El lenguaje afectivo de la solidaridad
Mientras que la solidaridad promueve sentimientos de empatía
y nos hace acercarnos al otro sin ánimos de juzgarle ni de disminuirle por
encontrarse en situación de vulnerabilidad: se busca ayudar, sanar y hacer
crecer gracias a una auténtica voluntad de escucha. Ser solidarios propicia el
diálogo, el reconocimiento cercano y la confianza porque el otro es un igual
que debe ser escuchado, atendido y promovido.
La solidaridad implica que nos ponemos en lugar del otro y
que no tenemos miedo de él ni miedo a que sus circunstancias dolorosas nos
salpiquen, más bien, nos fortalecemos junto con él en humanidad sembrando esperanza social porque
en conjunto construimos una polis sana eliminando
aquello que nos desiguala o que se empeña en distanciarnos como seres humanos.
¿Quién es el otro con el cual ser solidarios?
El otro es la
humanidad entera que se presenta en todos los que nos rodean. Es nuestro
familiar necesitado, nuestro vecino, nuestro colega, nuestro alumno, el anciano
del Metro: son todas aquellas personas sobre las cuales nuestra actitud
solidaria y generosa puede repercutir inmediatamente en una mejoría sustancial
de su calidad de vida. No podemos
cambiar el mundo entero pero sí el entero mundo de aquellos que requieren una
mano solidaria y que están a nuestro alcance. Me parece que sólo de esta forma
es posible cambiar el mundo entero.
De lo que se trata es que nuestras acciones diarias no sean sólo
de crecimiento personal sino, más bien, de crecimiento social junto al otro y
gracias al otro; de
contribución directa a mejorar las condiciones de vida de todo aquél que nos
rodea y que no sean “gritos del silencio” el reclamo justo de aquél que padece
situaciones que merman sus derechos humanos a vivir una vida plena.
Es sumar
humanidad para la democracia, generar esperanza y no restar y
menos dividir ni distanciar.