Compartir. Dicen que somos lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hacemos, lo que intentamos, incluso lo que comemos. Pero ¿qué sucede con aquello que compartimos?
Compartimos a todas horas. Imágenes, vídeos, noticias, palabras, objetos, comida, espacios. Cosas que se pueden ver, oír, tocar, incluso oler y saborear.
Pero también existe una información imperceptible de la que nos desprendemos durante nuestra actividad diaria. Y compartimos con familiares, amigos, conocidos, incluso desconocidos, algo de lo que apenas somos conscientes.
Esto puede originar conflictos. Sobre todo en una actualidad donde compartir fácil y rápidamente a través de un clic, siendo guiados por una emoción o un sentimiento es tendencia.
Lo interesante es que hoy podemos convertir una acción tan sencilla como ésta, en herramienta para nuestro crecimiento personal.
Piensa dónde estuviste ayer. Con quién. Qué hiciste.
Teniendo en cuenta que los elementos de comunicación más importantes son aquellos que no se ven ¿qué crees que revelaste a través del lenguaje social no verbal que utilizaste?
Eres responsable de lo que compartes, no de lo que yo interprete.
Pero si el diálogo no es el adecuado levantarás muros allí donde quieres tender puentes.
Cuando compartes, lo notable no es el espacio sino el lugar desde donde lo haces.
El corazón es la caja fuerte donde guardamos los sentimientos. Donde escondemos nuestros motivos y donde mejor resuena el valor que damos a cada cosa.
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