viernes, 7 de febrero de 2020

La Vida Es Ritmo



Progresismo. Es el concepto más querido, tanto por la izquierda como por la derecha moderna. Todos se autocalifican de 'progresistas'. 
Ahora bien, el progresismo político se resume así: "Abajo los curas y arribas las faldas". Progresista es aquel que no cree en la verdad, porque la verdad no existe o es inalcanzable. Por eso, le molestan los curas y los católicos que se creen en posesión de la verdad y que, al mismo tiempo, defiende la mayor libertad sexual (que a la hora de la verdad suele quedarse en mera pornografía, pero dejemos eso).

En su aspecto intelectual -por decir algo- progresista es aquel que cree en la modernización, ergo mejora, constante y lineal. Vamos, que está convencido de que el hombre del siglo XXI, por el mero hecho de haber nacido en el siglo XXI, es mejor que el del siglo XX y este que el del siglo XIX. No concibe que la libertad humana produce personas mejores y peores en cualquier época de la historia y que el mañana no tiene por qué ser mejor que el ayer, salvo que hagamos algo para que lo sea.

La vida no es progreso lineal, la vida es ritmo. Lo malo sucede a lo bueno y lo bueno a lo malo, de la misma forma que la primavera sucede al invierno, pero es la misma primavera de un año atrás.

Intensamente


Sin que uno se dé cuenta, un día, uno está instalado en una vida. Una vida que es así como es, nos guste o no, y uno trata de quitar una cosa y de poner otra como si estuviera decorando su morada, y en alguna medida lo logra; no completamente, pues siempre existen los imponderables, pero, con todo, uno se hace a esa vida: uno vive en ella: es la vida de uno.

Hay quienes se conforman y quienes desesperados se arrojan por la ventana con el anhelo de caer más allá de su vida. Entre los primeros están quienes se hacen a la idea de que no tienen más opción y también, por supuesto, quienes no quisieran que se moviera un ápice, pues esa vida que tienen les fascina.

La mayoría, sin embargo, le pone injertos a su vida, porque la vida de cada uno, tal cual es, causa fatiga a la larga y, entonces, mínimamente, uno va al cine o se emboba con una serie de televisión: le inyecta unas escenas ficticias al tiempo corriente, al tiempo de uno. 

También hay quienes se enfrascan durante horas en la lectura de un libro y viven de prestado la vida de los protagonistas, y quienes no hacen nada, nada que los distraiga, que los lleve a un recreo y estos, pobres, no tienen más remedio que tumbarse a dormir y en el sueño encuentran un alivio a las horas enrieladas de su vida de costumbre.

Son pocos quienes tienen una vida digna de ser autobiografiada: Neruda da envidia con su “Confieso que he vivido” o Casanova con sus “Memorias eróticas”; aunque, pensándolo bien, quizá no sean tan pocos, sino sólo sean pocos los pocos que se han sentado a escribir su autobiografía, pues la vida de cualquiera tiene momentos de intensidad y, aunque no todos sean Napoleón, cada quien ha tenido sus waterloo y sus victorias en su muy modesta vida cotidiana.

Yo aprendí un concepto en el joven Albert Camus, lo hallé en su primer libro: El revés y el derecho cuando también era muy joven: “avidez de vivir”, y luego, en otra obra del mismo autor: El mito de Sísifo, encontré la teoría de la moral de la cantidad: no una moral regulada por la ordenación del bien y el mal, sino, literalmente, por la cantidad: por un afán de vivir más.

La vida, como bien decía el surrealismo, también está compuesta por los sueños y, podría agregarse, por las lecturas y las escrituras y esas extensiones que dan las pantallas, sean de cine, de televisión o de tableta. Incluso, en la fija imagen que tengo ante mí cuando voy manejando mi automóvil, hay una realidad, un fragmento de realidad que en vez de acercarse, se aleja: la que me va dando el espejo retrovisor cuando yo avanzo hacia delante.


Humanidad: Realidad Y Ficción

Xavier Zubiri

Una y otra vez se ha intentado apresar la esencia de lo humano por el siempre simplificador recurso a las definiciones rotundas. La lista sería interminable: animal racional dotado de un lenguaje articulado, espíritu encarnado, ser al que convienen predicados tanto físicos como mentales, animal enfermo, camaleón, caña pensante, animal simbólico, pasión inútil, realidad suprema de la naturaleza...

