jueves, 9 de enero de 2020

Nuestro Deber


Al paso del tiempo siempre nos preguntamos qué es lo que haremos con nuestra vida y todo nuestro entorno, el personal, académico, profesional, laboral, familiar; y si somos honestos generalmente pensamos en un futuro próspero, una bonita familia, un excelente trabajo; pero lo que la mayoría de las personas no hacen es pensar en los pasos que los llevara a ello. Algunos dicen que harán lo que sea para conseguir lo que desean, otros para conseguir lo que puedan y unos tantos más para conseguir lo que quieren. La pregunta importante es: ¿Será lo mismo el poder, el querer y el deber?
Desde que iniciamos nuestra vida, tenemos dos caminos para conseguir o lograr lo que nos proponemos: el del deber o el del querer y también agregaría uno más, el del poder. Lamentablemente la mayoría toma la vía del deber, inclinándonos por la creencia de que es el camino correcto y además el único. Nos enfrentamos a tomar esta decisión porque simplemente no encontramos otras alternativas, culpamos a las circunstancias que nos rodean, además de que nos dejamos guiar por otras opiniones que llegan a convencernos de que si escogemos el camino de lo que queremos no tendremos un futuro prometedor, lamentablemente entendemos demasiado tarde, que los únicos responsables de elegir el camino correcto, somos cada uno de nosotros.
En los inicios de la filosofía, al hombre le daba temor preguntarse el porqué de las cosas que sucedían, por tal razón la mayoría de los filósofos se dedicó a observar su entorno y contemplar todos los acontecimientos desde su más mínimo detalle tanto en la naturaleza hasta en el comportamiento de los seres humanos. Con respecto a este último, Aristóteles y Sócrates hablaron de la felicidad perfecta y de lo que era una virtud.
Para Aristóteles, la felicidad perfecta consistía en hacer lo que le causara más placer a un ser humano, en su caso, era la contemplación, le gustaba pasarse horas en esta actividad y descubrió que eran los momentos más felices de su vida.
Para Sócrates, aquel ser humano que era capaz de encontrar su virtud o areté, era el ser más dichoso del mundo, en otras palabras, aquella persona que sabe para qué es bueno será feliz desempeñando esa actividad o lo que sea que fuere.
A qué viene lo anterior, que desde hace muchísimos años el ser humano descubrió como ser feliz eligiendo el camino del querer. Pero entonces ¿Qué sucedió? ¿Por qué el cambio repentino de decir “quiero hacer esto” a debo hacer esto” o más aun “solo puedo hacer esto”?
La respuesta, pues simplemente dejamos de hacer lo que queríamos porque consideramos el deber como un mandato, una regla que debo de cumplir para lograr mis metas; debo trabajar para tener una linda casa, debo tener una buena figura para que alguien se fije en mí, debo comportarme según me dicte mi entorno social para ser aceptado(a), etc., y la lista puede continuar y encontraremos miles de cosas que anteponen el “debo”.
Ahora hagámonos la siguiente pregunta: ¿Lo que hago es lo que realmente quiero hacer? A lo largo de nuestra vida, cuantas cosas hacemos cuando ni siquiera tenemos ganas ni el ímpetu de hacerlo, aquí es donde entra el “hago lo que puedo”, lo que significa que hemos entrado en una etapa de conformismo personal “hago lo que puedo porque no debo hacer más”, sin embargo, todas estas frases son las que se utilizan cotidianamente en el léxico de cada persona, si ponemos atención, escuchamos estas frases día a día, se han heredado de generación en generación y le hemos inculcado a las generaciones futuras lo que deben hacer mas no lo que quieran hacer.
Podemos poner como ejemplo a los estudiantes que están por salir de un bachillerato, personalmente me ha tocado escuchar a sus padres decir; que si eligen ser músicos, artistas, cantantes, o profesiones que no son muy comunes; se morirán de hambre; cabe mencionar que si sus progenitores se dedican a la medicina o a la abogacía, pretenden que sus hijos sigan ese mismo camino sobre todo por comodidad laboral, ya que no batallaran para conseguir algún trabajo, tendrán buenas influencias debido al legado de sus padres. En este momento, estas personas que están por salir de su bachillerato se verán influenciadas para tomar la decisión que deben más no la que quieren.
Debido a lo anterior, frecuentemente los seres humanos están acostumbrados a que les faciliten el camino a sus metas y si dentro de esto, está el no hacer lo que se quiere, hará lo que debe por comodidad. Lo anterior en palabras de Ortega y Gasset, quien decía que el ser humano se ha vuelto desagradecido y comodino, por eso lo llamo el “hombre masa”, quien solo espera a ver quién le facilita las cosas para poder hacerlas aunque no lo quiera.
Tenemos que comprender que el deber y el querer, no significan lo mismo. El deber es una palabra autoimpuesta por nosotros, por la sociedad en sí; hemos comprado la idea de que el deber es más importante que el querer y que es una regla que debo cumplir.
Querer, significa tener una capacidad de elección y de ejercer voluntariamente mis deseos o de rectificarlos, decidir qué es lo más importante para mí y para cumplir mis objetivos, tomar en cuenta la viabilidad de lo que quiero realizar, las oportunidades y todo lo que tenga que ver con el entorno de mi meta.
¿Y qué sucede con el poder? Bueno, el poder tiene que ver con las circunstancias que rodean mi objetivo, a veces se presentan situaciones que no dependen de nosotros y que hacen que cambiemos de metas o de caminos, lo primordial en este caso, es que no desistamos en ningún momento de lo que queremos, sin embargo, cuando utilizo, el “yo solo puedo…” para quedarme conforme, solo estamos limitándonos de saber de qué somos capaces, hasta donde somos aptos para llegar a conseguir lo que deseamos.
Lo importante hasta este momento es que ya se observe la diferencia entre el querer, el poder y el deber. Ahora ya sabemos que de acuerdo a lo anterior, la frase más importante es “lo que quiero es…” debemos dejar a un lado lo que los demás quieren para nosotros, debemos pensar en que es lo más importante para lograr mis objetivos pero sin afectar lo que realmente estoy dispuesto a hacer.
Y ahora, ¿Cómo vamos a pensar en lo que queremos? En primer lugar debemos discriminar lo que debes hacer de lo que quieres hacer, cambia el tengo o el debo por el quiero, si ya estás en algo que debes hacer, busca el lado bueno y aprende a querer lo que haces, aprende a cumplir lo que realmente debes y que te corresponde solo a ti y por último, no desistas, si fallas en hacer algo que quieres, sigue intentado, no hay límites.


El Ego De La Soberbia

Conocida como uno de los siete pecados capitales junto a la ira, la gula, la lujuria, la pereza, la envidia, la avaricia y la vanidad, la soberbia es una característica común al ser humano que implica la constante y permanente autoalabanza que una persona realiza sobre sí misma. La soberbia es, además, una actitud de constante auto admiración que hace que la persona en cuestión deje de considerar los derechos y necesidades de aquellos que la rodean al considerarlos inferiores y menos importantes.

