La vida es un continuo ejercicio de superación. Todos queremos alcanzar
la máxima felicidad posible, y sabemos que esta pasa por lograr ser mejores
personas, pero solemos fallar al enfocar nuestras decisiones vitales. En
general, las personas no actúan de forma injusta –o directamente mala– con sus
congéneres de forma consciente: lo hacen porque creen que están haciendo lo
correcto, aunque no lo sea, o porque no han valorado las consecuencias que sus
decisiones tienen sobre otras personas.
Muchas veces estamos tan enfrascados en lograr el éxito (a todos los
niveles), que nos olvidamos de mejorar la forma en que tratamos a los demás, y
a nosotros mismos. Nunca seremos felices si no logramos antes ser mejores
personas y la bondad, como todo en esta vida, se puede educar y entrenar.
Dice el refrán que “es de bien nacidos ser agradecido”, lo que no dice
es que, además de ser positiva para los que nos rodean, la gratitud es una
herramienta poderosa para sentirnos bien con nosotros mismos y así mismo
el aspecto de nuestro carácter más fuertemente asociado a la satisfacción
vital. La gratitud nos puede ayudar a superar los traumas y el estrés, aumenta
nuestra autoestima y nos ayuda a disolver las emociones negativas.
La mayor expresión de gratitud es el altruismo: hacer el bien sin
esperar nada a cambio. Numerosos estudios han demostrado que la
solidaridad está directamente relacionada con el bienestar, la salud, y la
longevidad. Los actos de bondad hacen que nos sintamos bien con nosotros
mismos y las emociones positivas que generamos hacen que tengamos una mayor
capacidad de recuperación psicológica y física. Por ello, el voluntariado
es una de las actividades más saludables que pueden realizar las personas
mayores.
Las personas pesimistas no son peores personas, pero de forma casi
inconsciente tienden a generar un entorno desmotivador que no es beneficioso ni
para ellos mismos, ni para la gente que les rodea. Si queremos mejorar como
personas, y ser más felices, debemos pues trabajar nuestra actitud frente a la
vida, algo muy estudiado en los últimos años por la psicología positiva. Tal
como promulga esta corriente de la psicología, la felicidad no es algo que se
pueda alcanzar: no es una meta, es un estado que debe entrenarse todos los
días. En el fondo, todo lo que nos rodea puede tener una lectura negativa,
máxime en estos días en los que el pesimismo es abrumador. Si no buscamos
una lectura optimista de las cosas la infelicidad será una constante y
contagiaremos a nuestros seres más queridos.
No importa el dinero que ganes: nunca serás feliz si dedicas tu
tiempo a hacer algo que no te gusta. Está claro que no todo el mundo tiene
la suerte de trabajar en aquello que le resulta más atractivo, pero todos
podemos cambiar a mejor. Para ello debemos trabajar la autoeficacia: la
confianza y convicción de que es posible alcanzar los resultados esperados para
cada meta propuesta. Evidentemente, no vamos a lograr todo lo que nos
proponemos, pero el problema para muchas personas es que ni siquiera se
plantean cambiar, por miedo a enfrentarse a las dificultades que puedan surgir,
y acaban generando problemas inexistentes.
Este consejo no se debe aplicar sólo a nuestro trabajo. Quizás, tal como
están las cosas, es poco realista encontrar un puesto más interesante que el
que tenemos (aunque sí podemos realizar nuestra labor de una manera que
nos resulte más satisfactoria), pero podemos hacer lo que realmente nos gusta
en nuestro tiempo libre. Según un estudio japonés realizado entre jubilados, la
tasa de mortalidad es significativamente menor en aquellas personas que
practican una afición concreta. La ecuación es sencilla: si nos llena lo
que hacemos, seremos más felices, y esta felicidad se contagiará a nuestro
entorno.
Es muy fácil distinguir a una persona que está haciendo lo que le gusta:
irradia felicidad y contagia optimismo.
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