En obras anteriores Zubiri había enriquecido ya la lista con sus celebradas definiciones del hombre como “inteligencia sentiente” y “animal de realidades”. Hoy lo presenta, con gesto sólo en apariencia paradójico, como “animal de irrealidades”, como ser que forja lo irreal llevado a ello por su propio modo de estar en la realidad. Como ser viviente -inteligencia sentiente- en el que lo real y lo irreal dan, en definitiva, en integrarse.

Llegados aquí, la pregunta por la naturaleza de “lo irreal”, al menos en este marco antropológico-metafísico, se impone. ¿Qué entender, en efecto, como tal? Por de pronto, lo irreal no es simplemente lo que no es real. Tampoco lo potencial. Es, por el contrario, algo que se opone a lo real, pero dentro del mundo real. Es algo interno a él, razón por la que Zubiri no duda en afirmar que realidad e irrealidad deben ser entendidas como “momentos... de la realidad entera y global del mundo y de la vida del hombre”.

Esta irrealidad sin la que el hombre no puede vivir en la realidad se presenta de modos distintos. 

Zubiri se detiene en tres: la ficción, el espectro y la idea. Tres formas de irrealidad que ayudan a habérselas cabalmente con la experiencia humana como tal, toda vez que para Zubiri la experiencia de lo irreal pertenece a la mismísima experiencia humana de lo real, lo que equivale a decir que “lo real y lo irreal están en última instancia integrados en el hombre”.

 No estamos muy lejos, pues, como hace ver Conill en su notable prólogo, de la visión nietzscheana del hombre como “animal fantástico”, ni de la actual propuesta de mundos virtuales, en plena eclosión de la llamada “realidad virtual”, que no deja de ser una realidad que tiene existencia aparente aunque no real. Es decir, que tiene una realidad “irreal”... Pero que, como lo irreal de que nos habla Zubiri, “recobra sobre la anchurosidad misma de lo real”.

Quedan muy atrás los tiempos en los que el enorme prestigio filosófico de Zubiri se sustentaba en Naturaleza, Historia, Dios. El incisivo tratado sobre la realidad y la experiencia creadora que ve ahora la luz, sumamente rico en matices y referencias y muy útil para adentrarse en los temas centrales de Zubiri, se une a una obra, publicada gracias al buen hacer de la Fundación Xavier Zubiri, de impresionantes dimensiones, “clásica” e innovadora. 

En cualquier caso, sumamente idiosincrásica. 



jueves, 6 de febrero de 2020

El Libre Pensar


Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.   
          
El Artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.

Solemos defender la libertad de expresión, aunque no tenemos costumbre de pararnos a pensar si tenemos libertad de pensamiento. Entendiendo a esta como la oportunidad de tomar una decisión libre y meditada con la que elijamos nuestros valores sin condicionamiento cultural, político, social ni económico.

Desde que nacemos, lo habitual es que las personas que nos cuidan traten de hacernos partícipes de su manera de pensar. Pueden hacer esto de una manera abierta, manifestándolo directamente, o indirecta, solo permitiéndonos contacto social con las personas que siguen su misma línea de pensamiento y no hablando demasiado bien de las que se oponen.

“Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener?“
-Arturo Graf –

Es difícil saber si somos libres para pensar. Lo cierto es que estamos condicionados por lo que hemos vivido y habitualmente lo tomamos como punto de partida para construir el resto del mapa que configuran nuestros pensamientos. Así, este condicionante ha penetrado tan hondo en nosotros que puede costarnos una gran cantidad de esfuerzo y tiempo determinar cuánta y cómo ha sido su influencia.

Esto significa que es difícil opinar o pensar de una manera distinta a la que estamos acostumbrados. Hacerlo probablemente supondría poner en cuestión otros aspectos que van más allá de la parcela que nos ha elicitado ese pensamiento. Sería como arriesgarnos a que ocurriera un pequeño o gran terremoto.

Sin embargo, pensar libremente sería “salirse” de cualquier opinión o forma de vida conocida, cuando en realidad, estamos acostumbrados a coincidir y agruparnos en semejanza de opiniones. Bien mostrando acuerdo hacia lo que piensan “los nuestros” o bien mostrando desacuerdo hacia lo que piensan “los otros”.

Los Caminos Que Tomamos


Es difícil, para muchos, aceptar la idea de que nuestros respectivos caminos de vida puedan tomar orientaciones divergentes. A pesar de los vínculos tan fuertes que puedan unir a veces a algunos seres, ya sea en un plano de amistad, profesional o amoroso, la vida demuestra que cada recorrido es único, y que rara vez evoluciona, durante toda una existencia, paralelamente al de otros.