La soberbia es un rasgo característico del ser humano ya que tiene que ver con el desarrollo de la autoconciencia y de cada individuo como un ente único y separado del ambiente en el que habita, capacidad que no existe en el caso de los animales. La posibilidad que tenemos de reconocernos como seres capaces de muchas habilidades, facultades y virtudes es lo que deriva en la existencia de la soberbia. Si bien la soberbia puede darse en todos los individuos en algún punto de su vida de modos más o menos profundos, se habla de soberbia específicamente cuando los rasgos de vanidad y autoalabanza de una persona se vuelven exagerados.

Orgullo y soberbia
Son dos conceptos semejantes, pero no exactamente iguales. Mientras que en el primero el individuo se valora a sí mismo en su justa medida, en el segundo hay una desproporción. Por lo tanto, quien es soberbio no está orgulloso de sí mismo, sino que su autovaloración se fundamenta en el menosprecio de los demás. En otras palabras, en este sentimiento se produce un no reconocimiento de los semejantes.

Desde un punto de vista psicológico se trata de un mecanismo de defensa
La actitud soberbia es considerada como un mecanismo de defensa. De esa manera, quien tiende a la soberbia puede ser alguien con una escasa autoestima y para compensarla recurre a una sobrevaloración de sí mismo. Para camuflar los miedos y las inseguridades, se adopta un disfraz de engreimiento y petulancia. Las personas con este rasgo trasmiten a los demás que son mejores y de algunas maneras superiores, pero en el fondo se quieren poco a sí mismos.

Una persona soberbia es alguien con miedos y que necesita sentirse por encima de los demás.

El soberbio puede tener dificultades para valorar las acciones y normalmente vive pendiente de las apariencias y de la comparación con los que le rodean. Paralelamente, la soberbia es una falta de humildad. Los psicólogos consideran que para corregir esta actitud es conveniente centrarse en la autoestima

Atento A Lo Que Percibo


El sólo observar lo que sea sin enjuiciar lo que percibo ya es un desafío para nuestra actitud habitual en la vida. Tenemos siempre presente una actitud de crítica de todo aquello que no nos parece de nuestro gusto. E incluso en lo que nos agrada, encontramos detalles que no están bien a nuestro juicio.

Nos resulta muy extraño observar que nos sentimos emocionalmente unidos con lo que percibimos. Muchas veces nos sentimos así, emocionalmente enriquecidos por lo que percibimos. Sin embargo, solemos desperdiciar la posibilidad de darnos cuenta cómo nos estamos sintiendo. Disfrutamos paz y plenitud sintiéndonos como parte de toda esa realidad pero sólo si tomamos consciencia de que eso está sucediendo.

Si nos pusiéramos atención a lo que vivimos constantemente, aumentarían enormemente las posibilidades de disfrutar de la realidad que nos toca vivir. La atención al presente te permitirá darte cuenta de tu actitud crítica ante lo que percibes y es probable que aceptes los hechos como son. ¿Qué sentido tendría el que no los aceptaras si nada puedes hacer para cambiarlos?
Incluso, en el evento de que no te agrade lo que percibes pero tu actitud no es crítica sino aceptadora de la realidad percibida, te has ahorrado la negatividad del juicio sin sacrificar tu paz. Estás presente en ti y en sosiego y tienes una alta probabilidad de intercambiar amistosas referencias sobre lo que percibes con tus relaciones.

La diferencia en la actitud con que enfrentamos nuestra vida cambia brutalmente si estás presente en tu vida o estás ausente de ella. Sólo si estás atento a lo que vives en el momento presente, estás presente en tu vida. Y en esas condiciones nada te puede sacar de tu paz y de vivir emocionalmente unido con la belleza de la vida. Sólo tú sales de ello si te distraes de la vida.


Superar La Ignorancia


“Qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia”. (Platón. La República. Libro VII).

En un curso de segundo de Bachillerato, Eleuterio, el profesor de Historia de la Filosofía, explicaba, con notable entusiasmo, el significado del mito de la Caverna de Platón. Observaba, sin embargo, que varios alumnos parecían distraídos o entretenidos en otras cosas. Entonces les dijo: Veo que a algunos no les interesan ni siquiera los cuentos que han fascinado a millones de personas a lo largo de la Historia. Os lo voy a contar de otro modo.

Gracias. Dijeron algunos con cierta ironía.

Estaba un cerdo hurgando, hocicando, revolviendo el suelo húmedo debajo de una grande, preciosa y centenaria encina, en busca de bellotas, mientras emitía sonidos típicos de satisfacción, cuando alguna ingresaba en su gaznate, previa trituración entre sus poderosos molares.

En ese momento, Ramiro, que además de atender era gracioso, empezó a imitar el sonido del marrano. Por Zeus que lo hacía muy bien. Todos se rieron (ya no había distraídos), y entonces el docente aprovechó para contarles el famoso concurso de rebuznos, en el que participaron ocho burros y dos hombres. Y que no ganaron los asnos.

Se rieron todos de nuevo.

El profesor continuó: El guarro pensaba (?) que las bellotas provenían de debajo de la superficie del suelo; de hecho las encontraba después de apartar con el hocico la fina capa de humus que cubría la tierra.

Un espabilado y reluciente mirlo dejó de pronto sus bellas melodías y se puso a observar atentamente al cochino. Cuando vio que seguía hurgando, pero sin encontrar apenas ninguna, lo llamó para indicarle que las bellotas estaban arriba, en las amplias y tupidas ramas de la encina: “Mira, cerdito amigo. Levanta la vista y verás una cantidad infinita de relucientes bellotas dispuestas a caer para que tú las comas. Basta con que empujes suavemente el árbol y, con el movimiento, con un pequeño zarandeo, bajarán al suelo rápidamente”.

El cerdo ni caso. A lo suyo. Seguía hurgando, gruñendo y menospreciando la llamada del ave, a pesar de que, donde él buscaba, iban escaseando las bellotas de un modo muy preocupante.

Entonces termina diciendo el profesor: “¡Yo soy ese pajarito!”.

Enseguida intervino Severino: “¡Nos ha llamado cerdos!”.

Nadie contuvo la risa…

Y la clase continuó con una clara subida de atención, intentando ahora comprender el papel del pedagogo que ha vuelto del mundo de la ‘luz’ para rescatar de las ‘tinieblas’ a aquellos ignorantes, pero altivos, prisioneros.

Aun así, Protestato (alumno escasamente evolucionado, que cursaba segundo por segunda vez) sólo fue capaz de repetir lo que había oído decir al Alcalde de su pueblo, en el bar El Adoquín: “¡La Filosofía no sirve para nada!”.

