Filosofía
El Espacio Y El Tiempo
La filosofía del
espacio y el tiempo es la rama de la filosofía que trata de los aspectos
referidos a la ontología,
la epistemología y la naturaleza del espacio y
el tiempo,
lo que se conoce también como cosmología filosófica. Si los
problemas vinculados al espacio y al tiempo tradicionalmente han sido centrales
en los sistemas filosóficos, desde los presocráticos hasta Bergson y Heidegger,
la llamada filosofía analítica o positivismo lógico, en ejercicio de su crítica del método científico y
la metafísica tradicionales, los ha
estudiado con particular interés desde sus comienzos.
Aunque no se limita a ellas, la filosofía del espacio y el
tiempo se ocupa de las siguientes cuestiones:
La posibilidad de que espacio y tiempo existan
independientemente de la mente.
La posibilidad de que existan independientemente uno del
otro.
Cómo se explica el flujo incesante y unidireccional del
tiempo (la flecha del tiempo).
Si existen otros tiempos aparte del momento actual.
Cuestiones sobre la identidad, particularmente relacionada
con el tiempo.
La concepción mítica característica de las culturas
antiguas, como la de los incas, mayas, hopis, y otras tribus
indígenas, además de los egipcios, babilonios, los griegos,
el hinduismo,
el budismo,
el jainismo,
y otras culturas, contempla la «rueda de tiempo», que considera el mismo como
cíclico o circular,
produciéndose una repetición incesante de edades y de entes, de nacimiento y extinción.
El concepto judeocristiano,
basado en la Biblia,
define el tiempo, por el contrario, como lineal,
comenzando con el acto de creación por Dios. La visión
cristiana contempla un principio y un final del tiempo (el fin del
mundo).
Los primeros filósofos, los griegos presocráticos, operaron el trasvase
o transformación del mito en el logos, es decir, de una
visión de los fenómenos basada en la superstición y la fábula, a una concepción
de los mismos fundada en el entendimiento y la razón,
primer antecedente de la ciencia moderna. Advirtieron en
primer lugar que el mundo, o physis,
es una realidad diversa (sustancia) que se halla en continua y perpetua
transformación, lo que de alguna forma ya prefigura los modernos conceptos de espacio y tiempo.
Para dichos
filósofos el problema del «espacio», en concreto, se centró en la discusión en
torno a «lo lleno» y «lo vacío», o, lo que es lo mismo, en torno al ser y al no
ser.
Sobre el «tiempo», distinguían entre lo intemporal, ligado
al ser, y lo temporal, ligado
al devenir.
Los pitagóricos introducían en el problema
la abstracción, a través de un
elemento nuevo: crearon la metafísica del número.
Si para Tales de
Mileto el principio
generador del universo era el agua y para Anaximandro el infinito,
para los pitagóricos el número subyacía a toda realidad.
Heráclito de Éfeso consideraba que todo se
halla en perpetuo cambio y transformación; el movimiento es la ley del universo, y
su principio, el fuego. «Todo fluye», afirmaba, por lo que para él primaba el tiempo o devenir sobre el ser.
Parménides de Elea representa
tradicionalmente la postura contraria. Entendía, por ejemplo, la eternidad,
no como duración infinita, sino como negación del tiempo: «El ser nunca ha sido
ni será, porque es ahora todo él, uno y continuo». Opinaba que el movimiento es
imposible, pues el cambio es el paso del ser al no ser o la inversa, del no ser al ser. Esto es inaceptable,
ya que el no ser no existe y nada puede surgir de él.
Platón supone
una especie de síntesis, es decir, la unión o suma de estas dos doctrinas
presocráticas contrapuestas. Por un lado tenemos el mundo sensible,
caracterizado por un proceso constante de transformación y, por otro, el mundo
abstracto y perfecto de las Ideas, caracterizado por la eternidad y la incorruptibilidad, discípulo de Platón, consideraba el mundo como formado de sustancia, dotada a su vez de materia y de forma,
pero no creía en la división platónica entre mundo
sensible y mundo de las ideas. Por otra parte,
definió el tiempo como «el número del movimiento según el antes y el
después...
Ahora bien, es imposible que se generen o destruyan ni el movimiento
(pues existe de siempre), ni el tiempo, ya que no podrían existir el antes y el
después si no hubiera tiempo. Y ciertamente, el movimiento es continuo como el
tiempo, pues este o es lo mismo o es una afección del movimiento» (Metafísica,
IV,11).
