir ese
puesto.
En los casos en los que los que no tenemos tiempo para tomar una decisión fiarnos
de la intuición es la opción más adecuada.