La Lectura Cotidiana

La lectura ha sido siempre uno de los grandes placeres del que, incomprensiblemente, nada quiere saber la gran mayoría

La lectura forma parte del placer y de la felicidad tan ajenos a las felicidades y los placeres que nos ofrecen las multinacionales del consumo, de aquellos que tienen más que ver con la plenitud que otorga la utilización de las facultades mentales como son la fantasía, la memoria, la imaginación, la emoción, el raciocinio y la inteligencia cuando se unen para construir un mundo de ficción autónomo de la realidad en que se fundamenta y al mismo tiempo tan real como la misma realidad.

Pero, además, la lectura constituye un recurso espléndido en los largos periodos como el actual, en el que los periódicos y las televisiones, a los que recurrimos en busca de información u ocio, no ofrecen más que noticias y elucubraciones sobre el Papa. No sé usted, pero yo no puedo más de Papa. Y la lectura entonces constituye un refugio que me compensa de un mundo informativo que cada vez me gusta menos.

Nada es más fácil que poner de manifiesto las ventajas de la lectura sobre la ausencia de lectura, la benéfica influencia que tiene sobre todos nosotros y el placer que nos proporciona. Otra cosa es que mi discurso sea convincente; otra, que los padres y los maestros convenzan a sus hijos y alumnos, y otra, más difícil aún, pretender cambiar los hábitos del que no tiene, porque nunca la tuvo, la costumbre de leer, o del que, por causas varias difíciles a veces de determinar, la perdió.

Leer es ante todo un ejercicio de la mente. La mueve, la revoluciona y la desarrolla, siempre produciéndole esa inquietud que asoma cuando conocemos otros ámbitos y otras opiniones; en una palabra, cuando accedemos a otros mundos distintos del que nos envuelve y nos protege. Leer acelera el ritmo de nuestra inteligencia, la fortalece y la enriquece, del mismo modo que caminar fortalece los músculos de las piernas y nos hace más ágiles.

Esto es elemental y uno se pregunta tantas veces cómo los padres tan aficionados a que sus hijos hagan toda clase de deportes, desde el tenis a la esgrima, no se preocupan de que sus hijos desarrollen al mismo ritmo las facultades mentales cuya inmovilidad es muchas veces la responsable de los fracasos escolares.

Pero, además, esa misma inteligencia va adquiriendo con la lectura tal confianza en sí misma que, al poner a debatir su propio parecer con los pareceres múltiples que le ofrece la lectura, adquiere su propio criterio frente a todos los acontecimientos que la vida nos ofrece. Es en buena medida gracias a la lectura que la inteligencia deja de ser susceptible de ser manipulada, al menos en parte, y comienza y afianza su propio camino hacia la libertad.

Y, SOBRE TODO,la lectura nos convierte en creadores. El texto que leemos pasa inevitablemente por nuestra experiencia, nuestra imaginación y nuestra fantasía, gracias a las cuales somos capaces de interpretarlo y de hacerlo nuestro, de tal modo que el resultado de la novela, del relato o incluso del ensayo que hemos recibido lo recreamos en función de nuestra propia interpretación.

Es ahí donde reside la grandeza de la creación: todo el que bebe de ella no sólo participa de la creación del autor, sino que a partir de ella crea su propia historia.

Pero no me cansaré de decir, como al principio de estas líneas, que sumergirse en la lectura, sea de ficción o de opinión o de investigación, proporciona uno de los grandes placeres para los que, todo parece indicar, hemos venido al mundo, ya que para ello disponemos de las herramientas necesarias. Cierto es que esas herramientas hay que utilizarlas, de otro modo ni hay lectura ni hay placer.

De ahí que la lectura, siendo un placer, sea uno de los placeres activos que exigen nuestra colaboración, en contraposición con los placeres pasivos que nos ofrecen tantos ocios conocidos hoy, en los que, por decirlo así, casi no participan las facultades del alma y no tienen más exigencia que, es un decir, ese leve movimiento de la mano para ir cambiando de canal.

Leer es viajar, es conocer otros mundos que viven como nosotros en el planeta, pero también es conocer otros ámbitos de pensamiento tan válidos como los nuestros. Leer es sumergirse en la vida de otros personajes, es detestar y amar y comparar, es sentir complicidad con el pensamiento de un ser que tal vez nunca conoceremos o disentir de otro entendiendo los elementos que nos separan de él. Leer es tener muchas vidas, es abrirnos mil posibilidades, es tener la opción de conocer y de reconocer el pasado y el presente, y --¿para qué negarlo?-- es un camino que nos conduce inevitablemente al centro mismo de nuestro propio yo: conocerse al fin, saberse, aceptarse y por lo mismo aceptar a los demás.

LEER es un antídoto contra cualquier concepción del mundo excluyente y fundamentalista, y un revulsivo contra la violencia, la personal y la de las ciegas violencias que en nombre de dios o de la patria, quienquiera que sean, tiñen hoy de oprobio y vergüenza buena parte del planeta y de sus habitantes.

Pero por más que los gobiernos, como es su deber, sobre todo si figuraba en su programa electoral por el cual lo hemos elegido, pongan en marcha políticas de fomento de la lectura y por más que las escuelas se esfuercen en buscar métodos para despertar y alimentar el hábito de la lectura en los niños, el resultado dependerá también en buena medida en lo que hagan los padres. En una casa sin libros, qué pocos niños serán capaces de leer...

Leamos pues, seamos felices y dejemos que lo sean también nuestros hijos.

Evolución Humana


¿Es el hombre la culminación de la evolución cósmica? Algunos visionarios de nuestra época lo niegan apasionadamente. Según ellos, el ser humano sólo significa un eslabón provisional e imperfecto dentro de una cadena ascendente que todavía no ha llegado a su final. Este final se encuentra más allá del hombre, por encima del hombre. El siglo XXI dará un salto cualitativo en el dominio de una tecnología cuasi-mágica y permitirá —¡al fin!— transcender al ser humano. Tal es el sueño de los transhumanistas.

 Por supuesto, todo esto suena a película de Hollywood y a ciencia ficción. Y, sin embargo, el lobby transhumanista presenta en sus filas partidarios completamente respetables. Sin ir más lejos, en nuestro país un autor tan conocido como Eduardo Punset defiende una visión del hombre y de su futuro que exhibe numerosos puntos de coincidencia con las tesis transhumanistas. 

Al fin y al cabo, ¿no ha dado ya el ser humano todo lo que puede dar? Así lo consideran Marvin Minsky, Ray Kurzweil y otros gurúes norteamericanos del transhumanismo, para quienes la nanotecnología y la biotecnología habrán de conducir, dentro de pocas décadas, al interfaz hombre-máquina, piedra angular del mito transhumanista. No ser ya sólo hombres, sino hibridaciones entre hombre y máquina, entre hombre y ordenador. Liberarnos —al menos parcialmente— de las servidumbres que nos impone la biología. 

Ampliar nuestras capacidades psíquicas y sensoriales. Explorar todo el espectro de los estados alterados de conciencia. Experimentar sensaciones antes nunca conocidas por el género humano. ¿Quién no se sentiría atraído por tales perspectivas? Tanto más cuanto que el hombre, tal y como ha existido hasta ahora, parece incapaz de abandonar ese fango de egoísmo, vulgaridad y violencia en el que anda chapoteando desde tiempo inmemorial.

