El problema no consiste únicamente en el insulto o expresión
discriminatoria, sino en el profundo irrespeto hacia la dignidad humana que
deja entrever la manifestación racista por parte de quien la profiere.
El racismo ofende la dignidad de todas las personas
La regla más importante del Estado Constitucional,
democrático y social de derecho es el respeto de la dignidad humana. El valor
que recoge esta regla significa a todas las personas por igual, se les debe
respetar y proteger por el simple hecho de ser personas, con independencia de
cualquier criterio diferenciador como la raza, la religión, la ideología, el
sexo o su origen social.
¿Qué puede sentir una persona que es discriminada por el
simple hecho de “ser”, por el simple hecho de nacer o por su color de piel?
¿Qué puede sentir una persona que es discriminada antes de hacer algo, antes de
hablar, antes de nada?
En virtud del valor de orden superior que encarna la
dignidad humana, la Constitución Política establece que Costa Rica es un Estado
multiétnico y pluricultural, organizado de manera democrática, libre,
independiente. También establece que el Estado tiene como fines esenciales la
defensa y el desarrollo integral de la persona humana, el respeto a su dignidad
y a los derechos fundamentales.
Recuerdo estas máximas, porque en estos días la prensa
nacional ha dado cuenta de dos manifestaciones de discriminación racial que
ocurrieron en el seno del Poder Judicial. El hecho está relacionado con dos
funcionarias de alto nivel jerárquico que se refirieron a otras servidoras
judiciales en términos despectivos, en razón de su color de piel.
El racismo es condenable en cualquier ámbito que se
produzca; pero todavía más, cuando se produce en el seno del Poder Judicial.
Resulta incomprensible que dos personas que participan en la administración de
justicia, con una vasta formación académica, que han superado rigurosos
procesos de selección y ejercen una función pública, sean las protagonistas de
hechos tan bochornosos, criticables y condenables.
Por ello, la sanción que se imponga en estos casos no es
suficiente, ni debe tranquilizarnos. El problema no consiste únicamente en el
insulto o expresión discriminatoria, sino en el profundo irrespeto hacia la
dignidad humana que deja entrever la manifestación racista por parte de quien
la profiere. La discriminación contra un ser humano quebranta la paz social y
ofende la dignidad de todas las personas.
Más allá de lo que sucede dentro del Poder Judicial, es
necesario reconocer que la discriminación es bastante frecuente en el seno de
nuestra sociedad. Así pues, la discriminación debe ser prevenida, combatida y
severamente repudiada, porque es la dignidad intrínseca de cada ser humano lo
que está en juego. Tenemos mucho trabajo por delante si queremos garantizar, de
verdad, la igualdad y la justicia.
El primer paso es reconocer que existe un problema. Luego, se requiere el compromiso firme de resolverlo y, finalmente, emprender acciones concretas —no meros enunciados teóricos ni listas de intenciones— que promuevan un cambio real.
Debemos comprender, parafraseando al legendario líder de derechos humanos Martin Luther King, que una injusticia cometida contra una sola persona es una injusticia cometida contra la humanidad entera.