Nuestro propio camino lo trazamos en cada instante, con cada elección que hacemos, y escuchando a nuestro corazón. No podemos controlar, de antemano, el rumbo que tomará mañana ni todos los días que tendremos la fortuna de vivir. Por más que intentemos orientarlo de forma duradera, hemos de asumir que cualquier cosa puede influir en su trayectoria, en cualquier momento. 

No podemos imponer una dirección para toda la vida, aun cuando nos esforcemos  por seguir los pasos de otros.

Es una evidencia geométrica que nuestro ámbito de relaciones está en constante evolución, y que todos los caminos que se cruzan terminan tomando, inevitablemente, direcciones divergentes.  No podemos avanzar por la vida y fijar, al mismo tiempo, la intersección de dos vías. El carácter aparentemente imprevisible de estos cruces de caminos acaba siendo un poderoso motor de evolución que nos pone constantemente en entredicho, en cada encuentro… y en cada alejamiento, también.

Toda relación termina inevitablemente por disolverse un día, y aquel que intenta agarrarse a ella se recluye en la ilusión y en el apego. La vida solo existe en el movimiento, en lo pasajero de toda realidad terrestre.

Por desgracia, el ser humano amancilla a menudo una relación terminada, como si hiciera falta hallar un responsable de la divergencia de orientaciones, en lugar de aceptar que el final de todo camino compartido es una enseñanza mutua enriquecedora, que hace de nosotros lo que hoy somos. Nada se estropea cuando dos caminos divergen, puesto que el otro continúa de alguna manera viviendo en nosotros, a través de la experiencia vivida. Depende únicamente de nosotros que lo integremos, para darle un sentido.

El fracaso no está sino en nuestra incapacidad de crecer a partir de relaciones pasadas. Deberíamos celebrar cada separación lo mismo que cada encuentro. Por mi parte, experimento siempre mucho amor y agradecimiento hacia las personas que han formado parte de mi vida, pues aunque nuestros caminos hayan tomado direcciones diferentes, la riqueza de nuestro pasado común es parte integrante de los fundamentos del ser que ahora soy. 

El amor no se limita a la proximidad de dos seres, sino que puede vivirse más allá de cualquier distancia adoptada. Solo la forma cambia…

Renunciar a seguir una vía propia, para seguir los pasos de otros, es una forma de negación de sí, que conduce a vivir la vida de otros, en la ilusión de que la felicidad solo puede venir del exterior. 

Por supuesto, otra vía puede inspirarnos, pero no deberíamos nunca restringirnos a ella, o encerrarnos en ella.  Observar con desapego un camino divergente del nuestro es de una riqueza enorme, puesto que nos lleva al cuestionamiento y al replanteamiento.

Obligarnos, en cambio, a seguirlo ciegamente es solo pérdida y olvido de nosotros mismos.

Exclusión


Cada vez que te sientes excluido por alguien es como si esa persona hubiera disparado una
flecha cargada de veneno que te llega directamente al corazón. La sensación de que alguien no te quiere cerca, de que prefiere estar lejos de ti, es terrible. No lo entiendes: eres buena persona, siempre cuidas de tus amigos, de tus colegas, de tus familiares. Eres atento y haces todo lo que puedes para que los demás estén bien, contentos y tranquilos, para que no haya ningún tipo de conflicto, para ser simpático, para dar una buena impresión y para que te quieran. Eres amable.

Igual te sorprende si te digo que el rechazo no es algo personal; lo parece, eso sí, pero solamente lo parece porque lo recibes de esa manera: como una crítica. Como una crítica personal e injusta. No obstante, a veces ese rechazo hace ver algo de tu comportamiento que conviene cambiar, y otras veces ese rechazo realmente no tiene que ver contigo sino con la otra persona. Me explico... 
Irritación de la otra persona

Algo en tu comportamiento le sienta mal a la otra persona y se siente irritada y molesta. Cuando, por ejemplo, algo en tu manera de hablar, de gesticular, o de comunicar le resulta desagradable a alguien (por el motivo que sea, como puede ser algo tan incontrolable como un determinado recuerdo doloroso), esa persona no te va a querer cerca.