Como es evidente, desde un punto de vista humanista, e incluso desde el simple sentido común, sería fácil efectuar una indignada crítica contra tales desvaríos: que si son síntomas de un nihilismo mal disimulado, que si vamos al Mundo Feliz de Huxley, que si Hitler va a triunfar con un siglo de retraso en su lucha por crear al Superhombre. Sin embargo, el transhumanismo —como todo mito, como toda idea que logra fascinar al espíritu humano— contiene una parte de aspiraciones legítimas. 

Es decir: la humanidad experimenta hoy un intenso deseo de autosuperación y el anhelo de “empezar una nueva época”, una etapa radicalmente distinta dentro de su historia milenaria. 

Cambiar desde la raíz el ambiente de nuestra cultura, nuestros hábitos de vida, el régimen íntimo de unas existencias individuales que se han acostumbrado a respirar en una atmósfera de conformismo desencantado. Librarse de la Matrix omnipresente que hoy nos atrapa y salir al fin de la caverna platónica, para contemplar la verdadera realidad. Y los transhumanistas han sabido captar precisamente este aspecto del Zeitgeist actual: los hombres de nuestra época aspiran a vivir en un mundo lleno de aventura y de misterio, diametralmente opuesto a esta gris rutina de existencias vacilantes y desnortadas que hoy conocemos. Sin embargo, y como sucede tantas veces, se acierta aquí en el fin, pero se yerra —y de una manera decisiva— en los medios.

Y es que, en efecto, por sí misma la tecnología —ni siquiera la tecnología “mágica” con la que sueña el transhumanismo— es incapaz de reeencantar el mundo. A mediados del siglo XIX, los entusiastas del progreso predecían, extáticos y exultantes, un siglo XX poblado de máquinas fantásticas que convertirían el mundo en un lugar “emocionante” y “maravilloso”. La máquina volante —nuestro avión— era entonces el paradigma de lo fascinantemente futurista; y aún más el proyectil que, como imaginó Verne, nos llevaría hasta la Luna. Ahora bien: hoy en día, miles de aviones surcan cada día nuestros cielos, y hace décadas que conquistamos nuestro satélite; pero, aun así, seguimos bostezando. Seguimos haciendo ricas a las multinacionales farmacéuticas que nos proporcionan nuestra imprescindible ración de antidepresivos. La melancolía es la seña de identidad del Occidente posmoderno. Ergo: es obvio que nos estamos equivocando en algo decisivo.

También se equivocan, desde luego, los transhumanistas. Necesitamos —es cierto— un nuevo entusiasmo, una nueva frontera, un nuevo impulso que nos devuelva la ilusión y la alegría. Ahora bien: este impulso no provendrá de la tecnociencia (¡que no es execrable en sí misma, de ningún modo!), ni de los kennedys y obamas de turno. Porque la única energía que puede renovar la faz del mundo procede del núcleo más íntimo de lo real. 

De la centella más interior del espíritu humano: más allá incluso de nosotros mismos. Donde todo recobra su aspecto más auténtico y maravilloso. Donde la vida humana vuelve a convertirse en lo que nunca debió haber dejado de ser: una fiesta llena de alegría. Donde descubrimos con estupor que aquí mismo, junto a nosotros, existe —ocultada por nuestra torpe mediocridad— otra forma de vivir y de construir el mundo.

El Valor Persona


Es un tema en el que nos vemos envueltos constantemente, no nos damos cuenta respecto a su presencia pero está ahí en todo momento. Estoy hablando del valor que te define como persona, aquello que te compara con todo los otros seres que hay a tu alrededor.

O quizá… ¿estamos partiendo desde un enfoque equivocado?
Desde luego que sí.

Antes que nada me gustaría resaltar que el valor que poseen tanto las cosas como las personas es simplemente una ILUSIÓN. Te pediría que lo leyeses las veces que fuese necesario hasta que quedase grabado en tu mente, puesto que la valoración es simplemente una etiqueta que otorgamos pero eso no define en absoluto.

He querido resaltar este concepto porque he visto infinitas veces caer en la trampa a un incontable número de personas, incluyéndome a mí mismo. Tenemos una naturaleza innata de definir nuestra valoración dependiendo de las distintas opiniones y aprobaciones que recibimos del exterior. Cuantos más votos positivos acumulemos más valiosos somos, cuanto menos feedback positivo poseamos, menos valor tenemos.

Si funcionamos desde este encuadre, nos posicionamos desde un lugar de escaso poder sobre nosotros mismos, puesto que éste va a estar en manos de los demás que podrán determinar a su antojo lo valioso que eres. Estarás dependiendo de la validación externa.

Otro enfoque que surge en la batalla que se genera al estar en un mercado dónde el ser más preciado es el que gana, sería el de la soberbia. La persona que funciona desde esa realidad vive en un absoluto miedo e inseguridad sobre sí mismo, pero en unos límites inimaginables, aunque pueda parecer todo lo contrario. 

Éste se caracteriza por una actitud en dónde intenta a toda costa disminuir el valor de los demás, para poder vivir temporalmente en un lugar más elevado. Quien vive desde este paradigma ha de estar en una lucha constante y a su vez el poder sigue estando en el exterior, dado que los demás han de seguir teniendo una valoración menor respecto a él.


La Palabra Escrita

“EL ARTE DE LA PALABRA ESCRITA”
Publicado por las profesoras ponentes del curso Dra. Mª del Carmen Diez González, Mª Gloria García Blay, Marta Ruiz Revert y Mª Helena Pascual Ochando
       Si nos preguntamos la importancia de la palabra escrita, nos podríamos remontar a Jean Paul Sastre, Premio Nóbel de Literatura, que en su obra “Las palabras” alude al relato de su vocación por la escritura expresándolo como “vivir, es producir significaciones”, es decir, el habla es la culminación de la expresión del significado, de los sentidos, del arte de las palabras, en conclusión, el desarrollo de nuestra inteligencia. La inteligencia que no cae en repeticiones del mismo lenguaje trasformado como si se tratara de algo inerte, y sin movimiento, por ello, la escritura necesita y debe respirar.
La escritura forma parte de la expresión, tal y como expone Voltaire “la escritura es la pintura de la voz” de la palabra trasformada en arte, en expresión y por ello, en vida. Es por ello, que los niños cuando se les pide que dibujen la memoria lo hacen sin necesitar un ejemplo a imitar, dibujan lo que saben, no lo que ven. La base de la expresividad se encuentra en preescolar, por ello se hace necesario inculcar desde distintos ámbitos “el arte de la palabra escrita”, se hace necesaria la conexión emocional con la palabra escrita, ya que en caso contrario carece de sentido. Cuando un niño expresa lo que siente existen menos posibilidades de que lo resuelva con el comportamiento, además conocemos cómo la ansiedad se relaciona directamente con la probabilidad de actuación, es decir, si el nivel de ansiedad del niño es alto  su probabilidad de actuación también lo es, y viceversa, ello muestra una relación significativa entre la palabra y la emoción.
Iniciarse en la escritura no es tarea fácil, implica un nivel de planificación, edición, revisión, regulación y/o metacognición, que pareciera digno de unos pocos, sin embargo hoy en día sabemos que este arte se enseña y se aprende. El arte de ponerse ante una hoja en blanco y dibujar lo que se ve con el alma o con los sentidos, es el reflejo de las inspiraciones y espiraciones, del flujo de la vida, de los vaivenes de los sentimientos con sus momentos de compañerismo, y soledad, por ello, la ausencia de la escritura denota significado, es como el silencio en una partitura de música, sin él, no apreciaríamos el sonido que viene a continuación.

