Cerca de 821
millones de personas -uno de cada nueve habitantes del planeta-, padecieron
hambre el año pasado, lo que supone el tercer aumento anual consecutivo, según
el último informe sobre el hambre de la ONU.
Existe gran
cantidad de información sobre la distribución geográfica del hambre y sus
principales causas -en particular factores climáticos y los conflictos
prolongados- que imponen una pesada carga a los agricultores de subsistencia,
señaló Graziano da Silva. Añadió que es esencial mejorar los medios de vida de
la población rural pobre y aumentar su resiliencia en los contextos de
desastres y conflictos.
“Tenemos que
ponernos más serios para acabar con los conflictos”, subrayó David Beasley,
Director Ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Hay también otras
formas de malnutrición que se están propagando, en especial la obesidad, que
afecta ahora al 13,3 por ciento de la población mundial adulta y está en vías
de superar al número de personas subalimentadas en el mundo. Ocho de los 20
países con las tasas de obesidad en adultos que aumentan de forma más rápida,
se encuentran en África.
“El sobrepeso y la
obesidad deben ser un tema de políticas públicas, no un problema privado”,
insistió a su vez Graziano da Silva, y añadió que “los gobiernos deben asumir
la responsabilidad de proporcionar alimentos saludables y nutritivos que sean
accesibles y asequibles para todos”. Recordó igualmente que las herramientas de
políticas necesarias incluyen legislación nacional y programas específicos para
promover el consumo de alimentos frescos locales.
La Agenda 2030
exige una alianza firme y amplia y el CSA, que reúne a un amplio abanico de
partes interesadas, ofrece un “espacio único de diálogo”, afirmó el responsable
de la FAO.
La labor del CSA
Los delegados del
CSA debatirán las directrices voluntarias sobre sistemas alimentarios y
nutrición, que se esperan finalizar para el 2020.
Estas directrices
tienen como objetivo ayudar a los gobiernos y socios relevantes a mejorar los
sistemas alimentarios, hacerlos más sostenibles de manera que confirmen las
creencias, culturas y tradiciones de las personas y garanticen que se beneficia
a las más vulnerables. Están orientadas a desarrollar un enfoque integral,
teniendo en cuenta la fragmentación normativa existente entre los sectores de la
alimentación, agricultura y sanidad.
Las directrices se
centrarán en tres dimensiones en particular: las cadenas de suministro de
alimentos, desde la producción y el procesado hasta el envasado y la
comercialización; los entornos alimentarios, las condiciones físicas y
socioculturales que determinan las opciones alimentarias y el estado
nutricional de las personas; y el comportamiento del consumidor, que se ve
influido por los dos primeros factores, así como por las preferencias
personales.
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