Las evoluciones
del destino, los posibles ISLOTES humanos con cierta autonomía, conforman un
conjunto caótico, quizá ordenado por reglas desconocidas, pero caos al fin.
No somos capaces de medir, ni con mediana exactitud, la inmensidad de los
factores influyentes en el devenir vital. Unos por estar relacionados con esa
Física profunda de los mundos, pero los condicionantes biológicos no le van a
la zaga, por su dinamismo complejo. De tal guisa, pescamos en la vorágine
apenas intuida, con las consiguientes inseguridades.
Solemos pasar por alto algunos desatinos importantes, con frecuencia son apreciados por cualquiera, pero con la dificultad de su deslinde adecuado.
Parece fuera de
duda la exagerada presencia de la INSENSATEZ, aunque se den pocos acuerdos para
delatarla nominalmente. Desde la imbecilidad por falta de intelecto, por la
indolencia de mucha gente desinteresada del asunto, por el orgullo irracional
de quienes medran a pleno rendimiento, desde las perversas mentalidades que
todo lo malician; son cuatro frentes apuntando a las mayores insensateces.
Con ese número de impulsos, entenderemos mejor la abundancia de actitudes
insensatas en la vida diaria y sobre todo en las movidas sociales.
El mundo es
injusto por su propia constitución. Para cada propiedad, las posibilidades de
utilizarla son discordantes, ningún paralelismo es concluyente.
La inmediatez
de la justicia rápida, deja abarrotado el tintero de las circunstancias no
analizadas. Cuando el retraso es notorio, la evolución temporal modificó las
realidades. Las leyes y las personas ocupan espacios disociados. Las primeras
fijan las situaciones, que los comportamientos individuales modifican. El
buen juicio para un equilibrio es complicado. Los desequilibrios provocan la
INJUSTICIA, acaso irremediable, pero acentuada por las participaciones
irresponsables, sea por posición social, corrupción o por el nulo respeto por
los razonamientos francos, que lamentamos a diario.
¿Se requiere la
franqueza para unas relaciones gratificantes? ¿Qué papel juega la mentira o
la simple ocultación en dichas actividades? Entre las respuestas viaja una
gran parte de la felicidad a la que podamos aspirar o de los malos tragos en
perspectiva. Pero enseguida notamos la distancia crucial que separa las
vivencias íntimas de lo expresado hacia los demás; esa distancia que nunca
sabremos con exactitud. Tratamos con la SINCERIDAD, imprevisible e
inabordable; por lo tanto, tampoco vislumbramos los alcances de su
ambigüedad, ese suelo resbaladizo dependiente de las circunstancias
personales o ambientales, de las que menos podremos estar prevenidos.
Avanzamos hacia una sociedad caracterizada por la FRAGMENTACIÓN absoluta, de rasgos intolerantes; prevalecen las versiones fragmentarias sobre los planteamientos comunitarios. La gravedad no reside en la existencia de posiciones discordantes, propias de la diversidad; sino en la ausencia de razonamientos dialécticos, con franqueza, para la convivencia.
Hay posiciones
ilógicas, perversas, destructivas, de imposible acomodo en comunidades
conformadas a base de experiencias y proyectos. Cualquier ocurrencia no puede
pretender su imposición al conjunto. Tampoco la judicialización resuelve las
discrepancias. La delimitación satisfactoria con la integración aceptada por
sus miembros suena a ensoñación irrealizable.
En otro ejemplo, podemos fijarnos en todo lo que se ha discurseado, parloteado por charlatanes apoltronados, o disparatado, que también; sobre el asunto del ARRAIGO o desarraigo de las personas en un determinado lugar, en una comunidad concreta. Es una condición con gran variedad de matices. Si echamos un vistazo por los entornos, observamos, sobrepasado el asombro inicial, a los grupos políticos imbuidos del suficiente poder clasificatorio para discriminar de manera excluyente a los desafectos. |
lunes, 19 de noviembre de 2018
Imponderables
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