Evidentemente esto no tiene nada que ver contigo, sino con la percepción ajena. Y, fíjate, no es que te rechace como persona, sino que solamente rechaza una parte (una faceta de) de tu comportamiento. Y tú no eres tu comportamiento. Puedes cambiar tu comportamiento pero sigues siendo la misma persona, ¿No es así?

También puede pasar que la otra persona y tú no tengáis nada en común. Puede que se trate de vuestros valores o intereses personales. Puede ser un tema de carácter: a lo mejor eres muy introvertido y no caes bien a alguien que justamente es muy extrovertido. Mientras que esa otra persona solamente buscará amigos extrovertidos, a lo mejor tú, por ser como eres, te sientes rechazado, mientras que para nada es un tema de rechazo personal sino más bien una diferencia de carácter. Si el rechazo es fruto de ese tipo de diferencias personales, no hay nada que hacer salvo NO tomarlo a nivel personal y aceptarlo.


Pero si, reflexionando sobre tu comportamiento, has llegado a la conclusión que a lo mejor eres demasiado servil, crítico, que estás demasiado pendiente de todo, demasiado exigente, controlador, inseguro, víctima... igual ha llegado el momento de tomar una decisión interior y ver cómo puedes cambiar tu comportamiento.


Nuestras Acciones


Cuando ya hemos adquirido conocimiento, cuando podemos diferenciar entre  acciones constructivas y destructivas, cuando somos capaces de sostener acciones conscientes y nos volvemos un poco más sabios, cuando conocemos la verdad, ya somos responsables por lo que hacemos y sostener nuestra coherencia entre lo que pensamos, decimos y sentimos nos conduce a la impecabilidad de nuestras acciones.

Somos responsables de esta impecabilidad incluso en nuestros pensamientos más íntimos, en nuestros diálogos internos; es nuestra Conciencia la que nos está observando y ella es suficiente para sostener esa actitud como modo de vida.

La impecabilidad se manifiesta en acciones conscientes, respetuosas, amorosas y honestas aún, cuando ninguna otra persona esté observándonos; aún en nuestros espacios de silencio. Lesionamos la impecabilidad cuando, conociendo las consecuencias dañinas de nuestras acciones, igualmente las llevamos a cabo.

La impecabilidad nace en nuestro corazón y se transforma en una guía para nuestra evolución como seres humanos espirituales y para alcanzar la paz cotidiana y sustentable.

Para ejercitar nuestra impecabilidad de todos los días, nos alcanza la observación de nuestras acciones simples, tales como el uso del agua, la energía en cualquiera de sus formas, el tratamiento de los residuos orgánicos e inorgánicos; la ecología de las relaciones interpersonales (por ejemplo, el tema de movernos con la verdad en la mano en la convivencia cotidiana y profesional),


Incongruencias

Incongruencia es, simplemente, falta de coherencia en actitudes, comportamientos y creencias. Por ejemplo, decir lo contrario de lo que pensamos y hacemos lo contrario de lo que decimos. De ahí el famoso dicho «haz lo que digo pero no lo que hago». ¡Qué sabio es nuestro Refranero Popular!

En nuestro lenguaje, usamos términos sinónimos, como incoherencia, inconsistencia o absurdo. Por lo tanto, la lógica y la congruencia serían palabras antónimas.

Cuando hablamos tenemos que cumplir con algunas reglas lógicas básicas. Si nuestras palabras no respetan los principios lógicos, hay una incongruencia. En este sentido, el fundamento de no contradicción es un criterio de congruencia, porque no podemos decir que algo es una cosa y al mismo tiempo no lo es (Juan es alto pero bajo no cumple con este principio). El principio de identidad es otro criterio fundamental, ya que una cosa es necesariamente igual a sí misma. Estos dos principios son claros ejemplos de leyes del pensamiento que afectan el lenguaje. El hecho de no respetarlos implica una clara incongruencia.

Algunas figuras retóricas tienen cierta incongruencia, pero no es una contradicción estricta, sino un juego de lenguaje. Por ejemplo, la paradoja que expresamos al hablar de una música muda, el famoso verso de Santa Teresa «Vivo sin vivir en mí» o la descripción de alguien como un hombre rico y pobre. El teatro del absurdo y el arte surrealista también tienen un claro sentido ilógico e incongruente, pero esto no significa que carezcan de significado.

Algunas veces afirmamos cosas que contradicen nuestras acciones. Si digo que soy una persona de buenos sentimientos pero no ayudó a los demás, estoy diciendo una incongruencia, porque lo que digo y lo que hago no coinciden.

