La integridad supone un valor vital para poder prosperar en
el camino de la vida. Es el compromiso factico entre pensamiento
y acción. Nada de verdadero valor y crecimiento puede ser
obtenido sin la aplicación constante y decidida de un propósito integro, es
decir, aquel que está en consonancia con nuestros más profundos pensamientos.
La realidad circundante nos muestra un modelo
fluctuante de la existencia. Los parámetros de valor oscilan
como si de estaciones se tratase. Nada tiene un valor imperecedero, genuino e
inherentemente positivo. El comportamiento integro queda suplantado por patrones
de “conveniencia”.
Nuestras actitudes se amoldan a lo que la circunstancia demanda o
requiere, produciendo así maneras de ser camaleónicas,
poco integras y consistentes. ¿Y qué es
lo que genera esta pobre actitud en los demás y en ti mismo? Una enorme
desconfianza.
Por otro lado, abunda una manera
de ser generalizada en las personas, las cuales,
pregonan una serie de actitudes y pensamientos, pero modelan otros
absolutamente distintos. Podríamos llamarlo el síndrome de la inconsistencia y la deshonestidad.
Establecen una serie de parámetros o códigos sobre los cuales
cimientan su existencia, pero las distintas personalidades que “tienen” que
adoptar según las circunstancias y los ambientes, modifican claramente su visión.
Dejamos de ser nosotros mismos, para vivir
una vida sin protagonismo, dejamos de
ser coherentes con nuestra más profunda visión para satisfacer las demandas de
otros.
Dejamos de ser íntegros y verdaderos en cada una de nuestras intenciones
para ser personas que se muevan en la
frontera de lo políticamente correcto.
Puede ser que esta actitud
nos ahorre algunos disgustos y nos permita contentar a la gran mayoría de
personas, pero en el fondo de nuestro ser sabemos que no
estamos actuando conforme a los dictados de nuestro corazón.
Se produce un grave desajuste
de nuestra integridad. Cuanto mayor sea la diferencia entre nuestras acciones y
nuestros valores, peor funcionará nuestra vida y menos felicidad obtendremos
de ella. ¿Cuál es la razón de esto? La razón
es que tus palabras no van acompasadas por tus actos.
Se produce un potente
conflicto interno, ya que no podemos eludir el mensaje de nuestra conciencia,
la cual nos insta a seguir nuestro particular camino hacia la realización.
Puedes ignorar o no tener en cuenta aquello que sabes que debe hacerse, pero jamás
puedes mitigar la voz de tu conciencia.
Es en la reflexión
interna de este pensamiento cuando
la integridad entra en juego. Tomas conciencia de que no puede haber felicidad,
crecimiento y contribución, si tu manera de ser no se ajusta a tus valores y
visiones más profundos.
Es aquí́ cuando se produce el cambio necesario hacia la
verdadera realización. Te conviertes en aquel que actúa según lo que piensa,
que lidera con el ejemplo de la acción.