Esta frase es un recurso explicativo tan frecuente que
prácticamente se ha convertido en un proverbio o refrán. “Cambia oro por
espejitos” es una metáfora que quiere poner de manifiesto la ingenuidad y, si
se quiere, hasta la torpeza de alguien cuando cambia algo muy valioso por algo
que carece por completo de ello y es hasta una trivial objeto desdeñable.
Como ya sabemos, la frase proviene del hecho, real o
leyenda, de cuando los conquistadores españoles llegaron a América, entre otras
cosas en búsqueda del Dorado y se encontraron con los pueblos indígenas a los
cuales les ofrecían barata bisutería, simples espejitos, a cambio del “valioso”
oro.
Al hacer referencia a esta aparentemente indigna transacción, se pretende
poner de manifiesto el implícito engaño que se realiza entre los avezados y
“conocedores” conquistadores por un lado y los ingenuos, “tontos” o candorosos
indígenas, que por falta de conocimiento eran tan fáciles de engañar.
¿Pero esto es realmente así? ¿Quién era realmente el
engañado? O más bien, ¿existía tal engaño o solo una de las partes creía estar
engañando a la otra sin que esto fuera realmente cierto? Para responder estas
preguntas debemos tomar conciencia, que esta transacción se realizaba entre dos
culturas, es decir entre dos paradigmas referenciales completamente
diferentes. Los españoles consideraban muy valioso el oro que para los
indígenas solo eran piedras que encontraban con relativa facilidad a orillas de
sus majestuosos ríos. Que les ofrecieran unos objetos tan extraños y
maravillosos, casi mágicos, como un espejo, a cambio de unos trozos de piedra,
les debe haber parecido sumamente extraño y bastante “tonto”. Los nativos de
América no tenían acceso a espejos, eran objetos extraños, apetecibles y que
tenían el mágico poder, entre muchos otros de reflejar sus rostros.
Cambiar
piedras amarillas de la orilla del río por espejos les debe haber parecido un
extraordinario “buen negocio”. Por su parte, la cultura y los paradigmas
referenciales de los conquistadores, los llevaban a pensar que dar espejos por
oro les generaba una ganancia incalculable.
Cada uno de los actores de esta acción, mítica o real,
estaba imbuido dentro de una marco de creencias, pensamientos y
sensaciones que les hacían ver la realidad de una manera predeterminada.
Nosotros, ahora mismo, también estamos inmersos dentro de un paradigma
referencial que nos condiciona a percibir e incluso a fabricar una realidad
determinada, que nos parece la única y verdadera realidad.
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