Si te da miedo plantarte y decir que no a
algo porque crees que te rechazarán, que
se picarán contigo o que dejarán de contar contigo, puede que consigas precisamente eso.
Porque por
no hacerle un feo a nadie, le acabas fallando a la persona
más importante de tu vida: tú mism@. Cada opinión que falseas para quedar
bien, cada idea o plan que aceptas sin que te apetezca, difumina una
parte de ti. Acabas por no saber qué prefieres, qué te gusta y qué necesitas.
Y eso se nota. Una actitud de seguridad en ti mismo y un criterio propio (que tu
opinión no sea un flubber que
se adapta a toda superficie) tienen más magnetismo que
postrarse siempre a los pies de los demás.
No decir nunca lo que realmente piensas te convierte en esa persona que siempre está dispuesta a cambiar
sus planes por los demás, que
siempre dice que sí a los favores y que siempre puede trabajar más y más
rato que el resto. Y como ves que estar siempre al servicio
de los demás no es suficiente para sentirte querido, te frustras y acabas culpando inconscientemente a
las mismas personas que querías complacer. Sientes que empiezan a pedírtelo
todo a ti, y no te das cuenta de que eres tú quien les ha dado carta blanca para tratarte así.
La gente no quiere abrirse con alguien que esconde sus
propios sentimientos. Además, ya no sabes si hacen cosas contigo porque les caes bien o porque
les es fácil y accesible, y empiezas a rallarte de
más. Aunque sea con buenas intenciones, no decir lo que uno piensa es
esconder la verdad. Y eso hace que tu palabra pierda valor: si un amigo
espera una crítica constructiva o un consejo importante, no vendrá a pedírtelo
a ti. A la hora de la verdad, la gente íntegra prefiere que vayas de
frente a que les regales los oídos.
Observé que mucha gente a mi alrededor no tiene esta
obsesión por caer bien, que dice lo que piensa con naturalidad y sin
embargo (o quizás gracias a ello) tiene la admiración y el respeto de los
demás. Fíjate en ese colega borde de turno que se ha ganado el cariño de
todos, o cuántas veces has escuchado a alguien decir "lo siento, hoy
no me va bien" sin dar más explicaciones. No hace falta renunciar a ser
agradables, ni soltar puyitas todo el día para hacerte el duro, sino
simplemente dejar de tenerle terror a decepcionar a alguien.
El mundo no se viene abajo por decir que no de vez en
cuando. Si mandas a la mierda la necesidad de una imagen impecable, verás
que no caes en un pozo de desaprobación. Al fin y al cabo, ya se sabe que no es
fácil tenerlos a todos contentos. Cuando yo empecé a relajar mi actitud, se
alejaron de mí algunas personas que no me hacían ningún bien, pero el
resto (la mayoría) simplemente empezó a respetarme un poco más.
Noté que
algunas amistades se volvían más cercanas, y empecé a disfrutar de verdad
de la vida social, sin complejos. Los que te quieren bien no quieren tu
"queda buenísimo": quieren tu yo auténtico. Cuando dejes de
buscar la aprobación de los demás, te darás cuenta de que en realidad no la
necesitas.
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