De repente la vida te lo arrebata. Te sorprende
con un desconcierto, con una masa fría de incomprensión, con un escenario
desolador. Sin piedad, te desvela en medio de la noche, convirtiéndola en
fría y deshabitada de alegría.
Sin consultarte, te lo quita. Sin tener la
oportunidad de cruzar ni siquiera una palabra, de un alegato, de un
¿por qué?
Así de desgarradora y desierta de respuestas es a veces la
vida. ¿Qué cabía la posibilidad? ¡Claro! Ya sabemos que hay cosas que
escapan de nuestro control y que todo no está en nuestras manos, pero hasta
el más retorcidamente negativo tiene un halo de esperanza que le impide
vaticinar las desgracias que a veces acontecen.
“No puede ser, porqué yo, porqué así, debo estar soñando” nos
decimos entre lágrimas de incredulidad y rabia. “No puede ser verdad” “No
tiene sentido” “No es justo” nos gritamos con toda la razón que cabe
en un juicio humano y con toda la incomprensión que es capaz de fotografiar un
corazón sensato.
La vida nos lesiona, nos pone a prueba, reta a nuestra
fortaleza humana con heridas sin sangre y de sutura lenta a base amor y coraje.
Y de repente aparece, como morfina para el dolor, como un
leve soplo en el oído, nos da la mano. Nos transporta a territorio mental
seguro y nos recuerda que en la hostilidad de la vida hay sitio para la
esperanza. Aparece esa persona que nos confirma que la realidad duele, que
va a ser difícil de superar y que nadie nos va a librar de llorar, pero que
esas lágrimas se evaporarán y subirán en forma de abrazos al cielo.
Cuando el dolor clava su ancla en el corazón, provocando tal
desgarro que hace que en ese momento todo pierda sentido, surge esa mano
que nos amarra a la vida, que nos recuerda que no hay más opción que ser
fuerte y que eres el protagonista en la reconstrucción de esta
realidad ahora derruida.
En medio de la desolación encontramos abrazos que reconstruyen
nuestros pedazos, palabras que exhalan esperanza, lugares que nos serenan algo
el alma… Si tiene algo alentador la frialdad del sufrimiento, es que sube la
marea del calor humano. Que quien te mira con el corazón, consigue que su
cariño inyecte algo de tranquilidad en medio de este caos emocional. Y
estos son los de verdad, los que se olvidan de los desacatos del pasado y
recortan toda distancia que les hubiese podido separar, para ayudarte a levantar
cuando estés preparado.
Y ahora es cuando nos prometemos no dejar para mañana
los “te quiero” que podamos decir hoy, no cohibir nuestras ganas de
abrazar, de hablarle con sinceridad a quien nuestra cobardía le habla a medias
tintas. Ahora es cuando nos juramos valorar más lo que tenemos y desprendernos
de lo urgente para llevar a cabo lo importante. Y ahora es cuando nos
prometemos darle el micrófono al corazón.
Y ahora toca cerrar la herida a pesar de los interrogantes,
queda aceptar una realidad cambiante cada segundo, un día a día que ya no
será como antes pero donde tiene cupo la esperanza a pesar de los pesares.
Y ahora toca superar un tiempo de sonambulismo, donde de cuerpo sigues las
rutinas pero de mente continúas suspendido de unos interrogantes sin
respuesta. Y ahora queda obligarse a continuar el viaje con una fortaleza
que incluso te sorprenderá tener, con una actitud armada de paciencia y coraje,
que con ayuda del tiempo, conseguirá que entre un rayo de luz en esta atmósfera
de tristeza e indefensión en la que te ha sumido este mazazo de la vida.
Hay cosas inexplicables, hay “por qué” incontestables, hay
situaciones exentas de razón y cargadas de dolor. Pero hay “para qué” a
nuestra disposición y una vida por delante “para que” brillen
tu valía y templanza, para quererte.
Y quizás no lo sabes, pero saldrás adelante. Inundarás
tu casa de lágrimas, seguirás interrogando al mundo sin consuelo, te
desprenderás más de lo mundano y fortalecerás tus lazos. Poco a poco encajarás
la realidad, volverás a sonreír a pesar de las ausencias, conseguirás respirar
la felicidad que mereces y volverás a desprenderte del sufrimiento.
Sé fuerte. Tu vida ya nunca será como fue, pero volverá a
ser como mereces que sea: una vida serena, arropada y
con satisfacciones.