Las historias de la tradición zen y sufí que han llegado a
occidente a menudo son protagonizadas por fieros y temidos guerreros que hacen
aspavientos con sus armas, así como maestros ancianos imperturbables que ven
sus demostraciones como un niño que ve caer una tormenta terrible por la
ventana.
Una de tales historias habla de un guerrero muy famoso que
había asolado incontables ciudades y conquistado vastos territorios sin jamás
haber sido derrotado. Era tal el horror que provocaba en los pobladores que
cuando supieron que el ejército del famoso guerrero se dirigía hacia el país
todos —hasta los gobernantes— dejaron las casas vacías, con las ollas de sopa
todavía hirviendo sobre los fogones, huyendo a toda prisa.
Todos menos el maestro zen que vivía modestamente en la
ladera de una escarpada montaña.
Una vez que el ejército tomó el control de la capital, el
famoso guerrero se dirigió hasta la cabaña del maestro zen con el objetivo de
verlo con sus propios ojos. Cuando llegó ante él, viendo que se trataba de un
sencillo anciano que ni siquiera se había puesto de pie para suplicar por su
vida, el guerrero prorrumpió en insultos.
“¡Viejo tonto!”, le dijo, a la vez que desenvainaba su
espada, “¿no te das cuenta de que estás frente a un hombre que podría cortarte
a la mitad en menos de un parpadeo?”.
El maestro permaneció inmóvil y respondió:
“¿Y tú te das cuenta de que estás frente a un hombre que
podría ser cortado a la mitad sin parpadear?”.
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