lunes, 19 de noviembre de 2018

Imponderables


Las evoluciones del destino, los posibles ISLOTES humanos con cierta autonomía, conforman un conjunto caótico, quizá ordenado por reglas desconocidas, pero caos al fin. No somos capaces de medir, ni con mediana exactitud, la inmensidad de los factores influyentes en el devenir vital. Unos por estar relacionados con esa Física profunda de los mundos, pero los condicionantes biológicos no le van a la zaga, por su dinamismo complejo. De tal guisa, pescamos en la vorágine apenas intuida, con las consiguientes inseguridades.

Solemos pasar por alto algunos desatinos importantes, con frecuencia son apreciados por cualquiera, pero con la dificultad de su deslinde adecuado.

Parece fuera de duda la exagerada presencia de la INSENSATEZ, aunque se den pocos acuerdos para delatarla nominalmente. Desde la imbecilidad por falta de intelecto, por la indolencia de mucha gente desinteresada del asunto, por el orgullo irracional de quienes medran a pleno rendimiento, desde las perversas mentalidades que todo lo malician; son cuatro frentes apuntando a las mayores insensateces. Con ese número de impulsos, entenderemos mejor la abundancia de actitudes insensatas en la vida diaria y sobre todo en las movidas sociales.

El mundo es injusto por su propia constitución. Para cada propiedad, las posibilidades de utilizarla son discordantes, ningún paralelismo es concluyente. 

La inmediatez de la justicia rápida, deja abarrotado el tintero de las circunstancias no analizadas. Cuando el retraso es notorio, la evolución temporal modificó las realidades. Las leyes y las personas ocupan espacios disociados. Las primeras fijan las situaciones, que los comportamientos individuales modifican. El buen juicio para un equilibrio es complicado. Los desequilibrios provocan la INJUSTICIA, acaso irremediable, pero acentuada por las participaciones irresponsables, sea por posición social, corrupción o por el nulo respeto por los razonamientos francos, que lamentamos a diario.

¿Se requiere la franqueza para unas relaciones gratificantes? ¿Qué papel juega la mentira o la simple ocultación en dichas actividades? Entre las respuestas viaja una gran parte de la felicidad a la que podamos aspirar o de los malos tragos en perspectiva. Pero enseguida notamos la distancia crucial que separa las vivencias íntimas de lo expresado hacia los demás; esa distancia que nunca sabremos con exactitud. Tratamos con la SINCERIDAD, imprevisible e inabordable; por lo tanto, tampoco vislumbramos los alcances de su ambigüedad, ese suelo resbaladizo dependiente de las circunstancias personales o ambientales, de las que menos podremos estar prevenidos.

Avanzamos hacia una sociedad caracterizada por la FRAGMENTACIÓN absoluta, de rasgos intolerantes; prevalecen las versiones fragmentarias sobre los planteamientos comunitarios. La gravedad no reside en la existencia de posiciones discordantes, propias de la diversidad; sino en la ausencia de razonamientos dialécticos, con franqueza, para la convivencia. 

Hay posiciones ilógicas, perversas, destructivas, de imposible acomodo en comunidades conformadas a base de experiencias y proyectos. Cualquier ocurrencia no puede pretender su imposición al conjunto. Tampoco la judicialización resuelve las discrepancias. La delimitación satisfactoria con la integración aceptada por sus miembros suena a ensoñación irrealizable.

En otro ejemplo, podemos fijarnos en todo lo que se ha discurseado, parloteado por charlatanes apoltronados, o disparatado, que también; sobre el asunto del ARRAIGO o desarraigo de las personas en un determinado lugar, en una comunidad concreta. Es una condición con gran variedad de matices. Si echamos un vistazo por los entornos, observamos, sobrepasado el asombro inicial, a los grupos políticos imbuidos del suficiente poder clasificatorio para discriminar de manera excluyente a los desafectos.

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