miércoles, 8 de enero de 2020

Las Alternativas


¿Cuántas veces has dicho “no” cuando hubieras podido decir “si”? ¿piensas que hubiera sido mejor? Muchas veces las cosas de las que uno se arrepiente son aquellas que uno no se ha permitido vivir. Y raramente uno se arrepiente de aquellas lecciones aprendidas por haber dicho “sí”.
Decir sí, es decir sí a la vida. El mayor miedo a hacer esa afirmación es por lo que tiene de nuevo, de distinto. Miedo a salir de la zona de confort, de la rutina, de la seguridad. Cierto es que hay distintos momentos en la vida, por tanto, tienes que ser consciente de qué etapa estás viviendo en la actualidad y, en definitiva, si estás en el camino de la vida que quieres vivir.

Cuando sientes que estás abierto a todo lo que vas encontrando, incluso a comenzar caminos alternativos, los resultados siempre son inesperados. Y aunque sabemos que enriquecen todas aquellas nuevas experiencias que vivimos, normalmente, esos caminos alternativos se prefieren no tomar, por miedo a esos resultados inesperados que siempre generan incertidumbre porque no son los caminos conocidos.

Para decir “no” puedes encontrar multitud de excusas basadas en los preceptos que marcan las normas que has adoptado. Aunque sabemos que la mayoría aceptamos esas normas sin darles ni media vuelta, ni cuestionarlas.  Esas autocensuras son las que te atan a situaciones que no fomentan que puedas seguir creciendo, experimentando y seguir sorprendiéndote con los diferentes aspectos que conlleva la vida.

Para cualquier elección que tomes es recomendable tener presente que de todas las circunstancias siempre hay un punto de vista negativo y otro positivo. Y que suele ser mejor poder enfocarte en los aprendizajes desde un lugar positivo, donde todo lo que vives, bueno o malo, suma. Y esto siempre es mejor que centrarte en la mera crítica destructiva, en la desvalorización de ti mismo, de tus decisiones o de tus sentimientos, y de hacer eso mismo con los demás.

Un cambio de actitud mediante una revisión de tus creencias permite concentrarte en interpretaciones que te aporten y que te animen a elegir alternativas que habitualmente descartarías. Una nueva actitud es útil para comprender las distintas formas de vivir de los demás, y no dejarte llevar por los fáciles prejuicios o censuras. Igualmente te ayuda a promover la empatía. Y si estás dispuesto a esa nueva mirada, favorecerás un mayor abanico de opciones en tu vida incluyendo una mayor riqueza, tanto a nivel personal, como en aquellas relaciones que establezcas con los demás.

Cuando dices que “no”, esas cosas, que podrían haber pasado y que no viviste, son las que te hacen pensar, dar vueltas y no poder conectar con el momento presente.  Si dudas entre el hacer y no hacer, escoge actuar. Piensa que si te equivocas los errores son necesarios para poder encontrar aspectos de ti mismo que de otra manera nunca podrían ser descubiertos. Y que al menos tendrás la experiencia de vivir.

Nunca es demasiado pronto o demasiado tarde para ser quien quieras…

Las Personas No Son Cosas

Nos comportamos con los demás como si fueran cosas, no personas. 


Nuestra relación con las personas es también como con las cosas.  Un marido se comporta con su mujer como si ésta fuera una cosa; la posee. La mujer se comporta con el marido como con una cosa. Si nos comportásemos con los demás como si fueran personas, no intentaríamos poseerlas, porque sólo las cosas pueden ser poseídas.

Una persona significa libertad. Una persona no puede ser poseída. Si tratas de poseerlas, las matarás, se volverán cosas. Nuestra relación con los demás no es realmente de yo a tú; en el fondo es una relación de yo a yo. El otro es sólo una cosa para ser manipulada, para ser utilizada, explotada. Por eso el amor se vuelve cada vez más imposible, porque amor significa considerar al otro una persona, un ser consciente, una libertad, algo tan valioso como tú.

Si te comportas como si todo fuera una cosa, entonces tú eres el centro y las cosas son para ser usadas. La relación se vuelve utilitaria. Las cosas no tienen valor en sí mismas: el valor es que puedes usarlas, existen para ti. Puedes relacionarte con tu casa: la casa existe para ti. Es una utilidad. El coche existe para ti, pero la esposa no existe para ti y el marido no existe para ti. El marido existe para sí mismo y la esposa existe para sí misma. Una persona existe para sí misma; eso es lo que significa ser una persona. 

 Y si permites que la persona sea una persona y no la reduces a ser una cosa, poco a poco empezarás a sentirla. De lo contrario, no puedes sentir. Tu relación seguirá siendo conceptual, intelectual, de mente a mente, de cabeza a cabeza..., pero no de corazón a corazón".


El Instinto Humano


Si los instintos humanos fuesen iguales a los de los animales, no habría manera de explicar por qué algunas personas se suicidan o dejan de comer, en contra del instinto de supervivencia. No hay acuerdo total sobre el tema. 

Se habla mucho de los instintos humanos, pero, a veces, no sabemos a qué nos referimos exactamente con ello. Es un término que se tomó prestado de la biología y que nos recuerda que, finalmente, somos una rama de mamíferos evolucionada. Sabemos que mucho de ese animal sigue vigente en nosotros.

Sin embargo, también aparecen algunas particularidades que nos alejan de ese mundo biológico. Muchas veces hemos oído mencionar los instintos humanos de supervivencia y, pese a ello, sabemos que el suicidio es una realidad diaria en el mundo actual. También se mencionan los instintos sexuales y, al mismo tiempo, se nos informa de datos sobre impotencia u otras disfunciones.

“Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo”.
-Armando Palacio Valdés-

Como vemos, el tema de los instintos humanos no se agota simplemente en lo biológico. Hay toda una serie de vectores culturales y simbólicos que influyen en todo esto. De hecho, también hay corrientes de pensamiento que no hablan de instintos, sino de pulsiones. Veamos esto con mayor detalle.

Desde el punto de vista biológico, los instintos son pautas de comportamiento que tienen como características ser hereditarias y comunes a toda la especie. La razón de ser de esos instintos es la adaptación y están programados en el cerebro. Nos permiten protegernos y preservarnos. Corresponden a reacciones automáticas o inmediatas.

