Si nuestra vida en común tuviera el marco de una cultura
asentada y sólida, instalada a lo largo de generaciones, enriquecida por
sucesivos aportes conceptuales y por el constante reconocimiento público a las
personas e instituciones que lideran el compromiso cotidiano en la búsqueda del
bien común, este suplemento se ocuparía de reflejar el trabajo de quienes se
preocupan por actualizar y perfeccionar áreas específicas de esa cultura,
dentro del contexto de una estructura social desafiante, pero al mismo tiempo
ordenada, previsible y coherente, que les sirviese de andamiaje y les
proporcionase coordinación y recursos.
Pero, lejos de eso, vivimos tiempos de profundos desajustes,
en el que un extendido criterio relativista motoriza improvisaciones
incoherentes, impulsa a descreer de quienes se ocupan de los demás, destruye
roles sociales de personas y de instituciones, y desvirtúa la historia,
destruyendo su papel de exponente de aprendizajes y valores comunes.
En este escenario corresponde presentar las dificultades
que, como sociedad, padecemos (y de cuya existencia casi todos somos
responsables) y ver en quienes trabajan para superarlas no sólo el valor de su
compromiso y denuedo, sino también el esfuerzo descomunal de ser al mismo
tiempo artífices y sostén de un tejido social que debe ser capaz de generar
estructuras propias dentro de un sistema social vacío. La de por sí difícil
tarea que se proponen se ve multiplicada por carencias de apoyo, comunicación,
normas públicas que las apuntalen y recursos que les permitan lograr sus
objetivos.
Es entonces oportuno destacar
el valor de quienes se proponen remontar ambas adversidades, trabajando
prioritariamente para lograr el cometido a que su vocación los llama, pero
dispuestos a generar, al mismo tiempo, articulaciones con los demás actores de la
sociedad (otras asociaciones e instituciones públicas, gobierno, empresas,
centros de estudio y comunidades religiosas) que aseguren cambios estables para
el futuro.
Este camino supone la concertación de puntos de vista disímiles, la
superación de mutuas desconfianzas y el difícil ejercicio de adecuar el orden
de nuestras prioridades en función de potenciar el esfuerzo común.