No importa los títulos universitarios que tengamos, cuál sea
nuestro trabajo o dónde vivamos. La manera en
que nos relacionamos con los
demás, nuestras actitudes hacia ellos, es lo que dice todo de nosotros.
Es decir, cómo nos comportamos con alguien que nos necesita, con aquellos
que nos aman e incluso con aquellos que no nos caen demasiado simpáticos.
La amabilidad, el altruismo y la solidaridad son palabras
fáciles de pronunciar. Sin embargo, conseguir que
los valores positivos sean el emblema de nuestros comportamientos es más
complicado. Si
lo conseguimos, ellos serán las que definan nuestra personalidad y por los que
seremos recordados.
“La actitud es una pequeña cosa que marca una gran
diferencia”.
–Winston Churchill-
La actitud es la manera en la que enfocamos las diferentes
situaciones que tenemos que afrontar. Son los hábitos que nos
caracterizan y que todo el mundo conoce de nosotros. Por ejemplo, si cuando
entramos a una tienda saludamos a los vendedores o al ver a una persona
necesitada no dudamos en asistirla, estamos demostrando varias actitudes:
amabilidad, educación, generosidad o altruismo.
Esta palabra se suele usar en el ámbito empresarial o en las
relaciones de pareja, pero no nos damos cuenta de que la actitud es
aplicable a todo lo que nos sucede. ¡Esa es la actitud! Se escucha cuando
alguien enfrenta los obstáculos, se levanta después de caer o va subiendo poco
las dificultades de las metas que enfrenta.
“La actitud no es nada sin acciones que la manifiesten. Sin
duda, los actos son los que nos definen como personas, como amigos, pareja,
compañeros o ciudadanos”
Partiendo de la base de que nuestra intención es hacer el
bien y tenemos a nuestro alcance los recursos necesarios para avanzar con esta
premisa -aptitudes-, es fácil
pensar que la actitud es innata. Sin embargo, no es tan
sencillo.
Los mensajes que recibimos de la sociedad en referencia a lo que
está bien y lo que está mal y la acumulación de nuestras propias experiencias
también tienen mucho que decir en la configuración de nuestra disposición ante
la vida. ¿Por qué? Porque nuestras
actitudes son muy sensibles al refuerzo que reciben.
La actitud también se aprende. Si de pequeños nos premian
el hecho de que al entrar en un sitio saludemos amablemente, realicemos el
mismo comportamiento en situaciones parecidas. No solo haremos eso, sino que
adquiriremos con más facilidad comportamientos similares, como quitarse el
sombrero al entrar en un sitio cerrado.
El valor de nuestros actos
Cada vez que dices o haces, estás comunicándote con las personas
que te rodean. Eso puede tener consecuencias positivas o
negativas. No importa realmente lo que estés pensando porque nadie puede
introducirse en tu cabeza. Por ello sólo valen los hechos y que tus palabras vayan de su mano.
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