La Imagen Que Construimos


Hay dos posiciones extremas acerca de la “realidad”: es todo lo que hay o no existe en absoluto. Los primeros (la mayoría) discuten acerca de los hechos, están prisioneros de la polaridad, creen o no creen, siguen los lineamientos de la mayoría, entran en teorías conspirativas, piensan que lo que dicen los medios es real (o no); en definitiva, actúan como si todo lo que se presenta tiene entidad verdadera. Para los segundos, todo es una ilusión (una maya) que le da a cada uno lo que piensa, ya sea porque tienen concepciones espirituales o porque no creen en nada. Hay algunos que están entre medio, fluctuando entre las dos de acuerdo a su nivel de consciencia y de circunstancias del momento o tratando de integrar los dos conceptos.

¿Qué otra cosa hacer? Sin importar la verdad de cada una, ante cada situación o persona podríamos investigar su significado, su preponderancia, su sentido en el conjunto; preguntarnos qué relevancia tiene para nosotros, cómo lo asimilamos, qué nos mueve, qué simboliza/personifica en nuestro diseño. 

Así, el mundo se transforma en una exploración continua en lugar de una negación o una lucha.

Un día es una nueva oportunidad de vida. Un día es una nueva oportunidad para levantarte y ser feliz, aunque sea un ensayo y no se transforme jamás en una obra completa. Un día puede resumir en sus largas o fugaces horas la esencia de ti mismo y tu sueño hecho realidad.

Un día nuevo es otra oportunidad para hacer todo aquello que lamentarías no haber hecho. Todas esas cosas que en el presente parecen imposibles y que vistas con el tiempo solo se responden con un “Qué tonto fui…” o con un “En qué estaba pensando“.

Enajenados


“La salud mental y la supervivencia de la civilización exigen que renazca el espíritu de la Ilustración, un espíritu inflexiblemente crítico y realista, pero liberado de sus prejuicios excesivamente optimistas y racionalistas, y que a la vez se reaviven los valores humanistas, no proclamados, sino practicados en la vida personal y en la vida social. 

Creo que el individuo no puede entablar estrecha relación con su humanidad en tanto no se disponga a transcender su sociedad y a reconocer de qué modo ésta fomenta o estorba sus potencialidades humanas. 

Si le resultan «naturales» las prohibiciones, las restricciones y la adulteración de los valores, es señal de que no tiene un conocimiento verdadero de la naturaleza humana. Creo posible la realización de un mundo en que el hombre pueda “ser” mucho aunque “tenga” poco. ”


Ahora quisiera entrar un poco más detalladamente en lo que, a mi parecer, es lo decisivo de este «malestar », de esta «enfermedad del siglo». Lo esencial de la enfermedad que padece el hombre moderno es la enajenación. Después de haberse olvidado durante decenios, el concepto de la enajenación ha recobrado popularidad últimamente. Hegel y Marx lo emplearon, y con razón, podrá decirse que la filosofía del existencialismo es en el fondo una rebelión contra la creciente enajenación del hombre en la sociedad moderna.

¿Qué es propiamente la enajenación? Dentro de nuestra tradición occidental, lo que significa la enajenación representó ya un papel importante, aunque no bajo el título de «enajenación», sino bajo el título de «idolatría», como lo emplearon los profetas. 


Muchos creen ingenuamente que la diferencia entre la llamada idolatría y la fe monoteísta en un solo Dios verdadero no es sino una diferencia numérica: los paganos tenían muchos dioses, mientras que los monoteístas creen en un solo Dios. Sin embargo, no es ésta la diferencia esencial. Para los profetas del Antiguo Testamento, lo esencial del idólatra es que adora la obra de su mano. Toma un trozo de madera, lo corta a la mitad, y con una mitad hace fuego, por ejemplo, para cocinar una torta; y con la otra mitad del trozo de madera, se talla una figura para adorarla. Y sin embargo, lo que adora es una cosa. Es una cosa que tiene nariz, pero no huele, tiene orejas pero no oye, tiene boca y no habla.


¿Qué ocurre en la idolatría? Entendiéndola como la entendieron los profetas, ocurre en ella exactamente lo que, según Freud, sucede en la “transferencia”. En mi opinión, la transferencia que conocemos en el psicoanálisis es una manifestación de la idolatría.


