viernes, 5 de enero de 2018

El Correlato



Muchas de las emociones están por encima de las culturas: son universales. La esperanza, el miedo, el abandono, la alegría, el enamoramiento, la muerte son comunes al ser humano. La literatura no es más que el reflejo artístico de dichos sentimientos. Contar es emocionar.

¿Cómo podemos, entonces, narrar la reacción emocional de un personaje sin nombrarla de manera explícita; cómo enunciar que nuestro protagonista está triste, o se siente desamparado, sin pronunciar estas dos palabras?

Existe un recurso retórico denominado “correlato objetivo”. Es la sucesión de imágenes simbólicas, encadenadas una tras otra, que, en su conjunto, evocan un sentimiento. Dicha emoción, si bien se la ha callado el narrador por motivos artísticos, es reconocida por parte del lector. La construcción de esta técnica literaria se da por acumulación y relación, como si tirásemos tres piedras a un estanque hasta que las tres ondas confluyeran en el agua.

Tomemos un ejemplo en que queramos describir el dolor de una viuda en el entierro de su marido. Sumaremos primero objetos: paraguas negros, una alianza, lápidas, cipreses, estatuas funerarias… Incorporemos una atmósfera o escenario: un cielo gris que se oscurece aún más, nubarrones, lluvia, viento entre los cipreses… Añadamos acciones hasta recrear una escena: la viuda se quita la alianza, se seca las lágrimas, se oyen sollozos a su espalda, pero se aleja del cortejo fúnebre.

Entonces acumularemos nuevos objetos o imágenes simbólicas en otro episodio (o conjunto de escenas) que marque un cambio en el personaje. La viuda abandona sobre una lápida su abrigo negro, el cielo se despeja, sale el sol y el rocío se seca en los rosales de los jardines, hasta que se abren los pétalos de una rosa. Y, así, podríamos continuar con la narración.

Como vemos, el correlato objetivo es la descripción de objetos elegidos adecuadamente o la combinación de imágenes que, narradas de manera secuencial, se combinan hasta lograr una emoción universal en el lector. Así, la suma es superior a las partes y se amplía con nuevas secuencias correlativas hasta crear otras emociones.

El arte de transitar de un sentimiento a otro crea un tejido emocional que se expande de manera concéntrica y que nos puede servir de trama en nuestros argumentos:
dolor + tristeza + resignación + alejamiento + esperanza + vida.
La génesis del correlato objetivo data de 1840, cuando el pintor estadounidense Washington Aliston lo enunció como concepto artístico. Aunque este recurso retórico lo amplió al campo de la literatura en 1919 el escritor, poeta y ensayista Thomas Stearns Eliot (1888-1965), dentro de su ensayo Hamlet y sus problemas, incluido en su libro Criticar al Crítico.

“La única manera de expresar la emoción en forma de arte es encontrando un correlato objetivo; dicho de otro modo, un grupo de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que habrán de ser la fórmula de esa emoción concreta; de modo que cuando los hechos externos, que deben terminar en una experiencia sensorial, se den, se evoque inmediatamente la emoción”, escribía en dicho ensayo Eliott.

Como vemos, la elección de lo externo (objetos, atmósfera, escena, episodios) se crea a través de una combinación de elementos que teje una red emocional que, pese a ser simbólica, la detecta el lector avezado como un conjunto sensorial.

En el artículo "Hamlet y sus problemas", Eliot lo explica de esta forma:


“La única manera de expresar la emoción en forma de arte es encontrando un "correlato objetivo"; dicho de otro modo, un grupo de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que habrán de ser la fórmula de esa emoción concreta; de modo que cuando los hechos externos, que deben terminar en una experiencia sensorial, se den, se evoque inmediatamente la emoción”


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