“Aunque se
lo he explicado cien veces, no lo entiende”. A veces, afirmaciones de este
calado nos hacen plantearnos las cosas con mayor profundidad. Si le explico un
contenido a un alumno en repetidas ocasiones, ¿qué puede pasar para que no
aprenda?
Algunos
profesores lo achacan a “falta de base”, otros a un gran desinterés, otras
veces pensarán en déficits a nivel intelectual. Sin descartar que, en
ocasiones, haya parte de razón en esas consideraciones, es curioso ver que
ninguna de ellas coloca en el centro de la causa al propio profesor. No como
culpable de nada, sino como responsable de una posible falta de estrategias
para saber buscar las causas también dentro de sí mismo, en su forma de
enseñar.
Todos los
seres humanos aprenden. Estamos dotados genéticamente para hacerlo; por lo
tanto, excepto en casos realmente graves y escasos, el aprendizaje siempre debe
producirse. Eso sí, los alumnos no siempre aprenden de la misma forma, o por la
vía que consideramos “habitual”.
Cuanto más
sabemos sobre el aprendizaje, sobre el cerebro, sobre inteligencias múltiples o
sobre la enseñanza multisensorial, por citar solo algunos ejemplos, más caminos
divergentes encontramos para que todo el alumnado aprenda. Hemos comprobado
como alumnado que “no aprendía”, sí lo lograba y cambiaba su autoconcepto al
respecto al cambiar de estrategias. Unos necesitan más contacto con la realidad
concreta, otros más movimiento, otros visualizarlo en forma de imagen, otros
modelarlo con sus propias manos, otros solo necesitan más tiempo para poder ir
paso a paso a su propio ritmo; otros necesitan sentir que se confía en ellos,
que las expectativas son positivas. Los alumnos no quieren retar a nadie no
aprendiendo; no padecen ninguna enfermedad mental que les haga preferir el
castigo sobre el refuerzo positivo. Quizás las prisas de este sistema escolar
no nos deja llegar a las razones profundas pero simples de las cosas. El
aprendizaje sucede bajo ciertas circunstancias emocionales y cognitivas, o no
sucede.
La propia
frase “se lo he explicado cien veces” es realmente paradójica. Un especialista
conocedor de su profesión no gastaría tiempo en repetir más de tres o cuatro
veces una misma táctica. Visto que no funciona, recurriría a otra totalmente
diferente. Una vez más, la formación se convierte en la pieza fundamental para
dotar al profesorado de suficientes herramientas didácticas y pedagógicas para
poder desbloquear las situaciones a las que se deberá enfrentar en su tarea
diaria.
Realmente,
lo que diferencia a un buen profesional de otro que no llega a serlo, es que el
primero es capaz de enseñar a los alumnos que más dificultades presentan o que
más les cuesta aprender.
Para
finalizar, yendo más allá de lo puramente cognitivo, ¿qué sabemos sobre el
estado emocional de nuestro alumnado? El cerebro límbico o emocional es una
puerta de acceso a nuestro neo-córtex. Esta puerta puede hallarse abierta o
cerrada y ese estado condiciona absolutamente si el aprendizaje puede tener o
no lugar. Por lo tanto, aun no siendo especialistas en la materia, el
profesorado debe tener en cuenta esta pieza fundamental en nuestro cerebro y en
nuestros procesos de aprendizaje. Como dice Roberto Aguado*:“Lo importante no
es solo saber lo que hay que hacer, sino sobre todo ser capaz de hacerlo”.
*”Es emocionante saber emocionarse”, Roberto Aguado. Editorial EOS, 2014.
*”Es emocionante saber emocionarse”, Roberto Aguado. Editorial EOS, 2014.
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