El hombre transfiere la vivencia de sus propias actividades o de sus propias experiencias —de su capacidad de amar, de su facultad de pensamiento— a un objeto exterior. Este objeto puede ser otro hombre o una cosa de madera o de piedra. En cuanto el hombre ha establecido esta relación de transferencia, ya sólo entra en relación consigo mismo a través de su sumisión al objeto al que ha transferido sus propias funciones humanas. Amar de manera enajenada, idolátrica, significa entonces: yo amo sólo si me someto al ídolo al que he transferido mi bondad. O bien: yo sólo soy bueno si me someto al ídolo al que he transferido mi bondad. Y lo mismo sucede con la sabiduría, con la fuerza, e incluso con todas las cualidades humanas.

Cuanto más poderoso sea el ídolo, es decir, cuanto más yo le transfiera de mi esencia, tanto más pobre seré yo y tanto más dependeré de él, porque estaré perdido si lo pierdo a él, a él a quien todo lo he transferido. La transferencia del psicoanálisis no es fundamentalmente diferente. 


Claro que, en este caso, se trata casi siempre de transferencias paternales y maternales, porque el niño ve en el padre y en la madre a aquellos a quienes ha transferido sus propias experiencias. Pero lo esencial no es que el niño transfiera al padre y a la madre, sino el hecho mismo de la transferencia por la cual el hombre inmaduro se busca un ídolo. Si encuentra un ídolo al que pueda adorar toda su vida, no tendrá ya que desesperar.


Éste es uno de los motivos, a mí parecer, de por qué a muchos les gusta tanto ir al psicoanalista y no quieren dejar de ir, y de por qué sociedades enteras eligen unos supuestos caudillos tan vanos y mudos como los ídolos de la antigüedad, pero que también estimulan la transferencia como sometimiento.

Naturalmente, en la sociedad moderna ya no hay un Baal ni una Astarté. Pero como solemos confundir las palabras y los hechos, estamos muy dispuestos a convencernos de que ya no existen los hechos cuando las palabras han dejado de decirse. 


En realidad, volvemos a vivir hoy en una sociedad que, en comparación con siglos pasados, es mucho más pagana e idolátrica.


En Medio De Todos


La soledad es un sello de la época: la sufren los que no encuentran con quién hablar las cosas importantes, que a veces son las que parecen las más mínimas y banales.

Tan rodeados de gente y tan solos. Tanta hiperconexión y tanto aislamiento. Tanto ruido y tanto silencio. La soledad es un sello de la época: la sufren los que no encuentran con quién hablar las cosas importantes, que a veces son las que parecen las más mínimas y banales. La adolescencia y la juventud son etapas de la vida donde lo social es un aspecto esencial.

Los grupos y las relaciones interpersonales condicionan las subjetividades y funcionan como tablas de salvación en el naufragio que puede resultar del viaje por ese océano de dudas, inseguridades, amarguras eufóricas, festejos depresivos y contradicciones emotivas por el estilo.

Pero las noticias cada vez más frecuentemente hablan de adolescentes y jóvenes que deciden poner fin a sus vidas. No funcionan para ellos y ellas los vínculos sociales: ni la escuela ni el barrio ni el club ni el grupo de amigos. Sino todo lo contrario: esos entornos son más de una vez los que los empujan al abismo.

Las estadísticas demuestran que el suicidio adolescente es una problemática en aumento a nivel global. Según la Organización Mundial de la Salud, cerca de 800.000 personas se suicidan cada año.

En 2015 esta fue la segunda causa principal de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años en todo el mundo. Hay múltiples razones que pueden llevar a tomar esta trágica determinación. Además de los trastornos mentales y las adicciones, la OMS cita que muchos suicidios se producen impulsivamente en momentos de crisis que menoscaban la capacidad para afrontar las tensiones de la vida, tales como los problemas financieros, las rupturas de relaciones y las enfermedades.

Violencias, abusos, hostigamientos son otros desencadenantes. Asimismo, las tasas de suicidio son elevadas entre los grupos vulnerables objeto de discriminación, como los migrantes, los reclusos y las personas lesbianas, homosexuales, bisexuales, transexuales e intersexuales.

La OMS también dice que mantener el tema bajo un manto de silencio no hace más que estigmatizar a quienes atraviesan momentos delicados y los disuade de buscar ayuda. Con esa premisa, el director de Salud Mental de Entre Ríos, Carlos Berbara, habló recientemente sobre el tema en una entrevista para el canal web UNO TV y recomendó a los padres compartir tiempo con sus hijos, en cantidad y en calidad, y estar atentos a sus preocupaciones cotidianas. 