La teoría biológica señala que tenemos unos instintos básicos y estos son:

· Instinto de supervivencia. Corresponde a todas las conductas básicas que nos permiten preservar la vida y la salud. Entre ellas se encuentran la evitación del peligro, la alimentación, la búsqueda de abrigo, etc.

· Instinto de reproducción. Tiene que ver con la preservación de la especie y se refiere básicamente a la sexualidad reproductiva.

· Instinto religioso. Aunque no hay consenso total frente a este punto, la mayoría de los psicólogos de corte positivista señalan que el ser humano tiene una necesidad innata de sentido. Se asocia a la misma zona del cerebro que se activa en los episodios de epilepsia.

Estos serían los instintos humanos básicos. Sin embargo, este enfoque no logra explicar por qué, por ejemplo, una persona deja de comer porque se siente muy obesa, sin estarlo. Esto iría en contra del automatismo que los instintos suponen.

Sigmund Freud planteó que en el ser humano no están presentes los instintos como tal, sino unas fuerzas específicas de la especie a las que llamó pulsiones. Dichas pulsiones son impulsos psíquicos, que están compuestos por un estado de excitación y una tensión física.

La pulsión busca descargar o suprimir ese estado de tensión. Para ello, busca un objeto que le permita deshacerse de ella. Así, por ejemplo, el hambre correspondería a la pulsión y la comida al objeto que permite liberar dicho impulso. Volvemos a la pregunta: ¿por qué entonces algunas personas, por ejemplo, no comen? Freud propone que no todos los impulsos del ser humano son benignos.

Para Freud existen dos pulsiones básicas: el eros y el tanathos. La pulsión del eros comprende todos los impulsos relacionados con la autoconservación y la sexualidad. El tanathos corresponde a la pulsión de muerte y comprende los impulsos violentos, caóticos, disgregadores y el deseo de retornar al estado inanimado. Las pulsiones no buscan satisfacer necesidades inmediatas, sino la representación mental de las mismas.

Dialogar



El recurso del diálogo ha contribuido, según lo muestran los hechos, a resarcir diferencias y a fomentar los acuerdos a partir de la pluralidad; pero también y ante todo dicha  posibilidad, propia de los sujetos en calidad de hablantes debe estar dirigida al ámbito colectivo, de tal manera que se alcance a entender que en tanto se fomente la confianza y las acciones para facilitar el diálogo en todo orden, en particular en el social, se cumple con tareas básicas como: la prevención, la transformación de conflictos y la construcción de la paz. Se constata así como la mediación de la palabra y el establecimiento del diálogo propiciado desde y por diversos actores es quizá la mayor garantía para el alcance de la paz y en lo posible, para la recuperación de la credibilidad entre gobernantes y gobernados, en particular cuando se trata de sistemas democráticos.

Quizá ninguna otra actividad humana ha cobrado tanta importancia en los últimos tiempos, marcados por el conflicto y la dificultad para el acuerdo, como la del diálogo. Los sujetos en condición de hablantes y de seres de lenguaje hemos vivido gobernados por el “privilegio del diálogo”, circunstancia que ha operado más como intento que como realidad; a pesar del legado de dialogantes antiguos, para quienes la palabra siempre fue viva y cobró vida.

Sin embargo, en el actual panorama nacional e internacional son frecuentes los casos cuya salida a los conflictos se consigue por la fuerza, se desplaza a la palabra a una condición inferior e insignificante frente a las armas. Las guerras se explican por el temor a las armas; éstas, son las preferidas por quienes, en medio de documentos, persecuciones y legitimadas declaraciones, no ven otra alternativa más favorable a la solución de un conflicto, a diferencia de las palabras.

Casos recientes y de conocimiento mundial confirman esta afirmación, repetir esta patética realidad, es caer en una tautología.

La presente digresión encaminada a plantear algunas reflexiones en torno a la noción y a la práctica del diálogo y a la idea de que éste tenga alcances sociales partirá, entre otros, del referente teórico de la filosofía, pues esta disciplina tiene gran valor en la razón de ser de su discurso.

A la pregunta por la importancia de la filosofía puede resultarle persistente una preocupación hermenéutica fundamental que procure según plantean pensadores como Gadamer, la superación de la distancia entre el sentido de un discurso mantenido por quien escribe y por un lector que procura comprenderlo. 

Circunstancia que se registra cercana del ejercicio del diálogo, exaltado por la tradición humanista en oposición abierta al monólogo racional y reafirma, en cambio, la constante tendencia de un diálogo que se despliega en la comunidad, determinante del marco colectivo e histórico en que vive el individuo.



Personalidad Inestable



Siguiendo con los casos más perturbados, algunas personas con trastorno límite, personalidad inestable, pasan por períodos psicóticos. Así, por ejemplo, sufren alucinaciones y delirios (aunque nunca muy prolongados en el tiempo), caen en estados depresivos profundos, tienen experiencias disociativas, o sienten que no existen en absoluto. Estas experiencias ocurren con más frecuencia cuando aumenta el estrés psicosocial (por ejemplo, ante la muerte de alguien cercano, la pérdida de una relación o la mudanza de algún aspecto importante de su vida).
Su rendimiento académico suele ser mediocre, aunque no por falta de inteligencia. También son trabajadores inestables, con una eficacia continuada pobre y múltiples bajas laborales.

La impulsividad es otro de sus grandes problemas y les lleva a complicar su vida sobremanera. En concreto, es fácil que caigan en conductas de juego, que compren compulsivamente, que contraigan deudas desorbitadas, que se den atracones sin medida, que abusen de sustancias perjudiciales (tabaco, alcohol, café, etc.), que se involucren en prácticas sexuales de alto riesgo, que conduzcan de forma temeraria, que realicen ejercicios o actividades peligrosas, etc. Esto es especialmente arriesgado para aquellos que, en un momento de bajo estado de ánimo y hondos sentimientos de vacío, planifican el suicidio. De hecho, el suicidio consumado se observa hasta en un 8-10% de estos sujetos y, como ya hemos dicho, los actos de automutilación (cortarse o quemarse) y las amenazas e intentos suicidas son muy frecuentes.

En los sujetos con personalidad inestable son muy raros y breves los períodos en que se manifiesta alegría o, al menos, tranquilidad, bienestar o satisfacción vital. Pronto se aburren y buscan desesperadamente algo que hacer. También es muy habitual que se muestren iracundos y que sean incapaces de controlar su mal genio. Por eso, con frecuencia se muestran sarcásticos, crueles y amargos. Son especialmente críticos con aquellas personas que tratan de controlarlos y tachan a los que les cuidan de negligentes, autoritarios, represores o insensibles.





Libertad Irrestricta


Según Nietzsche, libre es “lo que no es perturbado ni desviado en su dirección, lo que no es objeto de coacción alguna”. Y para hacer uso de esa libertad, dice que no se debe sentir vergüenza de uno mismo. Ese es el sentido de la libertad realizada.

