Un antiguo proverbio africano reza: “Si quieres ir rápido,
camina solo. Si quieres ir lejos, camina con otros”. Fuimos creados para vivir en relación con
otros, para amar, reír, y vivir juntos. Sin embargo, hay momentos en el camino
de la vida que puede ser extremadamente solitario, especialmente, si le dimos
nuestro corazón a otra persona y ella lo maltrató o ignoró.
Cuando estamos heridos anhelamos que alguien se lleve nuestro dolor,
suavice las heridas y nos brinde esperanza. A menudo, esos anhelos no son
satisfechos. En nuestro intento por encontrar el amor, nos entregamos a otros
una y otra vez, solo para resultar más lastimados en cada ocasión.
Todo el mundo se pregunta por el sentido de la existencia.
Posiblemente es la cuestión que conduce a más preguntas cada vez que pensamos
tener una respuesta o idea sobre ella. Muchos dicen que esta interrogación no
tiene lógica en cuanto que la vida carece de fin último. Sin embargo, para
llegar a sostener con consistencia y rigor que la vida carece de significado o
de sentido teleológico se requiere, previamente, haberse preguntado sobre el
sentido de la vida.
De este modo, convenimos que en el hombre se halla de modo
innato la cuestión sobre la existencia. Entonces, cabe una cuestión: ¿por qué
el hombre se pregunta sobre la existencia?, ¿puede ser que en el hombre se
halle presente de algún modo el sentido trascendente como elemento
característico de su esencia metafísica? Ciertamente estas cuestiones
carecerían de sentido y de significado lógico si la vida en sí no tuviera
sentido, pero si los hombres, por su naturaleza racional, se interrogan sobre
el sentido de su vida, ¿es posible afirmar tajantemente que no hay sentido
alguno sobre la existencia? ¿Por qué si no hay sentido el hombre se pregunta
por el sentido? ¿Si el hombre no es obra de Dios por qué no actúa como el resto
de los seres sin interrogarse sobre él mismo y sobre la realidad? ¿Qué es lo
que nos mueve a preguntarnos? Ciertamente aquello que nos mueve no es ‘nada’
intrínseco a nosotros.
La negación de la existencia de un fin último jamás responde
a ningún ejercicio de rigor científico o filosófico. Quienes se consideran
ateos reaccionan frente a la consideración de un sentido teleológico de la vida
construyendo un tabique entre ellos y dicha cuestión, aunque tal postura se
revista de contenido científico o filosófico. La afirmación ‘no hay sentido’ es
una continua suspensión frente a la duda real sobre el sentido, pues el hombre
jamás puede dejar ni deja de cuestionarse sobre él y el mundo.
Una de estas posturas ‘tabique’ es el pensamiento hedonista,
para el cual no importa la cuestión sobre la existencia y la vida tras la
muerte. Epicuro señala cuatro causas de infelicidad en el ser humano, a las que
propone cuatro respectivos remedios treta fármacos: el temor al destino – el
remedio es el conocimiento de que todo fenómeno es explicable en función de los
átomos y que hay que aceptar estas leyes de manera racional y serena –, el
temor a los dioses – que se resuelve considerando que éstos también están
compuestos de átomos negándose así cualquier providencia –, el temor a la
muerte – tanto el cuerpo como el alma se hallan compuestos de átomos y la
muerte destruye a ambos, por lo que no hay nada después de la vida –, y el
temor al dolor – el remedio es el placer como fuente de felicidad, como el
hombre es un ser racional el placer debe ser de carácter intelectual y debe
estar iluminado por la prudencia (frónesis): aceptar el placer presente,
rechazarlo si la inteligencia considera que causará dolor, rehuir el dolor
presente y aceptar el dolor presente y conducirá a un placer futuro superior –.
Ciertamente los ateos no responden a la cuestión sobre la
existencia, sino que su afirmación es una postura contra la búsqueda de
sentido. El ateísmo es una actitud que acepta el pensamiento epicúreo – y que
se refleja muy bien en el filme enlazado –: cuando yo soy la muerte no está
presente, cuando la muerte esté presente yo ya no seré. Por tanto no tiene
sentido alguno preguntarse por la existencia después de la muerte. Ciertamente,
esta actitud puede agradar a muchos o a pocos, pero sinceramente carece de
valor lógico pues sólo es un ‘tabique’ – sólo es la búsqueda de un sentido
dentro de la dificultad que entraña la cuestión del sentido – pues la cuestión
sobre el sentido sigue en el aire.
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