Zenón de Elea pensaba
que ni movimiento ni tiempo ni espacio eran
reales, lo que trató de demostrar a través de sus conocidas paradojas (como la de Aquiles y la tortuga), las cuales
muchas veces han sido consideradas simples sofismas o falacias. Aristóteles demostró su falsedad, sin
embargo, los matemáticos actuales tienden a exaltar la figura de Zenón,
principalmente porque de sus planteamientos se derivaría más tarde el llamado cálculo infinitesimal.
El espacio en
sí fue abstraído y descrito en sus elementos esenciales por el que se ha
llamado padre de la geometría, Euclides de Alejandría,
quien había recogido el legado de Pitágoras.
Más de dos mil años más tarde, Albert
Einstein procedería, a
través de la Teoría de la relatividad, a fundir
por vez primera las categorías de espacio y tiempo, totalmente
separadas desde Euclides, en lo que se ha definido como una
"geometrización" de la física: el espacio-tiempo.
En la Edad Media y el Renacimiento
La filosofías cristianas patrística y la escolástica de la Edad Media,
conceptúan el universo y el tiempo en términos teológicos,
o de creación.
Para San Agustín, Dios es el creador de todo lo
que existe en el tiempo, y también del tiempo mismo.
Es célebre su proverbio:
«¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quisiera explicárselo al
que me lo pregunta, no lo sé.» Considera que el tiempo consiste en «pasar desde
un pasado,
que ya no existe, a un presente cuyo ser consiste en pasar
al futuro,
que todavía no es». Concluye que el tiempo se da en el espíritu o alma humana en cuanto capacidad
de enlazar el pasado retenido en la memoria con la expectativa del
futuro en el presente, lo que es posible por la permanencia de la identidad
subjetiva del alma. Subraya entonces el carácter subjetivo del tiempo, con una
mentalidad avanzada de lo que será en la Edad
Moderna la conciencia de Descartes.
Para San Anselmo, las cosas creadas no
podían proceder de la materia, sino de la nada, a partir de la actividad
divina; asimismo, la creación es "continua". Para Averroes,
la elección de la creación de Dios es eterna y constante, y no puede hablarse
de un comienzo del mundo.
San
Alberto Magno afirmó:
«El comienzo del mundo por creación no es una proposición física y no puede
demostrarse físicamente». (Physica, VIII, 1, 4). Guillermo de Ockham, refutando la metafísica tradicional que partía de
Aristóteles, admitía la "probabilidad" de las cosas, así, la
eternidad es altamente probable, dada la dificultad de concebir el comienzo del
mundo en el tiempo.
Los conceptos de universo, espacio y tiempo, tal y como hoy
los entendemos, tienen su origen en los grandes pioneros de la ciencia surgidos en la época
renacentista, los Kepler, Galileo y Francis
Bacon, quienes abrieron camino, con el sustento racionalista de Descartes,
a los grandes teóricos de la materia en la Era
Moderna.
Una de las aportaciones más importantes realizadas al
estudio del tiempo en el siglo xix es
obra de F. W. J. Schelling, una de las figuras
relevantes del llamado idealismo alemán. La obra clave para el estudio de esta
cuestión en este filósofo es Las
edades del mundo (Die Weltalter),
un texto que no fue publicado en vida del autor y del que tenemos tres
versiones muy similares (de 1811, 1813 y 1815) aunque diferentes en algunos
aspectos importantes. En este trabajo Schelling pretende conocer el tiempo
premundano (vorweltlichen Zeit), es decir, el tiempo anterior a la creación del
mundo. Sin embargo, esto no es posible porque no tenemos fuentes directas;
utiliza, por lo tanto, fuentes indirectas; estas consisten en el
autoconocimiento del ser humano (método antropomorfista) y en discursos divinos
revelados, básicamente en el Antiguo Testamento. Su
investigación le lleva a la conclusión de que el verdadero pasado es el pasado
anterior a la creación del mundo y el verdadero futuro es el postmundano.
Defiende un concepto orgánico del tiempo, donde cada ser posee su propio tiempo
interno y critica una concepción objetivista de la temporalidad.
Su estudio del tiempo debemos situarlo dentro de una concepción teológica, ya
que identifica el pasado con el Padre, el presente con el Hijo y el futuro con
el Espíritu; elabora, de esta forma, un sistema trinitario que se identifica
con cada una de las manifestaciones de la divinidad defendidas por la religión
cristiana