Cerca del mercado
está el Palacio Orsini y la estatua que recuerda a su hijo más célebre,
Giordano (Filippo) Bruno. El pueblo fue conquistado por los romanos en 313
a.C., nueve años después de la muerte de Aristóteles, y pasó a formar parte del
Reino de Nápoles nueve años después de que Hernán Cortés tomara Tenochtitlan.
A los 17
años, Filippo toma el nombre de Giordano, recibe la tonsura e inicia su vida de
monje dominico, abriéndose las puertas al conocimiento y cerrando las de su
libertad intelectual. El Nolano —apodo que nunca perdió— pronto dominó el
latín, y su avidez por la lectura le descubrió las obras —prohibidas por el
Santo Oficio— de Erasmo de Rotterdam, prelado católico y uno de los más
brillantes académicos y humanistas del siglo xvi que lo enfrentaron con sus
primeros problemas.
En 1576, el Prior del convento le anticipó que, debido a su
crítica al uso de medallones de la Virgen y los santos, y a que había citado
argumentos de Erasmo en algunos debates, se le podría acusar de herejía y, por
tanto, comenzar un proceso jurídico en su contra.
Bruno deja el convento
de Nápoles a causa del miedo que le es infundado, e inicia sus viajes por
Italia, primero, y después por Francia, Inglaterra, Alemania y Suiza. Es en
este periodo cuando crea su legendaria fama como mujeriego, maestro, poeta,
políglota, filósofo y memorista inolvidable. Además publicó obras sobre muy
variados temas y géneros, tanto en la corte de Enrique III en Francia y de
Isabel I de Inglaterra, como en la universidad, de París, Oxford, Wittenberg y
Praga, y en las más diversas comunidades protestantes. Abordaba métodos para la
memoria, interpretaciones de las Sagradas Escrituras, poemas, una comedia de
teatro (lI candelario, el hacedor de velas), magia, y sobre el sentido y
validez de las religiones, lucubrando sobre la naturaleza humana y la vastedad
del cosmos.
Como parte de la
elite intelectual de Europa, estaba al tanto de las corrientes de pensamiento
de su época en casi todos los temas. Usando las ideas de Copérnico y de Cusa,
se anticipó al proponer una visión del cosmos parecida a la que actualmente
tenemos. Para Copérnico, la Tierra deja de ser el centro del Universo y es un
planeta más en movimiento alrededor del Sol; la esfera celeste más lejana da al
Universo una estructura amplia, pero finita. En su obra De l’infinito universo
e mondi, Bruno especula cómo las estrellas son soles semejantes al nuestro,
infinitas en número, y en torno a las cuales habría mundos paralelos rotando
como los del Sistema Solar; desechando con esto el geocentrismo y el
antropocentrismo. Más aún, imagina un espacio infinito, sin puntos o
direcciones privilegiadas, en el que sistemas solares nacen y mueren, con la
posibilidad de formas de vida distintas y hasta racionales. La naturaleza es
para Bruno el todo orgánico que ocupa el centro del escenario; los seres
humanos y su mundo son un mero accidente (circonstanzi) de importancia sólo
local, aunque percibido como una mónada es una imagen del todo. Con este
pensamiento anticipa las monas o mónadas de Leibnitz, que son aquellos
elementos que forman el todo. En De Triplici minimo, propone el mínimo
matemático (la unidad), el físico (átomo) y el metafísico (alma) como base de
todo. Para Bruno, como para nosotros en la actualidad, el mundo natural es el
sistema armónico que exhibe a los átomos y sus interrelaciones.
Su mérito, más que
por la validez de sus especulaciones, es representar al espíritu libre y la
mente audaz que, con la cultura y el conocimiento de su época, se atrevió a
especular y cuestionar, debatir y criticar, a proponer y construir. También
representa a la víctima de una sociedad corrupta y temerosa, al luchador
solitario e indomable y, finalmente, el derecho a estar equivocado. Su obra
influyó directa e indirectamente en sus contemporáneos, como Galileo Galilei, a
quien se le ofreció la plaza de profesor de matemáticas en la Universidad de
Padua y que ocupó temporalmente Bruno en 1591, y William Gilbert, médico de
Isabel I y autor de la primera obra científica sobre electromagnetismo, De
Magnete. De hecho, algunas de sus ideas pueden identificarse en notables
filósofos que le sucedieron, como Leibnitz y Spinoza.
Cuando Bruno aún
era un niño, el Concilio de Trento había establecido normas estrictas de
interpretación en un intento por mantener la unidad de la Iglesia, al menos en
Italia, y había clarificado diversos aspectos, de contenido y forma del credo
católico. Todo esto para contrarrestar la intensa y volátil actividad de los
movimientos de reforma de Lutero en Alemania y de Calvino en Francia y Suiza.
La bula que formalizaba la clausura del Concilio prohibía a cualquiera
“publicar del modo que fuese, todo tipo de comentarios, glosas, anotaciones,
escollos o cualquier interpretación de los decretos”; parece inverosímil, sin
embargo, la tragedia es que actualmente hay instituciones y Estados en los que
sigue ocurriendo.
Con esto, la Santa
Inquisición adquiría una “responsabilidad” mucho mayor y una justificación más
para ampliar su ámbito de influencia.
En una
desafortunada estimación de la situación política, Bruno vuelve a Italia.
Después de unos meses en Padua, viaja a Venecia en 1591, en donde es contratado
por el patricio, Consejero de la República de Venecia, Zuane Mocenigo, quien
esperaba ser iluminado sobre magia y adquirir las dotes retentivas de Bruno;
pero pronto se decepciona, especialmente cuando éste manifiesta su propósito
por volver a Fráncfort del Meno para publicar unos trabajos, por lo que unos
meses después lo denuncia y lo entrega a la Santa Inquisición. La defensa de
Bruno parecía avanzar en su favor cuando argumentaba, antes que Galileo, que la
Biblia debía ser la guía en los asuntos del comportamiento y la fe, y no en lo
que toca a la naturaleza; especialmente en temas astronómicos. Ni aun hoy esto
es comprendido cabalmente, los creacionistas, así como diversos grupos retrógradas
de la sociedad, son un ejemplo de ello.
Mientras Bruno
mantuvo el camino del disenso honesto y digno, acabando en el martirio,
Galileo, décadas después y a una edad avanzada, consciente del desenlace de
Bruno, decide retractarse de sus ideas sobre el movimiento celeste.
Una semana antes de
hacerse efectiva, Bruno escucha la sentencia condenatoria del tribunal que cree
que al quemar públicamente todas sus obras y su cuerpo acabaría con sus ideas.
La entereza de Bruno se manifiesta cuando responde: “En este momento, señores,
quizá vuestro temor al sentenciarme sea mayor que el mío al recibir la
sentencia”.
El 17 de febrero de
1600, Giordano Bruno fue conducido al Campo dei Fiori. Allí, en público, fue
desnudado y amordazado. Mientras ardía en el fuego, cantos sobre el amor divino
se elevaron al cielo entrelazados con el humo.
Una efigie de
Giordano Bruno, el Nolano, encapuchado que parece meditar mirando al horizonte,
fue develada por universitarios en el Campo dei Fiori en 1889. En la parte
inferior tiene una inscripción que reza: “A Giordano Bruno; el siglo que él
anticipó. En Roma, donde fue quemado en la pira”.
La barbarie de la
Inquisición no es un hecho aislado en la historia. La intolerancia y la
ausencia de argumentos siguen siendo el motivo para la violencia, tanto oficial
como la de grupos que reclaman la “pureza” o la “verdad”, como si tal cosa
existiera.