La Tierra
debería ser un lugar libre y pacífico donde celebrar la vida compartiendo los
recursos que nos brinda. Un lugar sin fronteras para poder moverse como lo
hacen las aves del cielo, sin identidad ni papeles y anidando allí donde les
resulta más propicio.
Los recursos de la madre Tierra son patrimonio de todos los seres
vivos y debieran pertenecer a quienes en ella vienen a la vida. Sin embargo,
unos lo tienen todo y otros nada tienen. Insolidaridad, abuso de poder,
violencia y leyes injustas conforman un mundo muy peligroso para todos, pero,
sobre todo, para los más vulnerables.
Los humanos
somos una rareza de la naturaleza cuya inteligencia debiera servirnos para tomar
conciencia de nuestra frágil condición y, por tanto, facilitar el
hermanamiento, la convivencia, el compromiso y el respeto por el otro.
Pero esa
inteligencia queda cuestionada cuando no practicamos la equidad, la solidaridad
y la empatía, virtudes esenciales tanto para la cohesión y fortaleza social
como para la evolución.
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