jueves, 16 de enero de 2020

No Olvidar Quienes Somos

Hemos olvidado el sentido más básico de existir – gratuitamente – por el simple hecho de ser. De vivir sin pretender nada, sin anhelar convertirnos en algo – en alguien. Reconociendo todo cuanto ya somos; sorprendiéndonos de todo cuanto ya es; disfrutando el proceso mismo de descubrirlo, de experimentarlo y vivirlo plenamente.

De alguna extraña manera, parece que hemos acordado entre nos-otros, que no podría ser tan fácil, que no bastaría únicamente con ser, pues: ¿cómo no iría a ser un poco más difícil? ¿cómo no se trataría de alcanzar, o de lograr algo?, ¿cómo no habría algo más que obtener? o, ¿que superar?, ¿que trascender? Y la pregunta en el fondo es precisamente por qué habría de ser tan difícil. ¿Por qué hemos creado una narrativa en la que la vida se trata de luchar por cambiar las cosas? ¿por llegar a algún otro lado, siempre distinto al que nos encontramos? A menos que en el fondo estemos eligiendo que sea así, no existe otro motivo por el cual debamos vivir en función de arreglar o alcanzar algo, ni de llegar a ningún lado.
Es importante reconocer de dónde viene entonces la sensación de que nunca es suficiente, de que siempre podría ser mejor, o siempre podría haber un poco más, (tan sólo hay que esforzarse y luchar.) Pues en ese proceso sacrificamos la posibilidad de habitar este momento tal cual es. Y al menospreciar el presente, menospreciamos también el regalo de estar vivos, simplemente vivos.
Y aunque resulte hasta cierto punto ¨saludable¨ contar con un horizonte hacia el cual dirigirnos, entramos en conflicto con la realidad muy frecuentemente cuando confundimos el destino, y preferimos llegar a él, por encima del viaje y del recorrido: con todos los tropiezos que éste trae consigo, sus idas y venidas, sus ciclos que a veces parecen repetitivos, y por supuesto, los desvíos del camino.
Hace falta que nos preguntemos quiénes somos nosotros para saber mejor que la vida cómo han de ser las cosas, y dejemos de imponer a la naturaleza, nuestra particular manera de ver y de entender lo poco que sabemos sobre ella.
Hemos desviado nuestra mirada hacia fuera, olvidando quiénes somos y lo absurdo que resulta medirnos y compararnos unos a otros, cuando sabemos en el fondo, que cada uno tiene su camino, más aún, su destino.
Si nuestro horizonte a alcanzar no es fruto de un trabajo interior dedicado y comprometido a descubrir y desvelar nuestro potencial como individuos, como es natural, perdemos el foco y lo volcamos afuera: tomamos como referencias ideales de excelencia, perfección, éxito, etc. según nos lo muestra el mundo y su cultura, la sociedad, la educación, o incluso la religión. Así es como caemos en la trampa y entramos en el juego de la comparación: de la imitación y de la envidia.
Mientras sigamos buscando afuera la medida de nuestra valía, al ponerla en perspectiva con el valor que percibimos que tienen, ganan o pierden los demás, estaremos condenados a vivir conforme a parámetros ajenos a la singularidad de nuestra naturaleza. Ya no se tratará de descubrirnos directamente a nosotros mismos, movilizando y expresando el potencial de nuestra singular manera de ser en la realidad, sino de forzarnos a convertirnos en algo o en alguien, que se supone debe igualar o superar a otros en cualquiera que sea nuestra referencia de estima o de valía: el conocimiento, el dinero, el estatus, el desarrollo espiritual, o cualquier otro campo en donde la apariencia nos tiente a sobresalir.

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