Ya son muchas las veces que me ocurre lo mismo.
En mi cabeza surge un pensamiento o una intuición, pero solo cuando encuentro que esa opinión coincide con la de algún ilustre pensador, o que es respaldada por alguna investigación científica, me atrevo a considerarla como factible.
Mientras no encuentre confirmación externa, sigo dudando de ella. Mal asunto.
Hace casi 2.000 años el poeta satírico Persio nos advertía contra esta nociva inclinación:
En mi cabeza surge un pensamiento o una intuición, pero solo cuando encuentro que esa opinión coincide con la de algún ilustre pensador, o que es respaldada por alguna investigación científica, me atrevo a considerarla como factible.
Mientras no encuentre confirmación externa, sigo dudando de ella. Mal asunto.
Hace casi 2.000 años el poeta satírico Persio nos advertía contra esta nociva inclinación:
Ne te quaesiveris extra, (No busques fuera de ti
mismo).
En tiempos más recientes, aunque no actuales, el gran
pensador americano Ralph Waldo Emerson hacía eco de las palabras de Persio en
su indispensable obra Auto-Confianza:
Hay un momento en la formación de todos los hombres cuando
se llega a la convicción de que… la imitación es un suicidio. Creed en vuestro
propio pensamiento; creed que lo que es verdadero para uno en la intimidad del
corazón, es verdadero para todos los hombres: eso es el genio. Expresad aquello
de lo que estás convencido en tu interior y se convertirá, a su tiempo, en
opinión universal; ya que lo más íntimo llega a ser lo más externo.
Pues bien, resulta que desde hace un tiempo vengo alejándome
cada vez más del teléfono móvil. Quiero dejar de utilizarlo cada que hay un
espacio en blanco.
Muchas de las mejores cosas de la vida se nos pasan inadvertidas por andar embelesados con la centelleante pantalla.
No solo cosas que ocurren en el exterior, sino también las que ocurren en nuestro interior, que quizá, son aún más importantes.
Esta afición nos priva de una diversión mucho más cautivadora y necesaria: pensar.
Fue Einstein el que dijo:
Muchas de las mejores cosas de la vida se nos pasan inadvertidas por andar embelesados con la centelleante pantalla.
No solo cosas que ocurren en el exterior, sino también las que ocurren en nuestro interior, que quizá, son aún más importantes.
Esta afición nos priva de una diversión mucho más cautivadora y necesaria: pensar.
Fue Einstein el que dijo:
La alegría de ver y entender es el más perfecto don de la
naturaleza.
Permanecer mucho tiempo con la mirada puesta en la pantalla
no nos permite ni ver ni entender.
En lugar de ver la vida de forma directa, lo hacemos a través de un dispositivo.
En lugar de ver la vida de forma directa, lo hacemos a través de un dispositivo.
La reflexión mental es mucho más interesante que la
televisión, es una pena que más personas no se cambien a ella. Probablemente
piensan que lo que escuchan en su mente no es importante, pero si que lo es.
Estas palabras, publicadas hace más de 40 años, cuando no
había todavía internet, son hoy aún más pertinentes.
A mí me divierte mucho pasar el tiempo jugando con ideas, pero dudaba de que mucha gente lo pudiera encontrar interesante. Por ello me agradó ver confirmada mi intuición por parte del eminente Robert Pirsig, autor del libro mencionado antes.
No obstante, ese párrafo también es un gran reproche a la desconfianza con que trato a mis propias ideas.
Dicho lo anterior, volvamos al asunto de pensar, o mejor dicho, el de no pensar por andar entretenidos.
Estar siempre mirando una pantalla nos priva de utilizar los tiempos de quietud para entendernos mejor, para descubrirnos. Estamos siempre escapándonos de nosotros mismos; le damos la espalda a nuestra realidad. De esta manera, nos negamos la oportunidad de reflexionar sobre lo que nos ocurre y así establecer correctivos.
Y en ausencia del necesario espacio de reflexión, terminamos viviendo muy por debajo de nuestras posibilidades y necesidades.
Cuando no sabemos quienes realmente somos, cuales son nuestros intereses y potencialidades, no es posible crear una vida que refleje esa singularidad. Vivimos la vida que viven los demás, no la nuestra.
Y es una pena, que por andar chismeando en otras vidas, se nos pase sin darnos cuenta la nuestra, la que de verdad importa.
A mí me divierte mucho pasar el tiempo jugando con ideas, pero dudaba de que mucha gente lo pudiera encontrar interesante. Por ello me agradó ver confirmada mi intuición por parte del eminente Robert Pirsig, autor del libro mencionado antes.
No obstante, ese párrafo también es un gran reproche a la desconfianza con que trato a mis propias ideas.
Dicho lo anterior, volvamos al asunto de pensar, o mejor dicho, el de no pensar por andar entretenidos.
Estar siempre mirando una pantalla nos priva de utilizar los tiempos de quietud para entendernos mejor, para descubrirnos. Estamos siempre escapándonos de nosotros mismos; le damos la espalda a nuestra realidad. De esta manera, nos negamos la oportunidad de reflexionar sobre lo que nos ocurre y así establecer correctivos.
Y en ausencia del necesario espacio de reflexión, terminamos viviendo muy por debajo de nuestras posibilidades y necesidades.
Cuando no sabemos quienes realmente somos, cuales son nuestros intereses y potencialidades, no es posible crear una vida que refleje esa singularidad. Vivimos la vida que viven los demás, no la nuestra.
Y es una pena, que por andar chismeando en otras vidas, se nos pase sin darnos cuenta la nuestra, la que de verdad importa.
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