Pero esta libertad puede ser cubierta por el temor de asumir con decisión nuestro propio destino y enfrentarnos a él, por lo que terminamos no haciéndonos cargo de nuestra responsabilidad como individuos.

Entonces se hace muy difícil asumir que podemos elegir libremente, sin condicionamiento externo alguno que nos acote el abanico de posibilidades. En caso de haber alguno, este condicionamiento hará que optemos por lo que nos haga sentir más seguros. Queramos o no siempre estamos condicionándonos, ya que perseguimos la seguridad, conciente o inconscientemente.

Cada uno de nosotros se maneja con un margen de maniobra que nos permite una segunda oportunidad. Siempre podemos animarnos a tomar otra de las alternativas que tengamos a nuestro alcance. El problema radica cuando nuestras limitaciones, es decir, las seguridades que anhelamos, no nos permiten arriesgar e intentar elegir otra de las posibilidades por temor a fracasar.

La libertad es una facultad natural que posee el hombre de obrar o no hacerlo, y de elegir la manera en que lo hace, siendo por ello responsable de sus propios actos.

Primero, hay que hacer una breve diferencia entre optar y elegir. Cuando uno opta por algo, lo hace entre varias posibilidades, seleccionando una por comodidad o seguridad más que por preferencia. En cambio cuando elegimos, estamos dando preferencia a esa posibilidad ya que existe un fin o un porque para decidirse por ella.

La opción es la facultad de elegir con un condicionamiento de por medio, en cambio la elección es absolutamente deliberada, teniendo plena libertad de acción para poder evaluar lo que queremos. Se opta por miedo, se elige porque se quiere.

La mayor parte de nuestra vida nos la pasamos optando, dejamos las cosas en manos del destino. Esto hace que no nos comprometamos con nuestra elección de vida, con lo que realmente queremos para nosotros.

Siempre creí que el compromiso pasa por uno mismo. Cuando uno se compromete con algo da su palabra. El compromiso es una elección. Salvo cuando optamos o dejamos que otro decida por nosotros, nos comprometemos por obligación.

Entonces llegó la hora de tomar las riendas de nuestro destino y empezar a elegir lo que realmente deseamos. Tenemos que comprometernos con nuestra propia libertad. La poca responsabilidad, el miedo y la comodidad hacen que no podamos llevar a cabo la vida que queremos.


La Mente Dispuesta


Poseer una mente positiva es una cualidad de las personas triunfadoras, porque cuando prevalecen pensamientos positivos en un individuo, este podrá enfrentar las vicisitudes de la vida con valentía, determinación y sabiduría a fin de lograr metas que lleven a la autorrealización.

La mente positiva significa creer en ti mismo, saber que puedes lograr todo lo que te propongas, tener una visión positiva del mundo, concentrarte en las cosas buenas de la vida y las oportunidades que abundan por todos lados.

Ejemplos que demuestran que tienes una mente positiva:

La actitud que demuestras ante las dificultades:
Una persona con mente positiva ante las dificultades usarás expresiones de este tipo: ¡estoy seguro que hay una solución!, ¡usaremos este mal momento para impulsar el negocio!, ¡estos problemas me han abierto los ojos a la luz!, ¡me siento motivado, porque estos obstáculos han aumentado mi sed de éxito!, etcétera. Esta es una demostración de la importancia de la actitud mental positiva para superar adversidades.

Una persona con mente positiva está orientada al bienestar y cuando observa alguna información negativa, simplemente la deja pasar y no gasta su tiempo o energía en cosas que no abonan en nada su crecimiento personal.


Los libros de desarrollo personal tienen un impacto favorable en la construcción de una mente positiva. Entre más información leas con relación al éxito, las buenas relaciones, el uso de la inteligencia emocional, el cuidado de la salud y una vida plena. Llegará un momento en que esas ideas formarán parte de tu rutina diaria, hasta volverse creencias arraigadas a tu forma de ser.


El Provocar Cambios


Nuestro radio de acción para influir en otras personas y el entorno es limitado, pero no debe hacernos dudar acerca de la capacidad que tenemos para hacerlo en nosotros mismos.

En realidad todo cambia, todo se mueve, nada permanece constante. La mayoría de las personas e incluso de las situaciones, sí cambian; lo que ocurre es que cambian cuando ellas quieren y no cuando nosotros queremos. Esta frase, tan ampliamente difundida en algunos sectores de la psicoterapia moderna, viene a decirnos lo siguiente: “Todos los cambios se generan desde adentro hacia fuera así que, si deseas nuevos resultados, cambia tú; si haces lo que siempre has hecho, obtendrás lo que siempre has obtenido: más de lo mismo. Si ésas no son buenas noticias, ¡¡¡ cambia!!!”.

Nuestro radio de acción para influir en los demás y en el entorno es, ciertamente, bastante limitado, pero no debe hacernos dudar acerca de la capacidad que tenemos para cambiarnos a nosotros mismos. En condiciones normales, todas las personas disponemos de los recursos (capacidades y habilidades) necesarios para realizar cambios importantes en nuestra vida.

Otra cosa diferente es que no creamos en nosotros mismos o en nuestros posibilidades, que no confiemos en nuestros propios recursos o que no sepamos cómo aprovecharlos al máximo. Dado que los recursos siempre están ahí, la pregunta clave es: “¿Cómo podemos acceder a ellos cuando los necesitamos?”. Es decir, ¿qué nos hace falta para cambiar?. Una pregunta que podría empezar a ser contestada de la siguiente forma:

· La motivación: Creer que el cambio es posible y querer realizarlo.

· Los medios: Saber cómo hacerlo y cómo acceder a los recursos que necesitamos.

· La oportunidad: Saber cuándo actuar y cómo reaccionar de forma eficaz ante las resistencias y las interferencias.

Podemos entender, planificar y estructurar este proceso de cambio personal y profesional a través del siguiente modelo. El esquema parte de la premisa de que un cambio nos impulsa y motiva para pasar de un estado actual y presente (insatisfactorio o, simplemente, que queremos mejorar) a un estado futuro y deseado (satisfactorio).

