Muchas de las emociones están por encima de las culturas:
son universales. La esperanza, el miedo, el abandono, la alegría, el
enamoramiento, la muerte son comunes al ser humano. La literatura no es más que
el reflejo artístico de dichos sentimientos. Contar es emocionar.
¿Cómo podemos, entonces, narrar la reacción emocional de un
personaje sin nombrarla de manera explícita; cómo enunciar que nuestro
protagonista está triste, o se siente desamparado, sin pronunciar estas dos
palabras?
Existe un recurso retórico denominado “correlato objetivo”. Es la
sucesión de imágenes simbólicas, encadenadas una tras otra, que, en su
conjunto, evocan un sentimiento. Dicha emoción, si bien se la ha callado el
narrador por motivos artísticos, es reconocida por parte del lector. La
construcción de esta técnica literaria se da por acumulación y relación, como
si tirásemos tres piedras a un estanque hasta que las tres ondas confluyeran en
el agua.
Tomemos un ejemplo en que queramos describir el dolor de una
viuda en el entierro de su marido. Sumaremos primero objetos: paraguas negros,
una alianza, lápidas, cipreses, estatuas funerarias… Incorporemos una atmósfera
o escenario: un cielo gris que se oscurece aún más, nubarrones, lluvia, viento
entre los cipreses… Añadamos acciones hasta recrear una escena: la viuda se
quita la alianza, se seca las lágrimas, se oyen sollozos a su espalda, pero se
aleja del cortejo fúnebre.
Entonces acumularemos nuevos objetos o imágenes simbólicas
en otro episodio (o conjunto de escenas) que marque un cambio en el personaje.
La viuda abandona sobre una lápida su abrigo negro, el cielo se despeja, sale
el sol y el rocío se seca en los rosales de los jardines, hasta que se abren
los pétalos de una rosa. Y, así, podríamos continuar con la narración.
Como vemos, el correlato objetivo es la descripción de
objetos elegidos adecuadamente o la combinación de imágenes que,
narradas de manera secuencial, se combinan hasta lograr una emoción universal
en el lector. Así, la suma es superior a las partes y se amplía con nuevas
secuencias correlativas hasta crear otras emociones.
El arte de transitar de un sentimiento a otro crea un tejido
emocional que se expande de manera concéntrica y que nos puede servir de trama
en nuestros argumentos:
dolor + tristeza + resignación + alejamiento + esperanza +
vida.
La génesis del correlato objetivo data de 1840, cuando el
pintor estadounidense Washington Aliston lo enunció como concepto artístico.
Aunque este recurso retórico lo amplió al campo de la literatura en 1919 el
escritor, poeta y ensayista Thomas Stearns Eliot (1888-1965), dentro de su
ensayo Hamlet y sus problemas, incluido en su libro Criticar al Crítico.
“La única manera de expresar la emoción en forma de arte es
encontrando un correlato objetivo; dicho de otro modo, un grupo de objetos, una
situación, una cadena de acontecimientos que habrán de ser la fórmula de esa
emoción concreta; de modo que cuando los hechos externos, que deben terminar en
una experiencia sensorial, se den, se evoque inmediatamente la emoción”,
escribía en dicho ensayo Eliott.
Como vemos, la elección de lo externo (objetos, atmósfera,
escena, episodios) se crea a través de una combinación de elementos que teje
una red emocional que, pese a ser simbólica, la detecta el lector avezado como
un conjunto sensorial.
En el artículo "Hamlet y sus problemas", Eliot lo
explica de esta forma:
“La única manera de expresar la
emoción en forma de arte es encontrando un "correlato objetivo";
dicho de otro modo, un grupo de objetos, una situación, una cadena de
acontecimientos que habrán de ser la fórmula de esa emoción concreta; de modo
que cuando los hechos externos, que deben terminar en una experiencia
sensorial, se den, se evoque inmediatamente la emoción”