jueves, 9 de enero de 2020

Superar La Ignorancia


“Qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia”. (Platón. La República. Libro VII).

En un curso de segundo de Bachillerato, Eleuterio, el profesor de Historia de la Filosofía, explicaba, con notable entusiasmo, el significado del mito de la Caverna de Platón. Observaba, sin embargo, que varios alumnos parecían distraídos o entretenidos en otras cosas. Entonces les dijo: Veo que a algunos no les interesan ni siquiera los cuentos que han fascinado a millones de personas a lo largo de la Historia. Os lo voy a contar de otro modo.

Gracias. Dijeron algunos con cierta ironía.

Estaba un cerdo hurgando, hocicando, revolviendo el suelo húmedo debajo de una grande, preciosa y centenaria encina, en busca de bellotas, mientras emitía sonidos típicos de satisfacción, cuando alguna ingresaba en su gaznate, previa trituración entre sus poderosos molares.

En ese momento, Ramiro, que además de atender era gracioso, empezó a imitar el sonido del marrano. Por Zeus que lo hacía muy bien. Todos se rieron (ya no había distraídos), y entonces el docente aprovechó para contarles el famoso concurso de rebuznos, en el que participaron ocho burros y dos hombres. Y que no ganaron los asnos.

Se rieron todos de nuevo.

El profesor continuó: El guarro pensaba (?) que las bellotas provenían de debajo de la superficie del suelo; de hecho las encontraba después de apartar con el hocico la fina capa de humus que cubría la tierra.

Un espabilado y reluciente mirlo dejó de pronto sus bellas melodías y se puso a observar atentamente al cochino. Cuando vio que seguía hurgando, pero sin encontrar apenas ninguna, lo llamó para indicarle que las bellotas estaban arriba, en las amplias y tupidas ramas de la encina: “Mira, cerdito amigo. Levanta la vista y verás una cantidad infinita de relucientes bellotas dispuestas a caer para que tú las comas. Basta con que empujes suavemente el árbol y, con el movimiento, con un pequeño zarandeo, bajarán al suelo rápidamente”.

El cerdo ni caso. A lo suyo. Seguía hurgando, gruñendo y menospreciando la llamada del ave, a pesar de que, donde él buscaba, iban escaseando las bellotas de un modo muy preocupante.

Entonces termina diciendo el profesor: “¡Yo soy ese pajarito!”.

Enseguida intervino Severino: “¡Nos ha llamado cerdos!”.

Nadie contuvo la risa…

Y la clase continuó con una clara subida de atención, intentando ahora comprender el papel del pedagogo que ha vuelto del mundo de la ‘luz’ para rescatar de las ‘tinieblas’ a aquellos ignorantes, pero altivos, prisioneros.

Aun así, Protestato (alumno escasamente evolucionado, que cursaba segundo por segunda vez) sólo fue capaz de repetir lo que había oído decir al Alcalde de su pueblo, en el bar El Adoquín: “¡La Filosofía no sirve para nada!”.

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