Una forma sencilla de definir a la obra de arte sería
pensarla como discurso o lenguaje. Ella es una forma que encierra contenidos
simbólicos, que el hombre descubrió para enfrentar el mundo y a la vez hacerlo
suyo. Entonces, podemos entender al arte como un lenguaje del que se valen los
hombres para entender y a la vez comunicar.
En tanto que el artista es quien transmite una idea o un
sentimiento, sin dejar de ser un ser históricamente determinado, lo que se
refleja en las obras que genera. Es así que expresa un contenido de vida en sus
obras. Por lo tanto, el arte puede considerarse el órgano de la comprensión de
la vida.
Y también en la obra de arte queda de manifiesto el momento
histórico social en el que fue pensada y realizada. Porque el artista se nutre
de los espacios e impresiones de su realidad, es decir, es impactado por el
lugar donde nació, se educó, creció, las amistades que cultivó, etcétera.
Entonces, el artista intenta explicarse cuestiones de la
realidad y por medio de su obra explica a los demás aspectos ideológicos,
políticos, sociales y económicos; es decir, en definitiva, la obra artística
está condicionada. Así resulta claro que el arte habla de cultura y refleja el
contexto histórico político, en el cual fue producida. Por eso fue posible que
Wilhelm Dilthey reconstruyera el ethos de una época a través del
estudio minucioso de la biografía y obra de una generación de poetas, como
Lessing, Novalis, Goethe y Hölderlin. Este método no es nuevo, constituye la
propuesta hermenéutica de la Nueva Escuela Histórica de fines del siglo XIX y principios
del siglo XX.
Recapitulando, si el artista se encuentra condicionado por
su momento histórico, como consecuencia también su obra lo está. Así, ésta
puede ser considerada como una huella o testimonio de la época, o en otras
palabras la memoria sobre creencias, recuerdos históricos, mitos que se
comparten.
En síntesis, la herencia cultural de un pueblo se mantiene
gracias a esos testimonios, que transmiten los rasgos de identidad. Si
consideramos a la obra de arte como el vehículo de un discurso del espíritu que
busca mantener los rasgos identitarios de una comunidad, encontraremos en ella
una intención o un aspecto netamente político.
Mucho se ha hablado de la manifestación del espíritu humano
que se constituye como un lenguaje que en tanto construcción simbólica es
susceptible para ser considerada un recurso muy rico y a la vez legítimo para
el estudio de lo social, lo político, filosófico e histórico que constituyen nuestra realidad. Entonces
la función social que se le atribuye a la obra de arte consiste en que al ser
un lenguaje, tiene la posibilidad de comunicar tanto ideas como sensaciones a
un público determinado.
De entre todas las manifestaciones artísticas, la literatura
es la que tiene más posibilidades de comunicación, ya que se vale de un
lenguaje que puede expresar con claridad relaciones sociales en un ambiente de
poder, aunque debemos admitir que la existencia y la convivencia humana no sólo
se constituyen en formas de poder.
También es preciso recordar que
las formas artísticas se
encuentran estrechamente relacionadas con la realidad que vive el artista.
Entonces, la función social del arte ha evolucionado, poco a poco ha dejado de
ser un instrumento ligado a la magia y fantasía para convertirse en una forma
de conocimiento, que complementa los datos históricos, permitiéndonos apreciar
el aspecto de las sensaciones y sentimientos.
En este sentido, lo que entendemos o designamos como arte es
la traducción del término griego tecnos,
que se refiere a una forma de hacer algo e incluye el pensar en ello.
Como bien lo explica Cassirer:
En la historia del género humano el Estado, en su forma
actual, es un proceso tardío del proceso de civilización. Mucho antes de que el
hombre haya descubierto esta forma de organización social ha realizado otros
ensayos para ordenar sus sentimientos, deseos y pensamientos. Semejantes
organizaciones y sistematizaciones se hallan contenidas en el lenguaje, en el
mito, en la religión y en el arte (Cassirer, 1997,
101-102).
Por su parte, la escritora Susan Sontag haciendo referencia
al arte como una fuente de conocimiento afirma:
Una obra de arte puede contener todo tipo de información y
ofrecer enseñanzas sobre nuevas actitudes (a veces encomiables); podemos
aprender teología medieval e historia florentina en Dante; podemos hacer
nuestra primera experiencia de melancolía apasionada con Chopin; Goya nos puede
convencer de la barbarie de la guerra, y una tragedia americana de la
humanidad, de la pena capital.
Pero en la medida en que tratemos estas obras en
cuanto obras de arte, la satisfacción que proporcionen será de otro orden. Será
una experiencia de las cualidades o de las formas de conciencia humana (Sontag, 1996,
55).
En tanto, Herbert Marcuse habla de la posibilidad que tiene
el arte para comunicar experiencias que no se pueden comunicar mediante otro
tipo de lenguajes. En tanto que Karel Kosic menciona que la obra de arte tiene
un doble carácter, si bien es
cierto que es una representación de la realidad, al mismo tiempo no es la
realidad, sino un reflejo de ella. Sin embargo, también nos resulta claro que
no es una imagen fiel, sino una interpretación de lo que ocurrió, como una
recreación en la que se encuentra implícita la perspectiva del autor, lo cual
agrega un contenido significativo a la obra.
De tal suerte que cada vez que se relata un hecho, esta
narración se va enriqueciendo con nuevos elementos que agrega el artista y que
no existían antes; es decir, se resignifica y por tanto con ello se revitaliza,
tanto la obra como el acontecimiento, evitando con ello que pase al olvido.
La obra de arte expresa al mundo en cuanto lo crea. Y crea
el mundo en cuanto que revela la verdad de la realidad, en cuanto la realidad
se expresa en la obra artística. En la obra de arte la realidad habla al hombre
(Kosic, 1996,
147).
Por lo anterior podemos afirmar que la obra de arte se
constituye como un mundo de significación en sí misma, ya que por medio de ella
y gracias a su sensibilidad, el artista, nos presenta un espacio único e
irrepetible que nos permite comprender mejor el momento histórico al que hace
referencia.
Dependiendo de la habilidad del literato en el uso de los
recursos lingüísticos, la obra puede trascender en el tiempo, asegurando a
futuras generaciones la posibilidad de ir más allá de su propia realidad. Esto
es una manifestación del poder o el impacto que puede tener la literatura en la
sociedad, por su capacidad para advertir de los sucesos que no se han podido
vivir.
Por otra parte, para Roland Barthes, el lenguaje es la razón
de ser de la literatura; por tanto, puede afirmarse que es una cualidad innata
de ella. Sabemos que el lenguaje fue desarrollado por los hombres con el fin de
comunicarse. Así, como mencioné antes, no sólo se relatan o describen los
hechos para dejar huellas, sino que también se narra, agregando impresiones
personales, por eso resulta tan útil a la Historia.
Ahora bien, para brindar una dimensión estética en tanto
permite acercarnos al terreno de los sentimientos a través de la sensibilidad,
cuando se refiere al aspecto poético podemos recuperar los sentimientos, la
parte que complementa nuestro conocimiento de lo histórico, encontrando nuevos
significados que nos aclaran la razón por la que se realizan determinadas acciones.
Finalmente, el uso del lenguaje como una manera de
interpretarnos a nosotros y a los otros, nos permite conocer nuestra realidad.
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