Este es un mundo donde la mayoría nos la pasamos corriendo a toda velocidad sin un rumbo. Malgastando los días, persiguiendo metas ilusorias e impulsadas por nuestra propia negación omnipotente de la finitud de la vida. En un contexto así, pareciera que recordarle a todo el mundo el “Carpe diem” es una buena idea, y posiblemente lo sea. Tiene poco sentido que nuestro tiempo se escape mientras estamos siempre con el foco puesto en la postergación, en la obtención de metas distantes que nunca llegan. Así, la gratificación sistemáticamente escasea, y el “Carpe diem” puede ayudarnos a recuperar cierto balance perdido.
Pero esta idea al pie de la letra es también peligrosa. Hay una frase que dice “vive cada día como si fuera el último, porque algún día, sin duda, estarás en lo correcto”. Pero esa frase olvida que, muy probablemente, ¡antes de ese día habrás errado decenas de miles de veces!
Me tomo la licencia de ser un tanto “literal” para marcar el punto: imagínense por un minuto que supieran que mañana es el último día de sus vidas y piensen qué harían con ese día. Casi con seguridad sería un día horrible, dedicado a ordenar asuntos pendientes y a despedidas entre lágrimas. ¿Queremos vivir cada día como si fuera el último?
Sí, ya sé. La idea de “como si fuera el último” no se refiere a despedirnos sino a enfocarnos en hacer aquello que nos gusta y nos gratifica a corto plazo, “como si no hubiera un mañana”. Pero… ¿qué cosas gratificantes se pueden hacer que se inicien y concluyan en un sólo día? Charlar con amigos, jugar a la Wii, tomar solcito en la plaza… Imaginen su último día bajo esta nueva lógica. ¿Queremos vivir cada día como este día?
Hay dos palabras en inglés de difícil traducción que expresan para mí los adjetivos que quisiera sentir respecto de mi propia vida: estos son “fulfilling” y “meaningful”.
“Fulfilling” tiene que ver con la sensación de gratificación asociada a alcanzar aquello que uno se propone, sea lo que sea que uno se haya propuesto.
“Meaningful” tiene que ver con la sensación subjetiva de tener un “sentido”, un propósito que va más allá de nosotros mismos.
La trampa reside en que muchas de las cosas que son “fulfilling” (nos gratifican a corto plazo), nos hacen sentir vacíos desde el punto de vista del “meaning”. Las cosas “meaningful” (significativas) no se construyen de un día para el otro. No pueden hacerse sin un horizonte más largoplacista en el que pensemos nuestra felicidad como algo intertemporal, más que como algo inmediato.
Con muchos de los hábitos saludables pasa lo mismo. Si la vida es finita, ¿dormimos menos? ¿No dormimos nada? ¿Comemos hamburguesa de Burger King (o la comida poco saludable de tu preferencia) todos los días hasta que el colesterol nos desborde por las orejas? Mi problema con el “Carpe diem” es que subraya hasta el exceso la realidad de nuestra finitud.
Encontrar un balance entre el “fulfilling” y el “meaningful es un arte difícil. Pero lograrlo, a mi modo de ver, nace de no olvidar el “Carpe”, pero reemplazar “diem” (día) por “vitam” (vida).
En conclusión, el punto que quiero marcar es que es un sinsentido vivir nuestra vida como si fuera eterna, pero no es menos absurdo vivirla como si la muerte fuera inminente (aun cuando lo sea). La vida es como una película que nadie sabe cuándo termina. Pero no tiene sentido por eso hacer que, por las dudas, cada momento sea como un final, por si justo “la peli” termina en ese momento.
Hay que vivir teniendo presente la muerte, pero vivir atemorizados e influenciados por su inminencia nos debilita. En el fondo, parafraseando a Lennon cuando dijo que “la vida es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas”, yo creo que lo ideal es que apliquemos esa misma filosofía a la muerte: que nos agarre viviendo, sintiéndonos haciendo otras cosas, entretenidos, no luchando contra ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario