Un sueño premonitorio con el perro de una amiga y, sobre
todo, la última conversación con su madre fallecida de cáncer de ovario en el
año 2000, le han llevado a Jesse Bering, profesor de la Universidad de Otago en
Nueva Zelanda, y que se declara escéptico-racionalista, a investigar el extraño
fenómeno de la lucidez terminal. “Estaba en coma irreversible y yo no había
tenido tiempo de agradecerle lo que había hecho por mí”, recuerda en Scientific
American. “Pero mientras la acompañaba en el hospital, en torno a las tres de
la madrugada, me desperté con su mano junto a la mía; parecía muy consciente.
Estaba demasiado débil para hablar, pero sus ojos lo decían todo.
Pasamos unos
cinco minutos cogidos de la mano: le dije todo lo que había querido decirle
antes. Después cerró los ojos de nuevo, esta vez para siempre”. La lucidez
terminal fue analizada por el biólogo alemán Michael Nahm en un artículo de
2009 en The Journal
of Near-Death Studies donde describía a
personas con deterioro cognitivo que despiertan poco antes de morir.
Casos de este tipo se han registrado desde Hipócrates, pero
nadie los había formalizado. Nahm define la lucidez terminal como “el (re)
surgimiento de capacidades mentales normales o inusualmente mejoradas en
pacientes inconscientes o con enfermedad mental poco antes de la muerte”.
Algunos la incluyen dentro de las experiencias cercanas a la muerte. En un
artículo del mismo año en Journal of Nervous and Mental Disease, Nahm precisaba
que de los 49 casos de lucidez terminal que había estudiado, la gran mayoría
(84 por ciento) ocurrieron una semana antes de la muerte y el 43 por ciento, el
último día. Así, un paciente esquizofrénico ruso que había estado totalmente
catatónico durante casi dos décadas “se convirtió en casi normal” antes de
fallecer.
En otro estudio, el 70 por ciento de cuidadores de un hogar
de ancianos británico dijeron que habían observado a personas con demencia
resucitar mentalmente poco antes de morir. Una mujer de 92 años con Alzheimer
avanzado no había reconocido a su familia durante años, pero el día antes de su
muerte conversó con ellos con normalidad, recordando el nombre de todos.
Nahm no descarta una explicación fisiológica-cerebral, pero
en pacientes casi vegetativos es un auténtico misterio médico, algo más que una
colección de anécdotas. “Sigo siendo escéptico”, dice Bering. “Aun así, no sé
cómo mi madre se las arregló en esos cinco minutos de perfecta comunión
conmigo. ¿Era su alma inmortal? ¿Una última tormenta química de su cerebro
moribundo?
Sea lo que fuere, me alegro de que ocurriera”.
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