Para quien se ve al borde del precipicio, es reconfortante saber que otras personas pasaron por momentos similares y pudieron sobrellevarlos y hasta ser felices.

En un mundo de hipercomunicación estamos cada vez más solos. El oído atento es casi una rareza en medio de tanto ruido.


Procura desarrollar tu personalidad y proyectarla con respeto sobre los demás. Cuando hables con otras personas interésate en ellas y en sus opiniones, pero ten en cuenta que no son más que eso: opiniones.

Para agradar a las personas no necesitas alardear, simplemente ser sincero, con buen sentido del humor y con un carácter que proyecte seguridad y confianza.
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La Opinión De Los Otros


Es indudable que las actitudes personales definen nuestra vida. A su vez, el mundo nos está influenciando constantemente para que tomemos diferentes caminos que convenientes, o no tanto, y la gente que nos rodea es la que tiene mayores posibilidades de ejercer una influencia directa en nuestras acciones. ¿Cómo puedes medir el nivel de influencia de los demás en ti?

Si bien es importante conocer la opinión de ciertas personas porque todos podemos enriquecernos mutuamente, que te preocupe demasiado lo que piensan los demás puede ser contraproducente para tu vida diaria. 

Un signo típico que demuestra lo mucho que te importa la opinión de los demás es complacer a todo el mundo para agradarle. Sin duda, esta es una fórmula para el fracaso…

Anteponer los deseos de otras personas a los tuyos los termina beneficiando solo a ellos. No temas a provocar discordia con tus amigos. Sorprendentemente, a la gente le gusta que otras personas tengan carácter y personalidad. Si siempre te adaptas a los deseos de otros, nunca vas a conocer los propios y, probablemente, alejes más gente de la que atraigas.

Aprovechar cualquier oportunidad para alardear de todas las cosas que has realizado y hacer sentir a los otros menos importantes es signo inequívoco de que te interesa que los demás sepan quién eres. Es posible que, efectivamente, logres impresionarlos, pero no necesariamente de una forma positiva.

La retroalimentación es buena si la tomas como una opinión y no un juicio final. 

Cuando las personas opinan acerca de ti, escúchalos y reflexiona sobre los comentarios, si esto te sirve para mejorar en algún aspecto, pero no es necesario que te tomes tan en serio esas opiniones, al punto que lleguen a afectar tu carácter y modificar lo que realmente eres.

Si la actitud de los demás ejerce un peso demasiado grande sobre ti, significa que tienes una personalidad muy débil e influenciable. Presta atención a este punto, pues algunas personas pueden llegar a manipularte para que reacciones como ellos quieren.

La gente que no sabe decir “no” a las demás personas también suelen ser aquellas a quienes les importa mucho lo que otros digan. Aprender a negarte de vez en cuando es fundamental, ayuda a que tengas firmeza en tus ideas y decisiones y también evita que la gente intente abusar de ti.


Este último punto es el más importante, ya que este comportamiento puede afectar todas las decisiones importantes que hagas en tu vida. Tus amigos y familiares cercanos son las personas que más influencia van a tener en ti y una buena parte de esa influencia no necesariamente siempre será lo mejor…

Si tus padres, amigos o quienes fueren, fijan una expectativa para ti y no concuerda con lo que tú deseas, considera ignorar – respetuosamente – sus sugerencias. Aunque siempre estamos influenciados por alguien, procura que aquellos que te inspiran vayan en la misma línea que tú te planteas.

Por lo general, los mejores mentores están fuera de nuestro círculo social cercano y te darán una opinión de tus metas con mayor imparcialidad.

Procura desarrollar tu personalidad y proyectarla con respeto sobre los demás. Cuando hables con otras personas interésate en ellas y en sus opiniones, pero ten en cuenta que no son más que eso: opiniones.

Para agradar a las personas no necesitas alardear, simplemente ser sincero, con buen sentido del humor y con un carácter que proyecte seguridad y confianza.
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miércoles, 5 de febrero de 2020

La Capacidad Mental

Un equipo internacional de científicos ha desarrollado un método para evaluar la inteligencia y la personalidad a partir de datos neurofisiológicos del cerebro humano. Los resultados revelan la existencia de un vínculo entre las características del electroencefalograma (EEG), las capacidades mentales y los rasgos de personalidad.