Algunas citas como las que reproducimos a continuación inspiran interesantes reflexiones sobre el proceso de cambio:

“Señor, dame valor para cambiar lo que puede y debe ser cambiado, serenidad para aceptar las cosas que no pueden cambiarse, y sabiduría para distinguir unas de otras” San Agustín

“Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino” Viktor E. Frankl

“Cuando yo era joven era un revolucionario, y en mi oración decía: Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo. Después de años no conseguir nada, modifique? mi oración: Señor, dame fuerzas para cambiar al menos a aquellos que están cerca de mi?. Hoy soy un viejo, y mi oración dice así?: Señor, dame fuerzas para cambiarme a mi? mismo. Si hubiera empezado por ahí?, no habría desperdiciado tanto tiempo” Said Beyahid

“Aquel que conoce a otros es inteligente. Aquel que se conoce a si? mismo es sabio” Lao Tse



Nuestro Yo Soy



"Antes de conocer esta cognitividad, esta yosoidad, ¿dónde está la ilusión? Antes de la consciencia, ¿dónde estaba la ilusión? La ilusión principal es sólo esta cognitividad yo soy. Antes de eso no había ninguna ilusión. Esta consciencia misma es la fuente de la ilusión. Esta ilusión o cono yosoidad no permanece como algo eterno."
Nisargadatta Maharaj

"Yo soy", "yosoidad", eseidad o consciencia son diferentes palabras que Nisargadatta utiliza para referirse a lo mismo: la sensación que los seres vivos tenemos de ser, de existir, de estar vivos. Este es un aspecto fundamental y al que N.M. se refiere de manera constante. Es muy importante entenderlo bien. De aquí en adelante te recomiendo que cuando se hable de "Yo soy", "yosoidad", eseidad o consciencia tengas presente que se está haciendo referencia a esa sensación de ser, de existir, a esa experiencia tan íntima. Esta "yosoidad" es la primera sensación que nos asalta cuando nos despertamos, y nos acompaña a lo largo de nuestro estado de vigilia. En cambio, cuando estamos en el sueño profundo, nos desmayamos o cuando decimos que una persona ha muerto, esta sensación no está ahí. Lo real es todo aquello que permanece siempre y que no experimenta cambio alguno.

Podemos deducir entonces que esta sensación de ser, esta "yosoidad", este "yo soy", es algo irreal, porque aparece y desaparece, no está siempre presente.

Sin "yo soy" no hay mundo
El mundo, y todo lo demás, surgen después del "yo soy". Sin "yo soy" no hay mundo. N.M. compara el "yo soy" con la semilla de un baniano, pequeña de tamaño pero potencialmente un árbol de grandes dimensiones. Asimismo, esta "yosoidad" hace aparecer el inmenso mundo y toda su "Maya". Cuando surge el "yo soy" aparece todo (estado de vigilia). Cuando el "yo soy" se sumerge, se sumerge todo (estado de sueño profundo, desmayo, muerte). Si el "yo soy" es irreal, todo lo que surge de él debe ser también irreal. Por lo tanto el mundo es irreal, es falso, es ilusión y engaño. Sí, es una frase tremenda, que a muchas personas no les va a gustar, porque para ellas el mundo es todo: sus esperanzas, placeres, ansias, sueños, recuerdos, experiencias y un larguísimo etcétera.

Hasta que no se vea con claridad que el mundo es irreal será imposible escapar de la miseria, el sufrimiento y el tormento.
Si el "yo soy" es irreal, y por tanto el mundo que procede de él también es una ilusión, ¿hay algo que sea real? Para afirmar que algo cambia debe haber un trasfondo sin cambio, que sea testigo de dicho cambio. Esté o no presente el "yo soy", siempre hay un trasfondo que es testigo de la aparición y desaparición de esta eseidad: lo Absoluto.

Siempre estuviste en el estado Absoluto, sin saberlo
Tú no sabías que eras, no sabías de tu existencia. Estabas en el estado Absoluto, que siempre prevalece. Sin necesidades de ningún tipo, sin imperfecciones, sin problema alguno. De repente se formó un cuerpo físico a partir de los cinco elementos y la "yosoidad", que está latente en ese cuerpo, empezó a mostrarnos un espejismo, a engañarnos desde el primer momento en que fue sentida. Esta "yosoidad" o consciencia nos muestra el mundo manifiesto, el mundo ilusorio al que ignorantemente consideramos como real. Nada de lo que experimentamos es real, y las experiencias solo tienen lugar mientras esta consciencia está aquí. Y esta consciencia estará aquí mientras haya un cuerpo vivo. 

Porque la consciencia necesita una forma física, un cuerpo, para poder manifestarse. Todo este juego de la consciencia es Maya, es un fraude. Entender esto es, ello mismo, estar a salvo de la muerte. La muerte del cuerpo hace que la consciencia no se pueda sentir más y, por tanto, tampoco el mundo podrá sentirse. Lo que queda entonces es lo que no desaparece nunca, lo que es antes, durante y después del surgimiento del cuerpo y la consciencia: lo Absoluto, lo Eterno. La "yosoidad", pues, es la fuente misma de toda miseria. Con ella aparece el sufrimiento, la imperfección, la esclavitud de la identificación con el cuerpo. 

La eseidad, esa sensación de ser, no es nuestra identidad, nosotros no somos eso. Pero es de gran importancia. Mientras esté disponible esa "yosoidad" (y lo estará mientras el cuerpo físico esté vivo), es nuestra mejor herramienta para llegar a conocer nuestra verdadera identidad: lo Absoluto.



Mantener La Ilusión


La ilusión es la “chispa de la vida”, sin ella, la vida pierde color, todo se vuelve monótono, apagado y nada tiene sentido. Recuperar la ilusión o volver a ilusionarnos conlleva buscarla, y salir del momento apático en el que vivimos. 

La ilusión, hace que cada momento de la vida sea especial y único, además vivir con ilusión nos permite adelantar el momento deseado, ya que la ilusión nos motiva a visualizar, a proyectar y desear lo que queremos vivir, de manera que lo disfrutamos antes de que llegue.

“No rechaces tus sueños. ¿Sin la ilusión el mundo que sería?”
-Ramón de Campoamor-

¿Dónde habita la ilusión?

La ilusión habita en aquellos instantes de la vida que nos acercan a nuestros proyectos. Se trata de desear conseguir algo, y poner toda nuestra energía en conseguirlo. La ilusión es ese sentimiento interno que nos hace disfrutar antes de que nuestro deseo se haya cumplido. Podemos potenciar la “chispa de la vida”, si nos proponemos hacerlo cada día.

La Ilusión habita en nuestro interior y en la forma en la que hacemos las cosas. Podemos vivir nuestro día a día, de forma monótona, sin ganas, rutinariamente, en automático, es decir, sin ilusión por vivir.

Pero también podemos proponernos vivir cada instante, como si fuera único, poniéndole todas nuestras ganas, nuestra alegría, toda la ilusión, porque sabemos que estamos más cerca de conseguir aquello que queremos conseguir.

Vive cada instante con la misma ilusión que cuando eras niño, expresándolo a quienes te rodean, sacándole la parte buena de lo que vives hoy, aprendiendo, disfrutando y sintiéndote en el camino de conseguir lo que te propones.

Agradece a la vida cada instante, bueno o malo, porque todos nos hacen aprender y mejorar en la vida, y esto también forma parte de la vida que estás deseando vivir, ya que para llegar a dónde te propones, también tienes que crecer y aprender para poder conseguirlo.

Ilusiónate, emociónate, sorpréndete por todo lo que te ocurre, la vida sigue siendo tan mágica como cuando eras pequeño, sólo tienes que querer que sea así y sentirlo, y entonces recuperarás la ilusión de la infancia, con la madurez del adulto.