Que todos tenemos una ideología, todos la tenemos. Sea que
odia toda forma de gobierno y le gusta el anarquismo, o que le encanta que papá
gobierno se meta hasta en la sopa y le gusta el socialismo, o que es amigo de
repartir lo ajeno y le gusta el comunismo, o que por el contrario, quiere que
el gobierno se meta en el mínimo indispensable y le gusta el liberalismo o el
republicanismo.
El punto es que todos tenemos nuestra visión y nuestra
ideología, y aún en este país lindo en que vivimos, no hemos aprendido a
respetarnos mutuamente.
Es así que cuando faltan argumentos, agredimos. En lo que al
tema de la corrupción se refiere, han aflorado tantos resentimientos en unos
hacia otros, que es como si sólo los hígados o los corazones funcionaran y las
mentes pasaron a un quinto plano.
Total, estamos sumergidos en una polarización sin
precedentes en nuestra historia, que viene alimentada de los medios que mal
informan a la población, de las pasiones que parecieran estar cual partículas
en el aire que respiramos, las personas que creen lo primero que leen y no
buscan extremos para sacar sus propias conclusiones, y quienes permanecen en el
margen, apáticos e indiferentes al acontecer nacional.
Si nos detenemos un momento a pensar, dejando hígado y
corazón afuera, pregunto ¿qué deseamos?
Creo que se sorprenderían al darse cuenta que las respuestas de casi todos son
las mismas, o al menos eso elijo creer por mi manía de ver el vaso medio lleno
y no medio vacío.
Deseamos una nación en la que podamos salir a la calle a
vivir nuestras vidas sin temor, sabiendo que la probabilidad de volver a casa
sanos y salvos es altísima, quién quita y hasta sin tener que pensar en el tema
de la seguridad.
Queremos una nación que ofrezca oportunidades a sus hijos, o
a quienes están más jóvenes, para desarrollarse y alcanzar sus sueños. Un país
que sin perder la belleza natural que Dios le ha dado, tenga desarrollo y
progreso hasta en el último rincón. Dónde haya agua potable y energía eléctrica
baratas, dónde las carreteras funcionen y los mayores peligros que corramos
sean derivados de la incontrolable Madre Natura y no causados por la maldad o
la negligencia de otros seres humanos. Y por qué no, un país donde la gente se
ayude y se apoye, no se ataque y se haga daño como si ese fuera el
comportamiento natural del humano en sociedad.
El problema es cómo llegar a eso. Unos dicen que sólo
nacionalizando hasta lo último, otros que liberalizando todo bien y servicio,
otros que si el sector productivo no lo hace lo haga el Estado y viceversa, y
variamos en cuanto a las reglas bajo las cuales operar.
Seguramente se necesitaría aprender a aceptar las ideas
ajenas, escucharlas y analizarlas antes de debatirlas, y de poner lo
substantivo por encima de lo subjetivo.
Quien propone la idea puede que no sea
santo de su devoción, pero si la idea es buena, si las consecuencias pueden ser
positivas, si la meta lo amerita, ¿por qué no escuchar y tratar de trabajar juntos?
El impedimento de esto es siempre el mismo, la ambición de poder y fortuna, que
hace a quienes los tienen cegarse para preservarlos y a quienes no lo tienen,
capaces de cualquier bajeza para alcanzarlos. Triste nuestro caso, pero con
voluntad se podría salvar.
En estos momentos de crisis política, polarización y
antagonismo, debiéramos buscar más bien esos puntos de convergencia para
alcanzar las metas comunes, quizás inclusive mezclando fórmulas para abordar
los retos. La idea al final es construir patria, no destruirla, espero.