Los investigadores analizaron el EEG registrado mientras diversos participantes realizaban tareas cognitivas elementales. De acuerdo con las características particulares halladas en la estructura del EEG, se dividió a los participantes en tres grupos. Para los sujetos de cada grupo se aplicó el cuestionario del factor de personalidad 16 (16PF), que evalúa 16 rasgos de personalidad. Cada grupo exhibió una puntuación diferente en la escala de personalidad, como calidez, razonamiento, estabilidad emocional y dominio.

A grandes rasgos, los sujetos del grupo I podían realizar tareas que nunca antes habían hecho de un modo inmediato y mantener su eficiencia de trabajo a un ritmo relativamente alto, pero la creatividad y el intento de optimizar su trabajo llevaron a una disminución de su eficiencia de trabajo. 

Los sujetos del grupo II intentaron desarrollar una estrategia para simplificar el desempeño de la tarea, con lo que demostraron una mayor eficiencia de trabajo que los sujetos del grupo I. 

A diferencia del grupo II, los sujetos del grupo III realizaron la tarea sin ningún intento de desarrollar una estrategia para simplificarla; aunque su eficiencia de trabajo se mantuvo alta, parecen tener dificultades para mantener una elevada eficiencia de trabajo durante un tiempo prolongado.

En resumen, se halló un vínculo entre las características del EEG, las capacidades mentales y los rasgos de personalidad. Según los autores, es interesante destacar que el factor de inteligencia, que era muy bajo en los sujetos del grupo II y no reflejaba su creatividad en el desarrollo de nuevas estrategias, finalmente resultó en un rendimiento laboral mucho más alto.


La Jaula Interior

El trastorno de la personalidad evitadora es relativamente usual, aunque no frecuentemente diagnosticado. Se caracteriza por un gran retraimiento, que inhibe a la persona socialmente a un grado extremo. La personalidad evitadora elude la actividad social y se muestra altamente sensible a cualquier crítica o evaluación negativa que se haga de él.

Quien tiene una personalidad evitadora se siente inadecuado. Piensa que es inferior a los demás y que fácilmente resultará rechazado, humillado o ridiculizado por otros. Tiene además la percepción de que siempre está siendo observado y criticado, por lo cual permanece sumergido en muchos sentimientos de temor.

Los rasgos más frecuentes en una personalidad evitadora son muy específicos. Por eso, vamos a ver a continuación cuáles son para así poder identificarlos a partir de ahora.

· Suele mostrarse desconfiados, pero esta desconfianza se debe más al miedo a encontrarse en un compromiso o a ser considerado inferior a los demás, que al miedo a que las demás personas les hagan daño.

· Sufre inquietud o angustia cuando está solo, porque piensa que será incapaz de cuidarse a sí mismo o de protegerse de eventuales amenazas.

· Le cuesta tomar decisiones si no cuenta con una buena dosis de consejos de otros, o señales de aprobación y estímulo suficientes.

· Tiene grandes dificultades para expresar sus desacuerdos, pues teme ser rechazado o desaprobado por ello.

· Su deseo de aceptación es tan alto, que muchas veces se ofrece voluntariamente para hacer tareas desagradables o sacrificios notables por los demás.

· Procura delegar en otros la responsabilidad sobre las áreas más importantes de su vida.

· Le cuesta mucho trabajo tomar iniciativas o emprender proyectos. No confía en sus propios razonamientos y presume que será incapaz de realizaciones, aunque tenga el interés o la motivación para actuar.

· Establece pocas relaciones y estas le generan fuertes vínculos de dependencia. Si una de estos lazos se rompe, buscará afanosamente sustituirlo por otro. No tolera la soledad, pese a que la busca.

· Su miedo al abandono rebasa las fronteras de lo razonable.

La personalidad evitativa suele haber vivido una infancia en la que sus necesidades no se han visto cubiertas por parte de sus cuidadores. Debido a esto, se desarrolló la evitación como manera de supervivencia.

Se considera que los rasgos mencionados solamente configuran un trastorno como tal si son excesivamente marcados y conducen a un estilo de vida en el que predomina la desadaptación.

Si el temor a ser evaluado negativamente se convierte en imposibilidad para estudiar, trabajar o salir de casa, hablamos de un trastorno. Si, en cambio, estos rasgos no llegan a impedir un funcionamiento relativamente normal, hablamos de una tendencia a la evitación.