miércoles, 14 de noviembre de 2018

Viajando En La Lectura


Cambiar de trabajo, de ocupación, cambiar de vida, de familia, de amigos, de lugar, de país… afinar un instinto errante, instalarse en el cambio y hasta desterrar certezas,  éste es nuestro decorado  cotidiano en tiempos de acelerada movilidad y cambios deseados o impuestos.

También la lectura, más que nunca,  se ha vuelto nómada; ha abandonado el centro de nuestra cotidianeidad para instalarse en la periferia de nuestras actividades. Ahora  aprovecha esos espacios de tránsito que antes vivíamos sin contenido (el transporte público); reutiliza los que surgen de nuestros   tiempos vacíos y expectantes – en espera de-  (la consulta del médico, los trámites en Hacienda, la espera en una cola);  se instala en los lugares de socialización (el bar, el parque) que cada vez más convertimos,  en determinados momentos del día,  en  lugares de aislamiento, de individuación y llega hoy hasta los santuarios domésticos donde nunca llegaron los libros: la cocina o el baño. 

La posibilidad de la lectura nos acompaña y viaja con nosotros, allí donde nos desplacemos.
Esta movilidad del contenido ha sido posible gracias a la revolución tecnológica que ha llegado para instalarse  en la variedad de soportes  de lectura de la que disfrutamos ahora. La facilidad de acceso a la lectura, su portabilidad,  su versatilidad de contenidos, su capacidad de almacenamiento es la responsable. No es casual que sean los viajeros los primeros en abrazar con entusiasmo esa circunstancia de movilidad que define ya modos y hábitos de  lectura y que marcan el futuro. Pero, con ser importante el cómo, a través de qué soporte leemos, el placer de la experiencia viene determinado por el nudo y las conexiones con las que se enredan libros y viajes. 

Como dice Attilio Brilli, “De la misma manera que el viaje rellena los huecos del plano topográfico, el libro lo hace con los del viaje”, en un antes y un después  que convoca no sólo la memoria personal y la evidencia de lo vivido y conocido, sino la de aquellos que transitaron antes un lugar y depositaron en su relato otra cadena de memorias y evidencias.

La lectura, como el viaje, es un estado de ánimo que nos permite desplazarnos por paisajes mentales, ya sea inspirados en la realidad o en el ensueño. Se parecen  ambos porque implican trayecto, recorrido, siguen una dirección, un camino imaginario mientras trazan una ruta que  va desvelando, al paso, la riqueza de  contingencias que estimulan nuestra imaginación y nuestra mirada sobre el mundo, mientras se desarrolla  el sentido del descubrimiento. 

Se lee mientras se viaja y se viaja a través de los libros. Siempre leer implica  viajar, más allá de su sentido metafórico,  y todo viaje involucra en la lectura de lo que existe en el exterior de nosotros. 

Son acciones que ponen en funcionamiento las dinámicas de nuestro intelecto siguiendo una cartografía personal que puede llenarse de momentos y experiencias sublimes, pero   también  sensuales y hasta prosaicas.  En la mezcla de todas ellas palpita la realidad,  casi siempre una realidad customizada por nosotros mismos, recreada por la percepción de nuestra subjetividad, que es la que crea y define un paisaje como ficción intelectual.

Del mismo modo que el buen viajero se construye y comprende  a sí mismo sobre las lecciones que ha ido depositando su experiencia de viaje, los lectores  extraen su satisfacción más profunda de  la certeza de su capacidad de comprensión de textos diversos al margen de la construcción de escalas de valor emanadas de la variedad de paisajes mentales que visitamos en la propia lectura. También como hace  el viajero, desde su capacidad de percepción, el lector trata de recabar un sentido, deducir una información valiosa desde la superficie que aflora desde las profundidades del texto, pues la semántica del paisaje real se parece a la del texto en la gramática imaginada de signos y formas entrelazadas.

La escritura del viaje nace en el diario, las notas apresuradas y las imágenes que atrapamos  en la fugacidad de la experiencia;  después se remansan y ordenan en esa narración que vive una segunda experiencia vicaria  en el escritorio del autor. Ha de transmitir aquello que coexistió en unidades delimitadas por las  referencias  espaciales y temporales  del escritor y, siempre, ha de servir a una cierta verdad vivida. 

Un buen relato de viajes es la puerta de embarque  a un mundo de estímulos diversos, empezando por la propia capacidad evocadora que crea la narración del autor. Por éstas y otras bondades es un género vehicular que traspasa las fronteras de otros géneros (autobiografía, crónica periodística, reseña histórica, ficción, novela de aventuras) para convertirse en prospección de la gran metáfora, la de la vida como viaje.

De la escritura que emana de vivencias  y experiencias viajeras; de los caminos sin hollar que aguardan a la experiencia de la lectura en un nuevo paradigma cultural marcado por la tecnología; de la mirada del viajero de hoy que irrumpe en un mundo en el que toda sorpresa ha de ser la que lleva en su propio equipaje; de todo ello y seguramente de mucho más, hablaremos hoy en el encuentro con que celebraremos uno de nuestros primeros títulos: Paisajes del mundo de Javier Reverte y nuestra propia aventura como sello editorial.

Se trata de viajar.

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